Gracias al incansable Ángel, llego por e-mail a este artículo de Ignacio Sotelo que, de otra manera, no hubiese leído. No soy sociólogo, por lo que dejo para Wonka la tarea (si la cree necesaria) de hacer una crítica a los postulados que Sotelo expone en su texto. Tampoco sé si mucho de lo que allí leo es criticable, pues no cabe duda que la familia ha ido perdiendo peso político y económico en el transcurrir de los tiempos.
Lo que sí me parece digno de una reflexión es el carácter de inevitabilidad que Sotelo confiere al proceso de “desfamiliarización” social. Leyéndole, no sólo parece inevitable, parece incluso bueno. Es más, sólo los “conservadores” se aferran al concepto tradicional de familia, íntimamente unido, insinúa el autor, al sacramento del matrimonio. Grave error. La familia es el medio natural de desarrollo del ser humano, por mucho que los colectivistas como Sotelo se empeñen en socializar absolutamente todo.
Es indiferente el tipo de contrato por el que se forma una familia (matrimonio civil, religioso, contrato entre partes, escrito, verbal) siempre que se cumplan las, para mí, dos condiciones indispensables: voluntariedad y responsabilidad. Una familia sólo puede surgir de la decisión voluntaria de sus integrantes y en la contínua revisión de la responsabilidad y las obligaciones que ello lleva consigo. Cuatro que se unen para formar una comuna no son una familia, dos que lo hacen para obtener mayor regularidad en la satisfacción del deseo sexual tampoco (por poner dos ejemplos, hay más) La familia tiene vocación de transcendencia: se transciende a sí misma por los hijos. Y es en esa labor en la que cumple su tarea natural: la consevación de la especie. Para ello no basta con procrear, hay que educar. La familia es la que, desde sus valores y su experiencia, muestra a su descendencia la mejor forma de adaptarse al medio para sobrevivir. Esto, que no es en absoluto fruto de una visión conservadora de la sociedad, sino de la asunción de uno de los principios naturales más obvios, es justamente lo que me separa de Sotelo: el ser humano no es una hormiga ni una abeja, nuestro acerbo genético, nuestro ser natural no es colectivista. No es (como ya quedó demostrado con la eliminación por “selección natural” de toda cultura que se arrogaba la capacidad de decidir quién vivía y quién no) la nuestra una especie que se perpetúa por y para ella misma. La nuestra es una especie que se perpetúa mediante decisiones individuales, maldición inherente al tamaño de nuestro cerebro y las consecuencias no racionales que de ello se derivan.
Sotelo, impulsado por su inmensa vanidad, se deja llevar por la euforia de su discurso acabándolo de la peor manera posible:
Primero miente, al afirmar que “Reconstruir, o por lo menos afianzar la familia burguesa, reponiendo al marido en el anterior privilegio de ser el sustento económico y único administrador de los bienes familiares, significaría, por lo pronto, prohibir el trabajo de la mujer casada y desmontar el Estado social.” Miente, pues es consciente de que muchos de quienes defendemos hoy la familia ni pretendemos reconstruir una forma “burguesa” de la misma, ni olvidamos en nuestro quehacer diario lo obvio: el sustento económico y las labores propias de la familia sólo es posible desde la suma de las libertades de sus miembros, nunca desde la prohibición a uno o varios de ellos para realizar esta u otra tarea.
Luego da por cierta su particular visión de la realidad, dando por finiquitada la familia como tal: “Dudo que lo pretendan los que se declaran defensores a ultranza de la familia en proceso de disolución.”
Y termina, exultante, delatando el verdadero fondo de su pensamiento: “La cuestión peliaguda es cómo se resolverá, en un futuro no tan lejano, la reproducción y educación de las nuevas generaciones.”
(Y pensar que había escrito cosas tan buenas como ésta…)
La regulación del matrimonio homosexual, Lino, no es ni buena ni mala ni todo lo contrario. Es consecuencia natural de la intromisión del estado en la vida privada de las personas. En su día, empujado por las iglesias, asumió el control del matrimonio tradicional. Le dotó de prebendas y beneficios y de esas aguas estos lodos. Si una “unidad familiar” tradicional tiene beneficios del estado, la no tradicional ha de disfrutar de los mismos beneficios. Paso equivocado, pues el correcto hubiese sido retirarse de todo lo que tuviese que ver con el asunto.
