Cargados de palas forjadas con los golpes de la realidad, los prismáticos de lente de pez y algún cañon rescatado de Santa Ana, hay quien ya se ha puesto a trabajar. Voy!
A la trinchera!
Luis I. Gómez
Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.
Necesitamos un hombre con cojones y parece evidente, parece incluso irremediable, que el hombre actual desea sentirse seguro. Quiere garantías, resguardos, precintos, documentos por triplicado. Se ha rodeado de rejas, cerraduras de seguridad, puertas acorazadas y construcciones antisísmicas. Quienes deciden confiar sus bienes a una compañía de seguros, necesitan saber que ésta se encuentra respaldada por una compañía de reaseguros, pero ¿cómo podrán cerciorarse de que ésta, a su vez, se halla debidamente asegurada? El capitel se apoya en el fuste, el fuste en la basa, la basa en los cimientos, y los cimientos en el túnel del metro.
Por buscar obsesivamente la seguridad, el hombre acaba viviendo en un constante estado de alarma, es decir, de inseguridad. Una excesiva sensibilidad al peligro convierte todo en peligroso. Tras haber atrancado las puertas de su casa para protegerse de los ladrones, el hombre tuvo miedo de los insectos. Cuando puso tela metálica en las ventanas, tuvo miedo de los microbios, capaces de atravesar la retícula más tupida. Después de vacunarse contra todos los microorganismos posibles, se encontró indefenso ante una especie mucho más dañina, que no sólo es irreductible, sino que prolifera inconteniblemente: los monstruos que dentro de su cabeza crea el propio miedo.
No todos los hombres son así, por supuesto. Los hay intrépidos y arriesgados, capaces de vivir a la intemperie, partir de cero, saltar sin red, matar al padre, matar al abuelo, quemar las naves, estudiar putonghua, matar al bisabuelo, internar.. eso. Quien se pierde por su pasión, decía Kierkegaard, pierde menos que si perdiera su pasión.
Pero abundan más los otros, los que prefieren vivir seguros, los que entienden la paz como defensa del orden y el futuro como perpetuación del presente. Los que sólo toleran las preguntas que vienen a corroborar la respuesta ya dada. Los que piensan que cuando no es necesario cambiar, es necesario no cambiar, y que cuando es necesario cambiar, cambian de lado sobre el que dormir. Los que recurren automáticamente al argumento de autoridad, invocando los libros de ciencia como una Biblia o utilizando la Biblia como un libro de ciencia. Los que han abdicado de su libertad para evitarse los riesgos de decidir por su cuenta: hace tiempo que delegaron toda su responsabilidad en el presidente de la junta de vecinos –hombre probo, con principios- o en un poeta favorito.
¿Quién ha dicho que los hombres aman la libertad? Sólo se permiten de vez en cuando algún furtivo contacto con ella: su verdadera esposa, profundamente amada, a la que se sienten ligados de por vida, es la seguridad. Me estoy refiriendo a todos aquellos que caminan con un enorme equipaje a cuestas y, si pudieran, desistirán de caminar. Los que prefieren tirar un dado de cinco caras y si pudieran, se abstendrían de tirar. Los que se negaron a matar en el primer acto y dejan el escenario sembrado de cadáveres vivientes.
Creo que te cojo la idea, la misma que la mía. Ya descansamos suficiente el día de votación. Ahora en guerra.
¡En nuestro flanco antiZ y antiSocialismo, hemos ganado!