A la sombra de "Las Tres Marías" y del "Alto de Peñalaza", en el recóndito valle de La Tercia, los pinos de Rodiezmo llaman año tras año a nuevos conjuros públicos y, no menos importantes, nuevos perjurios no públicos. Los druidas del socialismo, decadentes los unos tras años de contacto con el mercantilismo capitalista, nostálgicos los otros de tiempos que fueron mejores, decepcionados los más -pues sólo mostrar decepción disimula en parte la desazón que provoca la certeza de lo perdido – se reúnen en círculo mágico ante una multitud expectante, ávida de ese muérdago moderno que es el gasto público. Visten sus mejores galas, retocan sus barbas blancas y esconden tras la sonrisa aprendida y las consignas coreadas el gesto adusto y grave de la noche anterior. De todas las noches. Esas noches largas y sin luna, en las que cada lucero destellante les devuelve, cual espejos en un arca votiva, la esencia de su ser y su devenir: el miedo a ser definitivamente desposeídos de sus privilegios.
Ellos saben mejor que nadie de la importancia de los ritos. Los ritmos, la reiteración de lo conocido genera sensación de bienestar. Y el pueblo brama de placer, liberado por unas horas de la incertidumbre del día a día.
Levantando la hoz dorada de su verbo inigualable, el Gran Druida Zapatero inicia su conjuro. El mismísimo Lugh ordena callar al bosque. España. España. Palabra mágica que resuena en mil ecos llenando el valle, abrazando cada árbol. El Gran Druida se abraza al Tótem que en tantas ocasiones le sirvió de letrina improvisada, moneda de cambio y amuleto falaz. Las montañas de León se estremecen, conscientes de la mentira. Pero el pueblo escucha. Modernidad, nación, pueblo, solidaridad y libertad. Los ingredientes de la pócima hechicera capaz de adormecer en su propia sonrisa incluso al más desgraciado de la marca. En estado de semitrance, apenas son conscientes de la autocomplacencia y la vanidad que, al ser añadidas al caldero levantan una humareda verde, un hedor pastoso y pegajoso. El momento apenas dura cuatro frases, pero los más atentos no pueden evitar percibir un aroma a autojustificación inconfundible. Todo ha ido bien, todo lo hecho lo ha sido por una causa justa y nadie en el círculo de druidas ha cometido errores que merezcan tal nombre.
Mecidos en los efluvios de la pócima y el conjuro, abandonados al ritmo de la frase fácil y el gesto repetido, los convocados están en un nivel de consciencia próximo al paroxismo. El Gran Druida detiene su discurso, permite el apluso, espera al silencio, provoca la máxima expectación antes de proferir las últimas frases mágicas, esas que quedarán prendidas en el aire de este "Bosque de los Carnutos" leonés. El río Casares detiene su eterno discurrir por un suspiro:
«una renovada oferta de pacto social para la próxima legislatura» … «Si ese acuerdo social lo conseguimos, España tendrá garantía de crecimiento económico y social para convertirse en uno de los países más avanzados en política social del mundo» …(medidas que) «abren nuevos derechos, ayudan a las familias, fomentan la igualdad y ponen a las mujeres en el sitio que les corresponden, después de tantas décadas de marginación absoluta» … «las pensiones mínimas crecerán el doble que la subida media para 2008, así como otro incremento específico de 110 euros al mes para las pensiones de viudos y viudas con hijos a su cargo»
El delirio se apodera de los reunidos. Gritos, desmayos, aplausos y cánticos. Todos regresan a sus casas con renovadas ilusiones y la certeza de que el Gran Druida se ocupará de ellos. Ignoran el precio del nuevo perjurio, pero… a quién le importa lo que cuesta (ni a quién le cuesta) aquello que es gratis?
La palabra no es el pensamiento exteriorizado, sino la horma del pensamiento. Si sólo pensamos mediante palabras, entonces ellas han intervenido desde un principio en la formación de las ideas. El pensamiento es rojo, blando y se des-hace en la boca; la palabra no sería ningún envoltorio en el cual viniera a alojarse una idea preexistente. Es consustancial a ella. No hay ideas puras, ideas no verbalizadas. Para eso tenemos los besos, a Bach, a Sneijder.
Piensas con palabras, piensas dentro de una estructura lingüística determinada, dentrote un cierto marco léxico, piensas en voz alta. Hablas, luego existes. Ya antes de esa articulación reductora del lenguaje ha existido el filtro reductor de los sentidos corporales. Semejante a la liebre o la víbora, el hombre sólo capta del mundo aquello que su naturaleza le consiente. Pero acto seguido el idioma impondrá una segunda aduana, un nuevo filtro mucho más severo. En La Guía Del Autoestopista Galáctico la respuesta a la pregunta acerca de la vida, el mundo y todo lo demás es “42”. Estaban hartos de sujeto, verbo y predicado. ¿Cómo reproducir musicalmente una tempestad en una flauta de tres agujeros?
