El Estado se ha ido apropiando de «derechos» que considero son prerrogativa exclusiva del individuo. La circunstancia se ve agravada en la mayoría de los casos por el hecho de que el Estado desarrolla esos «derechos» en situación de monopolio. Uno de esos monopolios estatales es el de la violencia. Un Estado que monopoliza el uso de la violencia se convierte en factor de peligro y amenaza para sus administrados.
Se me ocurre que existen 6 posturas frente a los peligros que esconde este monopolio estatal y que, de alguna manera, nos definen a todos:
1.) La posición del indeferente: Simplemente no se plantea enfrentarse al estado como fuente de peligro, de amenaza para su integridad. En aquellos casos en los que la presión estatal es demasiado fuerte el indiferente recurre al escamoteo (evasión de impuestos, trabajo negro, …) o simplemente no observa las reglas ( se salta los límites de velocidad, fuma un porro de vez en cuando, …) El indifierente prefiere dejarse llevar y sus pequeñas «tropelías» le son suficientes para creerse un «rebelde».
2.) La posición del cínico: reconoce perfectamente el peligro del Estado como Institución, por lo que intenta manejarla en propio interés.
3.) La posición del colectivista: consciente de que la violencia del Estado es incómoda, pretende al menos una reducción de los mecanismos de imposición estatales, no pocas veces bajo la disculpa de la «eficiencia». Los medios más recurridos para ello son la «armonización» (todos iguales) y el centralismo.
4.) La posición del liberal clásico cándido: reconoce perfectamente el peligro del Estado. Por ello se esfuerza en compensarlo mediante la incorporación al mismo de sistemas inherentes de autocontrol. Los medios más habituales son el constitucionalismo y el reparto horizontal de poderes. De Jasay dijo en su día: “Una Constitución es como un cinturón de castidad cuya llave está en poder de la portadora».
5.) La posición del liberal clásico pragmático: reconoce perfectamente el peligro del Estado, por lo que intentará por todos los medios recortar o eliminar los mecanismos estatales de coacción y el ámbito de aplicación de los mismos, ofreciendo además al ciudadano una posibilidad de «salida del sistema». Las herramientas aquí usadas son el federalismo, el no-centralismo y, en última consecuencia, el secesionismo.
6.) La posición del anarquista: reconoce perfectamente el peligro del Estado como inmanente al sistema. Intenta por ello encontrar formas sociales alternativas basadas en el voluntarismo, la ausencia de violencia e igualdad de derechos. Spangler distinguía aquí entre los revolucionarios y los partidarios de un proceso paulatino.
Por último no puedo dejar de mencionar aquí que cada una de las posiciones descritas lleva asociada una forma de entender la moral y un grado de ilustración. A los representantes de la posición 1) les falta, sobre todo, ilustración. A los de la posición 2) fundamento moral. Déficits en ilustración y principios morales caracterizan a los representantes de la posición 3) Juntos, los representantes de estos tres grupos representan – es mi cálculo- un 80% de la población. Más o menos el porcentaje de aquellos que, desde uno u otro espectro de la vida política y/o desde el hooliganismo partidario, afirman no tener nada que temer del Estado, ni de su posición como monopolista de la violencia.
Que no cuenten conmigo.
Bien traído ese artículo de Xabier Cereixo.
Un artículo muy bonito.
Que duela España, en todo caso, quiere decir que la inteligencia que desgraciadamente se ha encanallado puede sin embargo recomponerse y recuperar la lucidez perdida, que hay una esquina de la foto lo suficientemente nítida como para todavía servir a la nostalgia, a la necesidad de seguir amando, aunque ese recuerdo duela,, aunque duela tanto como para no resignarse a aceptar la división fáctica entre hombres electrones o líderes, hombres positrones o burócratas y hombres neutrones o lectores de blogs.
Me parece una clasificación muy acertada, aunque no sé si son más peligrosos los indiferentes que los que intentan utilizarlo para su propio beneficio. Lo pienso principalmente porque los primeros son la gran mayoría, y sin ella no habrá cambio posible.
Ya no tenemos ni eso… ¿usted es soberano, D. Luis? la moneda está en Frankfrut, las fronteras en el Kurdistán, creo, lo miraré, y el ejército en ninguna parte.
Pobre del que no tiene hogar…
Hombre, no fué esa mi intención, que no tengo vocación de «Moisés parte-aguas». Tampoco digo que los de las opciones 1-3 sean malas personas. Los HdP son claramente los de la opción 2)
Por lo demás, cierto. Ahora bien, que los individuos de asocien en grupos no significa que el «estao» quede bajo control necesariamente de esos grupos. Pues son los individuos en último término los que sufren las consecuencias del «estao». Los grupos no sufren, ni se alegran, ni van a la cárcel.
Lamento que tras tantos años de evolución sociopolítica todo lo que hemos logrado sean los estados. Va a ser que ése 80% se mantiene fiel a sus defectos con o sin estado. (hoy es estado, ayer fué un rey, un papa, un patriarca o un jefe de tribu)
Tal vez dividir al populacho en liberales e hijoputas sea como dividir a la física en dialectica y burguesa, no suscitando ciudadanos sino «liberales» y dejando el problema como estaba.
Más aún, yo diría que el «estao» no lo forman los ciudadnos abstractos del señor Gozalbo o el señor Smith, que Dios guarde muchos años, sino grupos, grupos de personas con alguna clase de afinidad entre sí, sean comunidades religiosas, etnias o lo que sean.
Así las cosas, el «estao» es el mecanismo de que se sirven unos grupos o etnias pata chulear a otros. El estado es estado de excepción y ahora no puedo contenerme: «no es justo, jooooo».