El sueño de igualdad, asociado a la comodidad que genera el equilibrio, es y ha sido el motor de la humanidad desde que nos bajamos de los árboles. Desde entes, diría yo. Lo ideal es que todos tengamos una rama en la que acurrucarnos, una banana que mordisquear y un complemento sexual competente que asegure la transmisión de la herencia genética. Todo el mundo aspira a ello. Ocurre que si eres un mono gordo, las ramas pequeñas de la zona exterior del árbol, esas que permiten la mejor vista, no soportan tu peso. Si surge un conflicto temporal entre recolectar bananas y disfrutar del sexo terminarás pasando hambre de lo uno o de lo otro.
Soluciones? dos: el mérito (congénito o adquirido) y el robo.
Es evidente que sólo los/las primates mejor dotados física e intelectualmente pueden permitirse el lujo de comer bananas, sentados en la mejor rama, a sabiendas de que podrán facilitar su digestión quemando calorías a base de orgasmos. Y los demás? Tendrán que conformarse con menos y menos apetecibles socios sexuales, las ramas de difícil acceso y las mondas de las bananas.
Por supuesto que en el caso de los humanos esto no es así (no?) En el caso de los humanos llevamos siglos esforzándonos por aprender y cultivar cosas como la generosidad, la caridad, el respeto y amor al prójimo. Pero también la avaricia y el abuso del poder. Y hete aquí que siempre nos encontramos con algunos poderosos que no entienden de lo primero, provocando que los esfuerzos de los biendotados generosos queden en nada. El número de los sinbanana, sinrama y sinpareja crece sin parar hasta que la situación estalla. Muchas veces también a costa de los biendotados generosos.
En una sociedad de ambiciosos libres el estallido de tal situación se traduciría en afán, trabajo, aprendizaje y superación. Apenas si hemos tenido ocasión de observar este fenómeno, pues a las sociedades humanas, en general, les ha faltado siempre el segundo apellido: libres. Por ello aparecen antes que los ambiciosos los rebeldes, consiguiendo vía revolución un cambio en las estructuras, pero sobre todo en los protagonistas del poder. Cuántos años necesita una sociedad revolucionada para volver a convetirse en una sociedad clasista? Cuántos para sofocar la ambición de nuevo cuño? 10?, 20? Y regresamos a los principios del árbol.
Por ello, la evolución nos ha dotado de una «cualidad» que sí complementa a la rebeldía en situaciones de no libertad: la envidia. La envidia tiene muchas ventajas, pero la principal es que no me obliga a ser como el biendotado, sólo me obliga a tener lo que él tiene. Y además, me permite conformarme con menos si el biendotado tiene lo mismo que yo. Y, por último, la agresividad que genera se sacia con la ilusión igualitarista. El ambicioso es insaciable, y por ello menos manejable. Dénle al envidioso un Estado que redistribuya mediante el uso de la violencia y la amenaza los bienes de los biendotados y tendrán una sociedad de envidiosos sólo atentos a que ningún biendotado deje de pagar su óbolo y con el sambenito preparado para demonizar al ambicioso, por ambicioso.
Es la nuestra una sociedad libre? y usted, querido lector, es un envidioso o un ambicioso? Prefiere llegar a fin de mes gracias al fruto de su tesón o gracias al reparto del fruto del tesón de los mejores?
Si tiene tiempo y ganas, cuéntenoslo. Gracias de antemano.
que la envidia nadie tiene que tener¿porque si se puede?
En debates con socialistas esta idea está siempre de fondo. Muchas veces me da la sensación de que el razonamiento es: el otro tiene más, así que hay que quitárselo y repartirlo conmigo. Desde luego en el fondo, además de la envidia, está la comodidad, o la pereza.
El dilema estaría, quizá, entre ambición y rencor. La envidia es el rencor hipócrita, trata de emular los logros del biendotado aunque públicamente le desvalorice. Ya es algo.