A nadie le parece erróneo suplir la propia inexperiencia vital con unas buenas dosis de aprendidos y citados. Allí donde la propia sabiduría no alcanza a darnos explicación de lo vivido (esto es, casi siempre) resulta aconsejable y saludable ser capaz de levantar la mirada, observar lo que hicieron otros antes que uno, e intentar aplicar aquella solución que mejor parece responder a nuestro problema. Es gracias a esa dinámica de aprendizaje que conseguimos reducir a los límites de lo soportable el número de errores en que caemos. El tiempo se convierte entonces en parámetro fundamental de nuestro desarrollo, pues cuanto más tiempo invirtamos en experimentarnos, y más tiempo en aprender, menor será la diferencia entre lo que «sabemos» y lo que «ignoramos». Por otro lado, son nuestras decisiones las que determinan la cualidad y la calidad de lo aprendido. No siempre aprendemos y aplicamos las soluciones correctas, por lo que el criterio y la autocrítica se convierten en factor moderador de la velocidad de aprendizaje. Del proceso de maduración.
Mi padre siempre decía que los libros sin la vida son como la vida sin libros: NADA. La experiencia, las ideas leídas, han de poder ser vividas. Y lo vivido, ha de ser transmisible, comunicable. Cada etapa de la vida debe suponer retos diferentes, pues lo contrario sólo puede significar que nos hemos encontrado ante problemas irresueltos (irresolubles desde nuestra sabiduría) que nos impiden avanzar, experimentar lo nuevo; no por nuevo, no por mejor, sólo por diferente, fruto de la inercia propia de nuestro ser. Todos tenemos nuestro propio pathos, heredado o adquirido, siempre acechando, a la espera de cualquier duda. Hay quienes, tras caer por una escalera, deciden evitarlas siempre. Otros se ponen armadura. Hay quien decide colocar unos cojines en los escalones, aunque ello dificulte transitar por ellos. Y hay quien decide que lo mejor es eliminar las escaleras. Y qué ocurre con quien nunca ha caído por una escalera, pero ha leído sobre ello, y toma una decisión no sólo para él, también para los demás? Supongamos que opta por la armadura. Decide, en ese mismo instante, no sólo que las otras formas de experiencia y sus resultados son «inadecuados», elimina de un plumazo la posibilidad de que alguien encuentre una solución nueva, tal vez más eficaz. Y lo hace de oídas! O de leídas, vaya.
Yo entiendo que la impaciencia es una gripe que se cura sólo con el tiempo. Pero la impaciencia se domeña con la prudencia. Y la prudencia recomienda, ante todo, contínua revisión del propio convencimiento. No es más convincente el convencido, sino el coherente. Todos erramos, pero no todos solicitamos perdón si hemos causado daño. La historia enseña, pero no dogmatiza. No puede hacerlo pues, en su propia dinámica, nos enfrenta siempre a nuevos problemas, nuevas situaciones, sin solución conocida. Y las hipótesis han de ser validadas. Las ideas, vividas. Contrastadas. No ayer. Hoy. Mañana. Abrazar una idea y declarar todas las demás inservibles es imperfecto. Abrazar una idea, declarar las demás inservibles y además proponer un esquema de poder para imponer la sumisión de todos a la idea en la que se «cree» (la idea en la que se tiene fe, concepto religioso donde los hubiere) es maniqueísmo inquisitorial. Dictadura pura y dura. El «Herrenmensch» convertido en ángel exterminador por el «bien» de «todos».
A mí, sin embargo, me encanta tomar cervezas con todo el mundo. Me gusta oler el sudor y el aliento del de enfrente en la barra del bar. Ávido de capítulos nuevos en la tragicomedia de mi vida, movido por la certeza de que, entre lo que «se» y lo que «ignoro» hay un universo de vidas, ansiosas por escribir su propio libro y preñadas de ideas.
Lo que yo no acabo de entender es que haya quien se propone imponernos a todos su visión del liberalismo en nombre de la Libertad, y para colmo de una forma tan maniquea como la que señala Luis. El propio socialismo tiene una tremenda variedad de tendencias, ¿y vamos a convertir ahora el liberalismo en una ideología dogmática y maniquea?
Estoy dispuesto a aprender de Policronio o de liberales con la experiencia en la vida que él, aunque no coincidan con él. A fin de cuentas, la experiencia es un grado y suele dictar prudencia, que es otro grado más. Pero que un estudiante universitario quiera borrar de un plumazo cualquier debate entre las distintas tendencias liberales e imponer sus ideas sobre el liberalismo como las únicas válidas y aceptables, en fin, como que me parece un acto de soberbia y también de ridículo.
Ya sabes Luís, “La zorra conoce muchas cosas; el erizo conoce una sola gran cosa», ahí está el problema. Algo de eso contaba en este post ya antiguo:
http://blogs.periodistadigital.com/semueve.php/2007/03/30/iesconde_el_siempre_ponderado_liberalism
Me alegra comprobar que mantienes alta la dialéctica y la duda, para mí algo tan sano como honesto.
