Existe una identidad española? Es la pregunta del siglo XXI. Consecuencia inmediata de las zozobras de los últimos 150 años, la cuestión de la identidad española se retuerce en la mente de los «pensadores» ibéricos cual dragón invencible y amenazante. Unos niegan, amparándose en la noción de «españolismo imperialista caduco» y/o «nacionalismo romántico» cuaquier forma de identidad nacional. Otros lamentan que los españoles no hemos sido capaces siquiera de ponernos de acuerdo en dos o tres símbolos positivos de identificación colectiva. Un tercer grupo no cree en la inexistencia de la identidad española. Cada vez que se airea un algo rojigualda, se demuestra inequívocamente que sí existe una conciencia nacional. (Permítanme que no pierda más tiempo que el que necesito para escribir esta línea en considerar la postura de quienes desde un nacionalismo excluyente niegan la identidad española. El tiempo es oro, ya saben)
Simplificando un poco podemos describir estos tres grupos como «moralistas», «realistas» y «constructivistas» . El moralista intenta convencernos de que el mundo es como debría ser … o que se encuentra en camino de conseguirlo. El realista se planta frente al moralista y le recuerda, con el dedo levantado, que el mundo casi nunca es como debería ser, y que lo mejor es tomarlo como es. El constructivista finalmente, intenta poner la zancadilla dialéctica al moralista y al realista y nos explica que no existen las realidades objetivas y por ello el mundo siempre es sólo tal y como lo vemos. Una identidad nacional existe sólo en tanto que percibida como tal por un colectivo… o no.
Si después de este preámbulo aún no han abandonado este artículo, tal vez se estén preguntando en voz baja cuál de los tres grupos tiene razón. La respuesta es fácil: los tres. De manera implícita, entre líneas casi, los tres grupos descritos insinúan una forma de identidad española que va cobrando fuerza con el tiempo: la identidad por exclusión.
Una identidad colectiva se entiende normalmente como la suma de características comunes de los individuos que componen un grupo social. Es lo que une a los socios de un club, o los habitantes de un país. La identidad colectiva se basa en el principio de la inclusión: características comunes son descritas como típicamente «españolas», «americanas», «francesas» y son representadas por símbolos sencillos (banderas, himnos y mitos fundacionales). Ocurre que con el tapeo, la picaresca, la curiosidad y la siesta es muy difícil construir una nación. Las nuevas «características», las que hemos aprendido durante los procesos de industrialización y globalización de los últimos decenios, apenas sí pueden adjetivarse en sentido nacional. Reconocerán conmigo que es difícil encontrar características «típicamente españolas» que sean compartidas por una mayoría de «españoles».
Pero allí donde es imposible una identificación positiva nacional mediante la afirmación de «valores» comunes, siempre queda la alternativa de intentar definirse por lo que no se es, o por lo que no se quiere ser. Y esta es una forma de definicón de la identidad española más extendida de lo que muchos pudiésemos pensar. El español se define en muchas ocasiones por aquello que le contraría. Estamos contra la guerra, contra la burocracia, contra la pobreza, contra el tabaco en las plazas públicas, contra la imprudencia al volante. Esta forma de negación contínua no sólo es apreciable en la publicidad (productos sin alcohol, sin azúcar, sin nicotina, sin alteración genética, sin conservantes, sin colorantes …), también en la política, donde los «mandamientos» han sido definitivamente substituídos por las «prohibiciones» de todo tipo. Hemos pasado del «es bueno hacer esto» al «no hagas esto». Curiosamente, el contenido identitario de una prohibición aumenta en la misma medida en que aumenta la intromisión en nuestras vidas privadas de la misma. Una prohibición colectiva asumida por cada individuo tiene un gran poder identitario, sin duda.
En una sociedad en la que la cohesión sólo se sostiene mediante manifestaciones multitudinarias «contra» algo y a golpe de asunción colectiva de las más diversas e inútiles prohibiciones, resulta evidente que la imagen del español soltero/-a cuatrocientoseurista comiendo pollo en su solución habitacional de 40 m² tiene un fuerte carácter identitario.
Los moralistas, realistas y constructivistas nos darán interpretaciones muy diversas sobre este fenómeno. Pero que la identidad española hoy es sólo un retal de identidad, es decir, la parte común que no se puede definir positivamente pues se reduce a la negación de todo aquello que no deseamos ver adjetivando lo que creemos ser, no podrá ser negado por ningún representante de ninguno de los tres grupos. Y de alguna manera, definir lo español en lo que no somos, no deja de ser tremendamente español.
Bueno, eso de que no merece la pena hablar de esencias es discutible. Creo que va siendo hora de retomar aspectos fundamentales en la discusión política y social. De formas ya hemos hablado un montón. Y de tiritas.
Lo que envías merece un post.
Bien, como no merece la pena hablar de «esencia»s ni empezar una «porra» acerca de cuándo se nos vendrá encima lo que se nos viene encima, descendiendo de las musas al teatro de los políticos, o sea, a ver qué les parece esto otro.
Pues claro! Clandestino. Yo soy incapaz de anular mi emocionalidad. Habrá quien pueda, pero no les envidio por ello.
De todos modos, me puede más el respeto por los individuos que el respeto por la nación.
Lo que nos envía (*) es interesante. Y, efectivamente, necesita digestión. Toca una de las cuestiones fundamentales (sobre la que no tengo grandes respuestas, por cierto, excepto para mí mismo): la esencia.