A la familia se la defiende desde la familia, no desde el estado.
Pues yo creo que en todo esto está de fondo la regulación de los matrimonios de parejas homosexuales.
Es algo así: como es inevitable la disolución, voy a regular la ley para que la forma tradicional desaparezca. Y así le damos un empujoncito al tema.
😉
Saludos
El asunto, Angel, Luis, es lo suficientemente descarnado como para que cualquier comentario no esté teñido de las propias subjetividades y convencimientos como para poder hacer un análisis objetivo.
Ignacio Sotelo, como no puede ser de otro modo cae en las propias de todo socialista que mas que tratar de encontrar solución a un problema planteado más parece regodearse en lo que el llama el “fin de la familia” que en la propia evolución de la institución de la familia a lo largo de este último siglo y en cuales son las verdaderas causas de dicha… decadencia del modelo familiar. Y como no podría ser de otro modo una de las principales causas a las que alude es al Capitalismo y a la propia concepción de la individualidad.
Sin dejar de ser cierto no hemos de olvidar la multitud de interferencias que el Estado, muchas veces promovidas por la propia Iglesia Católica en aras de la propia defensa de la familia, para primero darle forma jurídica civil y luego generando sistemas de protección social. Esos mismos derechos que se obtenían una vez enrolados en los cánones morales que los sustentaban, la familia formalmente constituida eran, en esencia una afrenta hacia aquellos que renegaban tanto de dichos preceptos morales y religiosos.
Visto desde el individualismo, las relaciones personales son sólo consecuencia de la, cierto Luis, voluntariedad y la responsabilidad. Si se dejaran de lado todas las leyes basadas en preceptos morales, religiosos y sociales, si se dejara de lado toda intervención del Estado en la vida privada de las personas…¿podrí amos afirmar que la familia seguiría siendo el baluarte fundamental de la sociedad?
No. Y sin embargo tengo el convencimiento que tanto lo uno como lo otro son causa y efecto de la situación actual. El capitalismo, causa y origen del enorme aumento de la riqueza, ha permitido a la mujer independizarse del hombre en lo económico y a los hijos de los padres, en vez de estar a la espera de una herencia y ayuda económica que los hace dependientes. El socialismo y el moralismo legal aportando leyes que interfieren en el natural deseo de las personas de actuar fijando deberes por encima de los deseos individuales, tales como obligación de compartir le manutención de los hijos una vez disuelto el vinculo matrimonial, o simplemente obligando a los padres naturales a soportar dicha manutención, hace que el procrear sea en si un riesgo que a muchos les eche para atrás por el propio coste de dichas obligaciones como por la sensación de “estar obligado” a mantener relaciones para las cuales, en la actualidad sobre todo, no solemos estar preparados.
Una educación alejada de enseñar el valor del respeto y la generosidad para con los propios familiares y fomentadora de un egoísmo alimentado con chuches y caprichos, al ser menos costoso anímicamente que el negarlos, hace que la edad del pavo a muchos les dure hasta pasados los cuarenta años. Y eso no ocurre por ninguna corriente ideológica, sino que es causa y consecuencia de la comodidad que nos facilita la riqueza y el fácil acceso a muchas comodidades y bienes que nos hacen la vida más fácil y que hacen menos preciso el grado de ayuda que los vínculos familiares facilitaban antaño.
Por tanto, viendo que tanto el aumento de la riqueza, traído por el capitalismo, como el aumento de la intervención estatal, de raíz moral y raíz socialista, ha permitido es la relajación de dichos vínculos ante la menos necesidad de ellos.
¿Cual será el futuro? Se pregunta Sotelo al final. Pues dependerá.
En la opinión de un individualista y crítico furibundo de la intervención del Estado en la vida privada de las personas, la riqueza, por sí sola no tiene por qué impedir que se sigan dando lazos familiares. Mientras que una intervención del Estado hacia una orientación o hacia otra, como hemos visto en las leyes morales salidas de la concepción religiosa como de las leyes actuales propensas a proteger a todo aquel que tenga dificultades en el caso de problemas familiares ha demostrado que la institución ni está suficientemente protegida antes y si puede estar bastante atacada ahora.
