No pocas veces me encuentro sumido en interminables discusiones sobre el sentido y sinsentido de las estructuras estatales, del Estado como «ente» en sí mismo. Repasando alguna de ellas en este u otros blogs, me llama la atención la presencia repetitiva de ciertos argumentos que creo conforman la esencia verdadera, el corazón de todo pensamiento estatista. Creo intuir que son tres los pilares básicos de toda argumentación estatista:
La fe: los partidarios del intervencionismo estatal persiguen regularmente objetivos humanitarios – sinceramente, pretenden lograr mayores quotas de bienestar para sus vecinos. En la mayoría de los casos, es una percepción casi obscurantista del Estado la que ayuda de forma definitiva a considerarlo como un medio o instrumento conveniente para tales fines. Me explico. El Estado es percibido como una especie de institución omnipresente, omnipotente y omnisciente, que mediante una forma indefinida de «magia» (fruto acaso de la perfección evolucionista) es capaz de solucionar prácticamente cualquier problema. Ésa es la razón por la que desaparece la curiosidad por saber exactamente cómo funcionan los monopolios del poder y sus agentes. Más aún, nadie se pregunta si realmente la «institución» es la más adecuada para solucionar un problema concreto. Nos encontramos ante una especie de credulidad indiferenciada y no pocas veces indiferente. Es sobre ese abono que germinan y crecen argumentos del tipo: «No puede ser que se abuse de los niños, los trabajadores sociales deberían controlar mejor a las familias» Cualquier pregunta sobre las posibles desventajas de la solución propuesta, sobre la cualificación de los agentes sociales para llevar a cabo la tarea o sobre la base moral de tales intervenciones desaparece, víctima de la fe inquebrantable en el poder infalible del Estado.
La inversión de la carga de la prueba: Hay quien exige – con toda razón – que quien reclama el uso de la fuerza para limitar el libre albedrío debe, imprescindiblemente, demostrar la necesidad de la medida propuesta, contrariamente a quien defiende el libre albedrío frente al poder. En la vida real, sin embargo, nos encontramos por lo general con el fenómeno contrario. No se discute o se critica el sentido o sinsentido de la intervención estatal, sino sobre los posibles peligros que conllevaría la no-intervención del Estado. En nuestro ejemplo, la pregunta dominante sería: «qué le puede ocurrir a un niño si el estado no vigila a las familias?» Lo que convierte la intervención estatal en una «saludable» forma de prevención. Nos encontramos así en una situación en la que el defensor de la libertad es quien debe demostrar que la ausencia de medidas de fuerza (vigilancia del Estado) es la mejor propuesta posible. Esta regla básica del «in dubio pro potestas» nos lleva en última consecuencia a la situación que me permito explicarles de la mano de un «Ministerio para Asuntos del Sol». El Ministerio para Asuntos del Sol fué creado desde el consenso según el cual la luz del sol es beneficiosa y la institución mágica Estado debe asumir la tarea de proteger y fomentar el número de días de sol. Si llegase un liberal manifestando que tal Ministerio no es más que una forma de derrochar el dinero de los contribuyentes y exigiendo su eliminación, el estatista le respondería: «Pero fíjate, ahora sólo esta nublado cada tres días. Quién sabe lo que ocurriría si eliminásemos ese ministerio, le debemos tanto al sol! Puedes tú, liberal, garantizarme que no disminuirán los días de sol? No puedes, no. Por eso lo mejor es mantener el ministerio.»
La imagen del ser humano: Tanto los estatistas ingenuos como los humanistas, ambos objeto de este escrito, tienen en común una imagen esquizofrénica del ser humano. En otras palabras: se le atribuyen o presuponen al prójimo las cualidades negativas que niegan vehementemente cuando de sí mismos se trata. El estatista parte de la base según la cual sus prójimos son, o menos responsables o más ignorantes que él mismo. Volviendo a nuestro ejemplo de la protección de niños en la familia, el estatista argumentaría: «Sí, naturalemente que me ocupo de mis hijos, pero otros no lo hacen, son demasiado cómodos o amorales. Por eso la escuela obligatoria y la formación en ella por parte del Estado es tan importante: de no existir, asistiríamos al envilecimiento de los niños. Algunos incluso pondrían a trabajar a sus hijos» Desde este punto de vista queda cerrado el círculo de pensamiento estatista: la presupuesta incompetencia del prójimo es el complemento ideal de la presupuesta omnisciencia del Estado poderoso. Ambas ideas juntas no sólo propician la defensa de la intervención estatal: si las combinamos con el principio de la inversión de la la carga de la prueba, prohíben «per se» el riesgo de cualquier experimento «liberal».
