Que significa «tenemos una responsabilidad frente a las generaciones venideras»? Tras los últimos años de consolidación de la doctrina ecomarxista, nadie parece preocuparse por el uso de conceptos fundamentales torticeramente adulterados en función de sus objetivos, más o menos sectarios. Uno de ellos es el de la «responsabilidad frente a las generaciones venideras». La herencia.
Qué hubiesen hecho los hombres del siglo XVII? Qué hubiesen guardado para nosotros de haber creído en la famosa «responsabilidad ante las generaciones futuras»? Probablemente cera para velas. No podemos gastar toda la cera para velas, pensarían. Acaso vamos a dejar a nuestros descendientes en la más pura oscuridad?, argumentarían. Cómo iban a saber ellos nada de las bombillas? Hubiera sido su «renuncia» efectiva, justificada?
Evidentemente, los nuevos profetas de la «sostenibilidad» han intentado salvar su teoría sin caer en el error de obviar los procesos de substitución. Aún partiendo de la arbitraria premisa de la «responsabilidad frente a futuras generaciones» intentan asegurar que «las fuentes no renovables como minerales y petróleo sólo sean explotadas en la misma medida en la que van apareciendo nuevas fuentes renovables alternativas».
Suena como un principio sumamente razonable; no lo es si nos detenemos en él. Piensen que solamente la limitación del uso de «no-renovables» produce ya efectos secundarios en el mercado que podrían imposibilitar la aparición futura de «substitutos». Hubiese podido Eddison inventar la bombilla de no haber podido trabajar tantas horas a la luz de las velas? Además existe el peligro de que la política sea incapaz de generar «procesos de substitución» dada la complejidad de los sistemas ecológico y económico, en este caso interactuantes. Para el mantenimineto de la economía de mercado como forma eficiente de economía y – sobre todo – para el mantenimiento del principio natural de «justicia intergeneracional», la máxima ecomarxista apenas sí tiene valor alguno. Una generación futura no podría siquiera reclamar el derecho sobre bienes realmente finitos o «acabables», como lo sería, por ejemplo, la «Mona Lisa». Qué justificaría, pues, nuestra renuncia en nombre de una supuesta sostenibilidad? Además, esa futura generación tampoco podría disfrutar de los «bienes ahorrados», pues se vería en la obligación «social» y «ecológica» de preservarlos para los que llegasen después, y estos para sus descendientes. Esta teoría de la justicia intergeneracional sólo conduce al regreso (como antítesis de progreso) infinito.
El deseo de dejar en herencia «algo» para los descendientes nace en la esfera del grupo pequeño, familiar, tribal como mucho. Son grupos que conocen exactamente las necesidades de sus miembros. Aquí, el principio de herencia, cumple un papel fundamental en el mantenimiento de la estabilidad de las estrucutras económicas del grupo. Es también uno de los principios fundamentales del desarrollo cultural. Y tal vez por ello, por estar íntimamente ligado al desarrollo de las culturas, fácilmente utilizable por los agitacionistas ecológicos al disfrazar sus pretensiones de solidaridad intergeneracional. El error es grave: extrapola los principios de solidaridad individual aplicándolos a la políticia social. Las decisiones personales y privadas, individuales de «herencia» sobre bienes materiales terminan siendo aniquiladas (administradas y reguladas) en manos de la arbitrariedad política. Es, sin duda, el mismo principio de «salvación marxista», que exigía -recuerdan?- de las generaciones actuales el máximo sacrificio para que las generaciones venideras pudiesen disfrutar del paraíso en la tierra.
Es una trampa.
Un buen ejemplo de esto lo tenemos con las centrales nucleares. Gracias a la presión ejercida en su momentos, seguimos teniendo la misma tecnología nuclear que hace 80 años.
Teniendo en cuenta lo que han avanzado desde entonces otros campos como la informática o las telecomunicacions, ¿Cuánto más seguras y menos dañinas, precisamente, para el medioambiente serían hoy las centrales nucleares?.
Y ahora que, más o menos, todo el mundo empieza a ver claro que son una alternativa, resulta que tenemos un retraso de tres pares… y ese tiempo ya no hay quien lo recupere.
Los que hablan de reservar para las generaciones futuras son los que más capital destruyen con sus acciones políticas, con su amor a la política y a lo político. Vamos, unos perfectos IRRESPONSABLES.
Pero sus mentiras suenan bien al oído, al menos a los que tienen «poco oído», como cantos de sirena.
Yo, quieren dar el salto del humanismo al gaiaismo sin pasar por el racionalismo. Y lo están consiguiendo.
Tú lo dices, Ordo: invertir. Esa sería la solución. Pero lo que nos presentan como panacea es lo contrario: ahorrar. Has visto muchos ecologistas con pancartas pidiendo nuevas inversiones en energía nuclear? Yo tampoco.
Sobre lo de el fin de los recursos en una generación, que yo sepa van dos. Los primeros llamamientos catastrofistas datan de los años 60. Las «previsiones» hablan del 2080. Ya lo han alargado, pues, a tres o cuatro generaciones. Y no hemos parado de quemar.
Creo que la sostenibilidad pasa por la inovación, no por el ahorro, y mucho menos por la renuncia.
Si bien lo que dices es cierto, también lo es que las generaciones anteriores no se vieron en la situación de que la principal fuente de combustible y energía se pudiera acabar en el limitado espacio de tiempo de su vida. Ahora nos enfrentamos a una población mucho mayor, con mayores gastos de energía y la necesidad de invertir para lograr el cambio «velas –> bombillas» en «petróleo –> otra cosa».
Un saludo.
Es divertido que hablen de herencia para otras generaciones aquellos que, hacen todo lo posible porque esas nuevas generaciones no lleguen (control de población, maltusianismo…).
Para los ecologistas, lo mejor, es que directamente la especie humana no exista, y si existe, en tribus alrededor de un chamán en una cuava.
Recuerda un poco a lo que pasa con la M-501 en Madrid: la vida de los que circulan por esa carretera tienen menos valor que un supuesto lince ibérico