La cuestión fundamental de todas formas es que las familias actuales tomen conciencia de que son ellas las garantes de que la institución permanezca, siendo conscientes de que la educación de los hijos será el mejor baluarte para su defensa. Dejarlo todo en manos del Estado es la mejor manera de que podamos llegar al ideal socialdemócrata de la novela de Aldous Huxley, “Un mundo feliz” en el cual los seres humanos son hijos del Estado, desde su concepción hasta el final programado de su vida.
La verdad es que no tengo mucho que decir, salvo coincidir contigo en tus argumentos, insistiendo en que no hay nada de inevitable en la “disolución” de la familia. El que haya formas de organizar la reproducción más diversas no las hace igualmente deseables ni probables: la gente sigue prefiriendo, en casi todos los países (con la excepción de alguno nórdico), una familia tipo matrimonio + hijos. Otra cosa es que consigan sus deseos o que los matrimonios iniciados lleguen a buen puerto. Pero son poquísimos los (las, más bien) que prefieren, por ejemplo, las formas monoparentales frente a las biparentales, o los que creen que las familias mixtas (con cónyuges e hijos procedentes de matrimonios anteriores) son estupendísimas y un modelo a imitar. Muchas de esas “nuevas formas familiares” no son más que resultados poco deseados de otro tipo de decisiones que estamos tomando: sobre todo en el campo de la educación y el trabajo. No son primeras opciones, sino, más bien, resultados con los que no tenemos más remedio que aguantarnos. Dicho todo esto, claro, en términos bastante generales y requiriendo de matizaciones que no vienen al caso en un comentario corto como éste.
(*) No dejas de tener razón tanto en cuanto hablas de conceptos morales y atendiendo a lo que la historia de las sociedades nos ha traído, pero la sociedad actual, la moderna, no la musulmana que sí tolera el concubinato pero garantiza derechos a los hijos “legítimos”, ha eliminado la aleatoriedad de la procreación por la certeza de la no procreación gracias a los métodos anticonceptivos y, como estamos viendo ahora mismo de forma trágica y sangrante, con el aborto, incluso de más de siete meses a los que cabría llamar asesinatos.
Por tanto la capacidad de procrear, a día de hoy no es fundamento final de las relaciones personales duraderas, sino, hablando de la familia, la voluntariedad de formalizar un vínculo más allá del capricho momentáneo en el cual se exigen, como antaño, fidelidades y contraprestaciones con las cuales asegurar, en alguna medida, la continuidad de dicha convivencia. Unos formalizarán un contrato matrimonial, otros no, pero la procreación a día de hoy es extremadamente voluntaria.
Sin embargo una educación orientada a preservar el vinculo familiar sí sería mucho mas efectivo para la perduración de la institución familiar.
Y ojo, cuando diga la educación me refiero al tipo de educación que se da en la familia y a la capacidad de los padres a decidir sobre la educación que reciba en los colegios. Por ello, para todo individualista, el Estado no puede, bajo ningún modo, intervenir ni a favor ni en contra de una postura moral. Y si de preservar la institución familiar hablamos, es evidente que debe abstenerse de influir de manera negativa en los preceptos morales que la familia, que los padres tengan sobre el particular.
Una de nuestra frivolidades de moribundos, casi sentenciados en lo demográfico, ha consistido en haberle quitado peso específico a la vida matrimonial.
En todas las demás culturas de la tierra el matrimonio es la forma absoluta de ser adulto: no se puede estar no casado, sin pareja y sin descendencia, si no es por accidente y como una desgracia.
Todo miembro del grupo en edad de procrear, procrea y, aunque tenga libertad para tener otras uniones concubinarias, siempre una parte de su prole ha de ser legítima, reconocida y concebida por una esposa oficial. Esto puede que llegue a poderse conceptuar etológicamente de “adaptación filogenética”.
Las cosas tal como son y las experimentamos, al acercarse a la treintena al menos, no son precisamente alentadoras e ilusionantes.
Bastante gente se separa con la ilusión de ir a encontrar otra persona ideal para sus necesidades “amatorias”. Y rara vez se encuentra. O se vuelve a caer con otra persona idéntica en el carácter a la que nos hacía la vida imposible.
Muchos se comportan como si, ojo al dato, “creyesen en el hombre”. Y en el hombre es en quien menos hay que creer y con bastante probabilidad no hay persona alguna que pueda llenar las aspiraciones de nadie.