No olvidemos, de todas formas, que este estatismo ingenuo-humanista apenas si juega un papel secundario en la realidad de un Estado. La gran mayoría de las intervenciones del Estado se limitan, simple y llanamente, a proporcionar ventajas para un grupo a costa de otro grupo. Sin esas ventajas como resultado final, no habría motivos para los agentes del estado a la hora de realizar una intervención. Pero el estatismo ingenuo-humanista es indispensable para la legitimación, el fundamento psicológico de la acción del Estado. Incluso las más absurdas ventajas proporcionadas por el estado se recubren así del manto humanista, de manera especial en los estados de bienestar occidentales. He de reconocer a los ciudadanos inanimados de estos estados sus buenas intenciones; después de todo, el Estado no sólo se basa en su capacidad de violencia, también en la anuencia de sus sujetos. Y, aunque tal anuencia es perfectamente comprable, ello no encajaría en el marco moral de la mayoría de los ciudadanos. La Causa Justa se convierte así en el corazón del estatismo, es la que posibilita el sueño tranquilo y libre de remordimientos de los abogados de la represión.
No se queden sólo con el ejemplo del niño desprotegido como paradigma de la relevancia del estatismo ingenuo-humanista, apliquen estas ideas a tantas otras „buenas causas“: el ecologismo, la cultura, el mundo laboral y empresarial. Ahora bien, si es usted liberal (o cree serlo), no olvide nunca complementar su racionalidad con buenas dosis de moral y psicología. El camino hacia la libertad no viene determinado en primera instancia por su cartera, sino por el corazón de los hombres.
Judas, si no confundieras «Ley» con «Estado» serías un magnífico liberal de izquierdas (si es que eso existe)
Todo lo que afecta al individuo es privado. Y los límites los pone la ley, no el estado. La ley es la que limita la posibilidad de que haciendo uso de mi derecho privado destruya o afecte el de los otros. Pero es que antes de la ley hay otra instancia: el individuo responsable, consciente de que sus actos no pueden afectar la privacidad ni los derechos de los otros. Yo, por más que me esfuerzo, no veo al estado en ningún sitio. Veo individuos, interacciones, ley y jueces/árbitros. Pero eso es teoría.
En la práctica tú y yo nos encontramos en innumerables ocasiones: refréndum constitucional, revisión peródica, cambio del sistema de representación…. por algún sitio habrá que empezar a desmontar el tinglado estatal y su omnipotencia.
Perdona por la tardanza en la respuesta, Luis, pero de vredad pensé que preferías que parara.
No voy a entrar en detalles, porque estoy preparand algo en mi casa al respecto, pero no quiero dejar de contestarte a este último comentario.
«Me dirás que es pefecto, que disfrutamos de una sana democracia»
No, ni de lejos. En mi casa ya dije que esto de España está muy lejos de ser no ya una democracia (que es algo a mi juicio vacío sin adjtivos que lo acompañen), sino una democracia humanista. Muy muy lejos.
«que el estado no se inmiscuye en los asuntos paticulares de la gente»
Claro que se inmiscuye. Un asesinato en pareja es un asunto privado. El problema viene al delimitar el concepto de «privado», y para eso primero hay que delimitar qué es el Estado. En la situación actual, una aberración burocrática gigante e ineficaz que se mete en cosas que YO considero privadas.
«que no hay discriminación positiva»
Ya escribí al respecto y me llovieron palos desde mi trinchera…
«ni beneficios de unos a costa de otros»
Y te digo más: son desigualdades constitucionales… con todo lo negativo que ello conlleva.
