El próximo día 23 de enero se reunirán de nuevo nuestros padres putativos para decidir, como siempre a nuestras espaldas, cómo protegernos mejor de nosotros mismos. Los oligarcas de la UE planean presentar ese día un paquete de medidas encaminadas a reducir las emisiones de CO2, ignorando si tales medidas surtirán efecto positivo o negativo sobre el clima. Una de esas medidas consiste en obligar a las empresas al pago de un canon por cada tonelada de CO2 emitida. Medida que acarrea un aumento de los costes empresariales globales de varios miles de millones de euros. Las consecuencias pueden ser verdaderamente catastróficas:
According to official documents quoted by Financial Times, commission experts admit that the changes will particularly affect Europe’s aluminium producers as they are least likely to manage to absorb the increased costs resulting from the proposals.
For chemical-, steel- and cement-makers the main impact would be that they would have to raise prices by between 5 and 48 percent, which would weaken their competitive position against firms from economic superpowers such as the US or China.
Por qué hablo de catástrofe? La industria se verá obligada a abandonar Europa como lugar de producción. Si algo ha quedado claro en la Conferencia de Bali es que los grandes concurrentes de Europa no están por la labor de salvar el mundo de las ficciones y mentiras algoristas. China, India, USA, Japón, Australia, Canadá … forman un elenco de posibles receptores de la producción indistrial nada desdeñable. El objetivo del movimiento ecomarxista es devolvernos a la edad media, a la dependencia económica. Todo ello bien camuflado tras la cortina de humo del cambio climático y el prometido paraíso del sector servicios como única alternativa económica. Ni una palabra sobre investigación, desarrollo o innovación. Rendición ciega al impulso lemming que marca nuestra época.
Y todavía se asombran algunos de las crecientes deserciones en las filas ecomarxistas?
In an interview with the Guardian today Sir David King, who stepped down last month after seven years as the government’s chief scientific adviser, says any approach that does not focus on technological solutions to climate change – including nuclear power – is one of «utter hopelessness».
He says: «There is a suspicion, and I have that suspicion myself, that a large number of people who label themselves ‘green’ are actually keen to take us back to the 18th or even the 17th century.»
He characterises their argument as «let’s get away from all the technological gizmos and developments of the 20th century».
«People say ‘well, we’ll just use less energy.’ Come on,» he says. «And then there’s the real world, where everyone is aspiring to the sort of standard of living that we have, which is based on a large energy consumption.»