Abrazos
Me temo, Luis, que nadie escarmienta en cabeza ajena. Y si aludes a la lectura como fuente de conocimiento para hallar la moderación (creo que tú lo llamas sabiduría), sospecho que en algunos casos funciona pero no en el de los maniqueos recalcitrantes, puesto que van seleccionando textos que les revalida o profundiza sus propias ideas preconcebidas.
Esos maniqueos a los que va destinado tu excelente artículo, ¡lástima que no hayas citado algún ejemplo incluso a través de la simple alusión!, me temo que han contraído una gripe de las que tarda demasiado tiempo en curarse. Es más, pasado un período límite sin recobrar la «salud», esa gripe más bien tiende a convertirse en neumonía. Y hay mucha gente que se va al hoyo convencido de poseer la razón. ¡Sí, son cuatro días mal contados!
Cuando «das Werden» se convierte en meta y «das Sein» en etapa, Germánico.
Bastiat, sí, tal vez lo mejor sea dejarlo, pero igual que yo no acierto en todo, Isidoro no se equivoca en todo, tal vez por eso siga discutiendo con él… ostras! otra de ocho-ochenta! cachis….
Yo no me canso de repetir que hay que ser escéptico en un sentido profundo, tanto para juzgar lo que está «ahí fuera» como para juzgar los propios juicios. En la dinámica y la dialéctica entre el yo y su mundo, entre la voluntad y la representación, por tomar una expresión feliz del infeliz Schopenhauer, se va creciendo y se van puliendo y moldeando las percepciones y las imágenes interiores, así como esas más sutiles imágenes que consisten en procedimientos cognitivos, en procesos que superar la simple acción-reacción, artículados en densas redes.
El racionalismo de salón conduce a la revolución francesa.
Hombre… leído esta tu ultima reflexión contestando al Señor de la Ira, si no la comparte…
Lo dicho. ¡Anda y que le den!
Porque mira que se lo has dejado clarito lo que es ser liberal.
Isidoro, presupones demasiadas cosas. Por aquello de devolverte a lo que es la esencia de este post: soy Gómez antes que liberal, persona antes que ideólogo y, desde luego, todo lo libre que se me permite.
Nos separa, sobre todo, el hecho de que yo no necesito de mi ideología para vivir ni necesito hacer apología de ella para que otros sean tan felices como yo. Mi «idea» de estado, de justicia, de tolerancia, está claramente expresada en este blog. También aquello que ha evolucionado en estos tres años.
Ser liberal no consiste sólo en ser republicano, aunque un republicano puede ser liberal; ser liberal no consiste en negar al individuo su derecho de secesión, aunque sea imposible para un individuo liberal renunciar a su componente social; ser liberal no consiste en promover un estado fuerte, sino individuos fuertes capaces de manejar un estado y servirse de él; ser liberal no consiste en tolerarlo todo, aunque lo más liberal sea limitar la regulación de la acción humana allí donde surgen conflictos en el uso (o mal uso) de los derechos por parte de los individuos (el estado, evidentemente, no tiene derechos, sólo obligaciones con sus propietarios, nosotros), esto es, lo liberal es desregular, no regular (que no tiene nada que ver con la tolerancia o la intolerancia).
La historia, esa que nos dicta prudencia, también nos habla de un hecho incontestable: cuanto más plural y abierta a los individuos una sociedad, mayores han sido sus frutos.
Me ha gustado bastante esta reflexión, Luis, y, debo decir, creo haber percibido un mensaje a alguien no nombrado, quizás a alguien en quien ni siquiera -¡se ha pensado!.
Andaba yo ahora dándole vueltas a este asunto o a uno parecido desde una óptica similar, vengo y encuentro esta joya.
Precisamente la historia dicta prudencia y precisamente es la historia la que nos lleva a rechazar el comunitarismo voluntarista y el anarquismo. Desechar esas ideas es un proceso lógico derivado de una serie de consideraciones. Es lógico asimismo pretender que dichas consideraciones no existen en tanto uno sí es un dogmático de lo que se refuta (en esencia ese pensamiento de que para ser libre, o liberal, basta con desearlo). Y es que ampararse en la presunta imposibilidad de un cierre del liberalismo para hacer llamamientos a la unidad de los antiizquierdistas de toda condición sobre la base de una presunta lucha por la libertad… es casi tan lamentable como pretender ver en el laicismo nada menos que totalitarismo. Sustentar tales concepciones del liberalismo sólo puede ser por medio de intereses o de una ingenuidad ciertamente peligrosa: ser liberal no consiste en rechazar la idea de república en tanto alguien no la vea como propia. Ser liberal no consiste en un infinito derecho de secesión por parte del individuo respecto de la sociedad en que vive. Ser liberal no consiste es tolerarlo todo. Tal concepto acerca del liberalismo es precisamente el que sostienen sus enemigos: que despiden a esta ideología como un muñeque lleno de aire y buenos deseos. Pues bien, no estará de más denunciar que los dizque liberales se dediquen a fomentar la fantasía de que el liberalismo, al fin y al cabo, se corresponde con la caricatura antiliberal. No estará de más en tanto en esta vida hay que aspirar a algo más que la mezquina compañía de quienes no creen en nada con tal de «hacer pandilla».
Muy bien traído.