«Me dirás que, aún con defectos, esto que tenemos es mejor que la ley de la selva.»
A pesar de todo, sí. Pero de ahí espero que no infieras que blogueo o pienso por la continuidad…
Pero ese pensamiento se basa en cosas más profundas. En bases de pensamiento. Desde mi perspectiva, desde lo que alguien ha llamado «positivismo racionalista» (y creo que me queda grande), sí, esto es indudablemente mejor que la ley de la selva. Aún siendo horrible, es mejor. Igual que morir mientras duermes es mejor que ahogado, pero morir no mola nada.
Pwero hasta aquí nada tiene que ver con la democracia. Una democracia puede ser totalitaria si niega derechos a minorías en base a deseos de mayorías. Una democracia puede (per se) incluir discriminaciones positivas en su ordenamiento. Puede incluso meterse en la vida personal de la gente. Y sin dejar dde ser democrática.
«Y que no soportamos el sistema que vivmos, pues es el que hemos elegido.»
Aquí ya etraríamos en las cosas de referéndum constitucional. Precisamente yo abogo por una revisión periódica de nuestra Carta Magna para que, de forma efectiva, seamos nosotros quienes hayamos decidido.
No te puedo decir que es el que hemos elegido, porque eso sería negar la Historia y la Realidad, pero tampoco te diría que se nos ha impuesto. Es una pregunta para la que no tengo respuesta.
P.D. He visto tu entrada con los comentarios cerrados. No tengo idea de a qué se debe (parece que soy un mal entendedor), pero sabes que, a pesar de nuestras diferencias políticas, hay algo más debajo. Un saludo.
Hombre, Judas, lo de «fin de la charla» es retórico. Aquí no se cierran hilos.
Me dirás que es pefecto, que disfrutamos de una sana democracia, que el estado no se inmiscuye en los asuntos paticulares de la gente que no hay discriminación positiva, ni beneficios de unos a costa de otros. Me dirás que, aún con defectos, esto que tenemos es mejor que la ley de la selva. Y que no soportamos el sistema que vivmos, pues es el que hemos elegido.
Bueno, espero que no, que tú no me digas esas bobadas.
«Fin de la charla.»
Vale, me guardo mi respuesta. Pero debes saber que tu argumentación, aún basada en títulos exclusivos de personalidad personal, es erronea e incoherente. La explicación, para cuando se abra la charla. Por poner un ejemplo que me permito no callarme a pesar del cerrojo, la frase
«Yo te demuestro que ello es así de forma muy sencilla: si no fuésemos ignorantes de nuestra circunstancia, no soportaríamos el sistema que vivimos»
sencillamente no hay por dónde cogerla.
Como conclusión, elijo que no se me salve de nada. Gracias, me basto.
Ya está. Yo no pude decirlo tan corto y tan bien. Fin de la charla.
Judas, te esfuerzas en vano, y creo adivnar la razón:
tú dices:
justamente donde yo digo:
Tal vez es por eso que no nos encontremos. Buscas un enemigo dialéctico donde no lo hay, y caes en argumentos que ni tú mismo defiendes al 100% para rebatir los que supones se esconden tras mis palabras (no he dicho ni na sola palabra de iusnaturalismo, por ejemplo)
Un ejemplo: la constatación de que una gran mayoría vive en la ignorancia voluntaria o involuntaria de su propia realidad la hago a título exclusivamente personal, no en nombre de una ideología o de un grupo. La única respuesta válida a mi afirmación es demostrar que eso no es así. Yo te demuestro que ello es así de forma muy sencilla: si no fuésemos ignorantes de nuestra circunstancia, no soportaríamos el sistema que vivimos. Los que no lo hacemos, somos sospechosos siempre de «algo», como mínimo de arrogancia. Los que lo son,la mayoría, no son sospechosos de nada, pero son los que mantiene el sistema vivo. O acaso aquí también me equivoco? O hablo en nombre de…?