Obviamente a todo espíritu humano puro, a un Leibniz p.e., el idioma humano le parece muy tosco. Pero yo añadiría algo, muy tosco, y a la vez muy complicado … y sobre todo el alemán :-P. ¿Para qué sirve ese lenguaje, para mostrar la verdad o, como opinaba Talleyrand, para enmascararla? Ello supondría un – otro- juicio moral, que aquí y ahora ya va siendo totalmente inoportuno. Mantengámonos en el plano puramente descriptivo, subrayando que se trata de un medio de expresión “mu” complicado, algo así como engendrar un hijo por fax.
Muchas de sus complicaciones consisten en eso, en un viaje de ida y vuelta, sudando delante y detrás de la piedra. H de humano. El lenguaje humano resumido gráficamente en una letra del alfabeto, la h muda, que no tiene efecto fonético ni siquiera impide los diptongos. ¿Para qué sirve la h? Para complicar el lenguaje escrito y para simbolizar la complicación inherente a todo lenguaje humano. Después esta complicación impregnará otros muchos sectores de su vida: ¡qué sería del honor, de la honra y de la hipoteca, si le quitáramos la h? El asombro vacila entre la indigencia y el alarde decorativo, sus carencias y sus locas pretensiones.
En el bosque sagrado de la izquierda lo que no corre, repta y casi toda labia es leporina o viperina. Espacio para fiskings. Resumiendo: está claro, o sea, nada de nada: labia de progreso, lengua partida cuyos labios, son sin embargo estériles; todos sus hijos nacen muertos. Es más fácil limpiar de topos Castilla que limpiar el prepucio del entrevistado. Con gente de prepucio y labia fácil no cabe solidaridad difícil.
En este orden de cosas contemplo con desagrado el habitual proceder de los profesionales del escribir, profesión la más antigua de la historia, aunque no del mundo, escasamente amigos de enfrentarse a los problemas por cuenta propia y meramente entretenidos en citar consignas ajenas, hasta el punto de que no pocos de ellos sentirían como una puñalada trapera que alguien les pidiese una simple columna sobre su personal cosmovisión (Excepciones, naturalmente, Pilar Urbano, Martín Prieto, Lorenzo Contreras, ¿hay que elegir entre el Opus Dei y el alcoholismo..?)
Así las cosas, el peor favor que hoy por hoy cabría hacérsele a quienes escriben o son escritos sería invitarles a disertar sobre su propia identidad narrativa, pues en efecto ¿cómo podrían hablar de su propia habitud quienes nunca intentaron construirla, por haberse recortado perezosamente bajo el árbol protector de unos druidas que supuestamente ya lo imaginan todo para que podamos no preocuparnos de nada por el módico precio de un euro veinte?
No pocos de esos druidas tomarían por grosería la eventual invitación a retratarse por escrito. A un Rato, perdón, a un De Rato o un Solbes les resultará siempre más socorrido perorar, mejor o peor, claro, sobre microcréditos asiáticos que sobre la hostia monumental que se va a dar “estepaís” antes de un par de años. Pero ese no es el problema de Rodríguez, cuyo texto es otro, no él mismo. Él mismo ejerce de entrevistador de su otro, no es más que contexto, acompañamiento, guarnición, obviamente según los gustos variables del consumidor.
Seguimos instalados en la cultura del por así decirlo, no nos esforzamos por encontrar nuevos conceptos para designar nuevas realidades y a falta de categorías conceptuales más rigurosas, se sitúa el bosque sagrado donde uno quira encontrarlo: unos dicen que está allí donde la esperanza se reduce a sistema de seguridad, la caridad a exacción de renta y la religión a fútbol, etc; y los otros le siniestrizan tanto que le sacan del mapa, esperando que, a no tardar mucho, se ensanchen los mapas. En cada caso hacen lo imposible por vallar su Arcadia de progreso, a fin de convertirlo en la finquita particular de los Aitor’en semeak.
Mal, pues nos va a ir en el siglo XXI con morfemas, fonemas y lexemas del XIX o del VIII, no siendo tarea de menor cuantía la de reforumular un nuevo vocabulario básico donde las palabras no se desentiendan de las personas y las cosas. Bajo por la piedra, y ya veré si molesto un poco más.
Lo que más mal rollo daba de las imágenes emitidas por todas las televisiones de ayer es que los palmeros que figuraban al fondo llevaban pegatinas en las que podía leerse claramente: «SOMA». El espíritu de Mr. Huxley regresa con más fuerza que nunca… para mal.
Un saludo,
P.S.- Por cierto, para El País y también para Antena 3 Noticias la explosión de ayer es un «petardazo». Continúan negociando, me parece.