Qué es «esencial»? Iría para muy largo.
Luis.
El subconsciente es un maldito traidor.
«…me cuesta renunciar a ciertas herencias. Más si esas herencias se concedieron por españoles a españoles.Las otras no me interesan tanto.»
Luego tu materialismo es bastante contradictorio al ir de la mano de un vínculo afectivo. Y eso es una forma de patriotismo. Particularmente para mí, el patriotismo es una gran virtud, mientras no se lleve a extremos que puedan obstruir el derecho ajeno.
(*) Interesante disertación filosófica sobre valores como lastre en los nuevos ritmos globalizados donde economía, política y ciudadanía no encuentran el sistema que adecue la velocidad de convergencia y teniendo la imperiosa necesidad de soltar ese ‘lastre espiritual’ que permita ajustarse a una velocidad media. De pronto nos vemos inmersos en un ineludible fragor de inquietud y sin timón para redirigir toda esa energía hacia su propio encuentro con su autor, el hombre. Hemos prescindido de dar continuidad y renovar los valores de los que presindimos, y ahora estamos perdidos, sin norte, y en manos de sitemas e inmersos en dinámicas, sin norte. Solo sabemos que no podemos parar, pero sin tener claro por qué nos movemos sin cesar, entre el miedo a no encontrar referentes a nuestro hábitat ideal, por el miedo a caer en la convicción fanática o en el desencanto de la fría certeza objetiva, carente del calor de los valores. El vaciado de valores nos conduce al vacío de sentimientos, automatizándonos y aunque sufres tu dolor quedas individualizado e indiferente al dolor ajeno, con lo que también eres ajeno a la agresión de derechos y libertades de los demás, con lo que renuncias a tus propios derechos y libertades, según las reflexiones de Martin Niemöler o del Indio Juarez.
El artículo merece un tiempo de reflexión y meditarlo. Es completo y preciso pero algo rígido o radical. Quizas el autor prefiere acentuar la situación para ser mejor entendido, pero aunque solo soy un aficionadillo principiante, en esto de la filosofía, creo que la realidad aún no es tan tajante.
Si han llegado hasta el final de las 10 páginas, una recomendación. Cuando esta crisis -y la que tendremos tras 2012, que puede ser «la refinitiva»- le empobrezca, el españolito de la calle reclamará valores y tomará los primeros que encuentre, los que tenga más a mano, sin grandes análisis. Sigan escribiendo por si acaso. Un saludo.
Les propongo, señores liberales y admirado Clandestino, un rato de lectura.
No era mi intención abrir el debate sobre la necesidad de una identidad española. Evidentemente no existe esa necesidad, Berlín; pero no todo lo que existe es necesario. El mero hecho de estar hablando de ello le confiere la calidad de existente. Es sujeto de disputa.
Clandestino, las personas que vivimos en lo que llamamos España somos los desamparados, los controlados, los extorsionados. Mi realción emocional con lo español no es patriótica. Es mas bien materialista: me cuesta renunciar a ciertas herencias. Más si esas herencias se concedieron por españoles a españoles. Las otras no me interesan tanto. Es puro egoísmo que tampoco es siempre malo.
Toda vez que cada uno expresa una opinión subjetiva, creo que ni el ‘moralista’, ni el ‘realista’ ni el ‘constructivas’ tienen razón.
España, definiéndola políticamente, es una nación. Para mi, subjetivamente, lo que consolida una nación es su componente patriótico. Si no hay patriotismo, del bueno, lejos de fanatismos nacionalistas, entonces estamos ante un grupo de terroritorios y sociedades ajenos entre sí, con un estado común e intereses muy diferentes. Estoy convencido que a pesar de los esfuerzos y éxitos del radicalismo nacionalista, España sigue siendo una nación patriótica, en constante resistencia pasiva contra esas minorías. ¿Por qué pasiva? Porque el estado impide el normal desarrollo democrático de la sobereanía nacional, condicionando a las mayorías, y cediendo su soberanía a la presión de las minorías agresivas. La habitual represión a la que están sometidas poblaciones de determinados territorios, cuyo rechazo pueden alcanzar entre el 60% y 70%, en ellos, y cerca del 100% en el resto de la nación, es posible solo por el desamparo e indefensión, que les dispensa el estado, cuyos gobiernos suelen negociar soberanía nacional a cambio de poltrona, con total desfachate e impunidad, criminal.
Resumiendo, España es una nación política y ciudadana, desamparada por su estado, bajo el control de sus enemigos, mediante la extorsión propiciada por el sistema votacional, que no electoral.
Naturalmente esto también es una conclusión subjetiva, pero ‘basada en hechos reales’.
«Existe una identidad española?»
¿Tiene que existir? ¿Es la libertad más o menos importante que la identidad? ¿Se puede ser libre y no tener identidad y tenerla y no serlo? ¿Merece la pena? ¿Con gobiernos mínimos, ¿habría identidad? ¿Tendría sentido político – la identidad – si no tuvieran poder para decidir sobre los idiomas, ni recaudar más de lo que deben, ni gastar en subvenciones proidentidad, como son las televisiones?
El sociólogo Amando De Míguel, desafecto a la feliz gobernación de Rodri, entonaba años ha su Adeu Espanya! en un texto que no parece disponible online. A falta de pan, 1er comentario de este hilo.