Complementando la entrada, se me ocurre que el canario en la mina estatista puede ser la falta del sentido del humor. En los regimenes dudosamente totalitarios, semitotalitarios, cuasitotalitarios, totalitarios, donde cualquer critica al poder ha sido abolida, solo el humor permanece como forma de insumision más o menos eficaz.
Es cierto que en todas cortes existieron bufones, a los cuales estaba permitido reirse de ministros y regidores, hasta del propio rey; pero esto sucedia porque sus burlas se consideraban inofensivas, ya que los bufones estaban clasificados entre los animales domesticos.
El verdadero humor, para sobrevivir, tiene que aprender a sortear la censura por el dictador. Recurrirá a un estilo equivoco, utilizando expresiones que dicen una cosa y quieren decir otra, que incluso alaban aparentemente aquello que en realidad fustigan. Si la censura se hace mas severa, un bueno humorista no se volvera mas timido sino mas sutil. Entre ingenios refinados circula el siguiente axioma: la sátira que hasta un censor entiende merece ser prohibida.
Es probable que al final haya que repartir entre los lectores un libro de claves: donde dice verdad, léase ideología, donde dice cobre, léase hierro, donde dice joven, leáse hipopótamo, donde dice libertad léase errata.
Ultima trinchera de las fuerzas de oposición, el humor retumba como única voz de los afónicos, como defensa en línea de los indefensos que, al exorcizar el miedo, hallan su valor y, al desacreditar la amenaza, privan al déspota de su principal arma psicológica.
Por desgracia, el impotente continúa siendo impotente. Es un recurso de última instancia, patafísico, que no confiere poder en otros niveles. Se ríe de quienes recurren a él.
Las mafias gubernativas de los Borgia para acá siempre han operado creyendo que el juego es de verdad y en eso consiste su error, pero también su espantable fuerza opresiva cara a la gente. El bienhumorado, impotente, más lúcido, más escéptico también, sabiendo que todo es juego, juega a jugar su propio juego y ahí estriba su debilidad a la vez que su estatura.
Descubrió que la vida era sueño y se mofaba del rey, que sueña ser Rey; y tal descubrimiento le confería un cierto poder disolvente, corrosivo, pero este poder iba a disminuir notablemente en cuanto se diese cuenta de que solo estaba soñando, de que solo había soñado haber descubierto que la vida es sueño. Demasiado lúcido, demasiado disuasivo. En términos generales, más apto para consolarse que para conceder la victoria. Es una nota que intenta mantenerse al margen en la historia oficial escrita por los vencedores.
Usted sabe que no siempre nuestro enemigo es el miserable que está enfrente. Existe otro miserable más peligroso porque se halla oculto dentro de nosotros mismos, tan interiorizado y asimilado ya, que lo consideramos un colaborador más que un opresor. Esa estructura mental que condiciona nuestros hábitos de pensar y sentir, y que llamaríamos sumariamente, la basura.
Todos tendemos a justificar esa basura, a interpretarla como blasón y lápida, como conciencia ordenadora. Pues bien, cuando no es un engaño, es una dimisión. Si algún día llegásemos a plantearnos la cuestión a fondo, descubriríamos la raíces mismas de la desgracia.
Sucede que llevamos demasiado tiempo bajo la influencia de un difuso poder represivo que ha gravitado fuertemente sobre nosotros, imponiéndonos una concepción y hasta una percepción del mundo, originando muchas restricciones mentales, obligándonos cada vez más a vivir dentro de ese territorio acotado que es el orden convencional. ¿Por qué lo hemos tolerado?
A cambio de tal empobrecimiento, de tal reducción de campo, hemos obtenido la seguridad, nuestra seguridad colectiva interna. Permítame que me haga el gracioso, no amo la libertad, sólo jodo con ella, sólo me permito algún contacto furtivo con ella. Mi verdadera compañera, muy sosa pero muy comprensiva, a la cual difícilmente renunciaría, es la seguridad.
De ahí las reservas íntimas contra el humor, la resistencia a dejarse afectar por él. Sabemos el grave riesgo que correríamos: a la vez que derriba las bardas del corral, a la vez que amplía la visión del mundo, destruye nuestras defensas lógicas que, de pronto, ya no lo parecen tanto, impone la vertiginosa experiencia de la libertad, obliga a replantear todas las convicciones, las de los quince, los treinta y los cincuenta, antes y ahora. Sabemos que su acción sería saludable, pero dolorosa.
Seguimos, Luis.
«Los ignorantes incautos de los que hablo (que conforman la mayoría de lo que hoy llamamos sociedad)»
y
«Es precisamente el estatismo (el conservador y el progresista) el único que se autoarroga la capacidad de conocer al ser humano»
juntas, ¿no te chirrían? ¿El estatismo es el único que se autoarroga la capacidad de conocer el ser hunano, pero alguien, en este caso tú, puede describir a la mayoría de sus miembros con un «ignonantes»? Acabas de duplicar la autoconcedida superioridad moral progre y no sé si sopesado las consecuencias argumentales de las afirmaciones.
Entrando en materia: no, no es cierto que el estatismo sea la única corriente que diga conocer la naturaleza humana. Yo mismo he leído en inumerables reseñas, entradas, artículos y demás de liberales renombrados y anónimos cómo se aseguraba que esa ideología se basa en la naturaleza humana; algunos incluso añaden que es la única, y por tanto la única válida. Concretamente, el liberalismo de corte iusnaturalista necesita esa premisa (Ley Natural asociada a naturaleza humana) para no perderse en el relativismo.
Segundo: declarar abiertamente que consideras medio analfabetos a la inmensa mayoría de la población y luego creer a ojos ciegos en la autoregulación mercantil y en lo pernicioso del «miedo a la libertad» se me antoja, como poco, irresponsable, y me recuerda a esos debates sobre si cierto liberalismo de propio irreal no sopesa que conlleva retrotraernos al medievo. Claro, será que como ambos no somos de esos «ignorantes» esta vez nos tocará ser condes, duques o cortesanos. Los «ignorantes» pronto dejarán de ser un problema.
Tercero: yo no uso argumentos historicistas para probar mi tesis, sino que los uso como contraargumento ante otro del mismo tipo. Por supuesto la Historia ni es lineal ni finalista, ni la evolución menos. Pero quienes dicen basarse en la naturaleza humana (esto es, la evolución) para plantear su liberalismo clásico y quienes plantean la Historia como legitimadora (esto es, liberalismo conservador que sigo sin entender) no pueden luego exigir que no se use el mismo argumento para criticarlos.
Tercero bis: esto del historicismo viene de la inversión de la carga de la prueba. Espero seas consciente de que los mismos argumentos que usas contra el historicismo valen para el iusnaturalismo, base del liberalismo clásico, y del propio historicismo, base del liberalismo conservador. Ante tu declaración de negación sobre la naturaleza humana (que lleva aparejada, a mi juicio, un descreimiento en Leyes Naturales axiomáticas en favor de positivas), ¿infiero que te puedes encuadrar en el liberalismo precisamente positivista? Sería una sorpresa.
Cuarto: acepto totalmente que no te des por aludido por esto que escribo. Yo no te estoy discutiendo tu liberalismo concreto, porque no sé realmente cuál es, pero sí puedo criticar tus palabras por ser categóricas («es precisamente el estatismo el único que se autoarroga…») cuando ejemplos traigo de lo contrario. Del mismo modo, me defiendo de cosas como «El igualitarismo buenista y proteccionista resulta justamente en todo lo contrario al progresismo pretendido: se detiene en la inercia del mínimo nivel de exigencia.» diciendo que en mi izquierda el igualitarismo lo es en tanto ante el Derecho. No creo en el igualitarismo adocenante ni normalizante, sino en el igualitarismo de derechos. Y sí, es una idea buenista, pero aún nadie me la rebate (porque presunpongo que muchos están de acuerdo, pero decirlo queda mal, y siempre es mejor inventarse un igualitarismo serializante al que dar palos).
Un saludo.
1. Estamos rodeados de tontos pues. Y me alegro que te tengas por una excepción. Las teorías económicas no son dogmas de fe. Como tales, son discutibles. Los ignorantes incautos de los que hablo (que conforman la mayoría de lo que hoy llamamos sociedad) no son es capaces de discutir nada desde la razón, pues carecen de la formación necesaria para ello. Por eso creen, no piensan. Elitista? Sí, y?
2. El argumento historicista es, precisamente, el más falaz de todos. Hacer del resultado de un proceso evolutivo una verdad cuasiabsoluta es una contradicción: o algo es resultado de la evolución social, mutable y mejorable por ello, o no es mejorable ni mutable, por lo que no puede ser sujeto de evolución. Se ha terminado la historia … cuándo? Todos los resultados de un proceso evolutivo son «buenos»?
3. Es precisamente el estatismo (el conservador y el progresista) el único que se autoarroga la capacidad de conocer al ser humano y mejorarlo. El liberalismo con el que yo me identifico, Judas, niega la capacidad de conocer el ser humano en sus últimas consecuencias. El determinismo, la idealización de un «fin» que ello conllevaría (todos semos güenos, o muy malos) impediría en buena lógica uno de los principios fundamentales de todo liberal 8repito, tal y como yo lo entiendo): NO somos iguales y NO debemos de serlo. Sólo desde la diversidad que nace de la diferencia es posible crecer, evolucionar, innovar. El igualitarismo buenista y proteccionista resulta justamente en todo lo contrario al progresismo pretendido: se detiene en la inercia del mínimo nivel de exigencia.
P.D. No todo estatismo es utilitarista… o al menos no todo debería serlo. Hay espacio teórico para más.
Y la moral, para las religiones.
Pues a mí personalmente me parece superficial. Es un resumen de los argumentos ya manidos.
Fe. No creo que, por ejemplo, el señor Iracundo, estatista de pro, tenga «fe» en la «magia» de un Estado. Él confía en el ordenamiento concreto de un modelo de Estado concreto. El ejemplo de “No puede ser que se abuse de los niños, los trabajadores sociales deberían controlar mejor a las familias” no tiene precio: esa persona no es que sea estatista o tenga fe, es que es un poco tonta. Sin embargo, sí encuentro fe en aceptar la autregulación del mercado como dogma, o la existencia de algo tan grande como la naturaleza humana, estados de fe donde los liberales ganan.
Inversión de la carga de la prueba. Bueno, yo no soy iusnaturalista, pero el liberalismo clásico parece serlo. Sigo esperando que alguien me muestre los fundamentos de la Ley Natural, mientras me dicen que es algo autoevidente. Por esa misma regla de tres, podríamos decir que el Estado es en efecto la forma «natural» de acuerdo con la «naturaleza humana» para organizarnos. A ver quién es el guapo que lo niega. En este asunto, por ejemplo, la Historia prueba la viabilidad del Estado. Si hemos de exigir pruebas, aunque sea dialécticas o racionales, exijámoselas a quienes quieren hacer tabula rasa.
Imagen del ser humano. No es el estatismo como teoría el que dice basarse en el «conocimiento tan claro de qué es el ser humano como para proclamar que esta ideologóia es la única compatible con aquél», como sí se hace con el liberalismo. Todas las ideologías tienen una imagen del ser humano. El estatismo dirá que son malos, que necesitan tutela. El liberalismo que no, que se «autoregulan». Ninguno expone pruebas. Y por ejemplo el liberal Aquiles tiene más «miedo a la libertad» que algún izquierdista que yo conozco…
Como ves, amigo Luis, esos Tres Pilares que definen el estatismo no son exclusivos de éste. Ni siquiera definitorios, porque se dan juntos en muchos otros sitios.
Un saludo.
Me alegra que te guste, fbl. Lo malo de todo esto es que éstas y otras reflexiones similares son las que deberían ayudarme a la hora de votar en las próximas elecciones. Ayudarme a votar? Je. 😉
Brillante, directo al corazón de la moral estatólatra del arquetípico izquierdista buenista que cree en la utilización de la violencia estatal con fines «filantrópicos». Claro, ni se plantean los medios, ni las consecuencias más allá del cortoplacismo cegato. Genial entrada.