En un mundo en el que es más fácil ser insultado que escuchado cuando manifestamos nuestras ideas, en el que los paseos nocturnos por calles desiertas dejan de ser solaz del alma para convertirse en desasosiego y temor, en el que es más facil vender a bajo precio la propia capacidad que administrarla uno mismo, en el que las mayorías incualificadas imponen sus criterios al genio individual, en un mundo así, lo más fácil es esconderse. Lo más fácil es callar.
El miedo a ser señalado por mil dedos, tocado con el sambenito acusador, arrojado al abismo del recelo como eterno sospechoso, mata. Y asistimos a la putrefacción de nuestro espíritu con esa moderna indiferencia aprendida viendo los « reality shows ». Cuando, en uno de los escasosmomentos de lucidez que nos regala el destino, recuperamos la consciencia de lo que nos está ocurriendo es, casi siempre, desolador. Por un instante somos capaces de observarnos tirados en medio de nuestras vidas, ahogados en nuestro propio vómito, apenas un manojo de huesos y carne, desnudos de sueños y sin hambre de mañana. Sólo el esfuerzo sobrehumano de autotranscenderse puede permitirnos resurgir, cual Ave Fenix, del supurado políticamente correcto en que nos hemos convertido.
Es duro. Se nos antoja imposible, como imposible es para el derrotado del que hablaba ayer pensar en otra cosa que no sea su próxima muerte. Su propia miseria. Es un error.
Aviones de papel. Intenten un « volcado » de sí mismos en cualquier hoja de papel y hagan con ella aviones de papel. Cientos, miles. Al principio, incluso lanzarlos supondrá un esfuerzo gigantesco. Luego vendrá lo más difícil : acertar con el leve hueco que aún nos comunica con el exterior. El ventanuco. Busque la luz, esa misma que le ha permitido la horrenda visión de sí mismo y la manufactura en penumbra de los primeros avioncitos. Siga su haz, le llevará a su propia ventana. Ahora lance sus aviones hasta que alguno logre escapar : el grito será tremendo, el dolor inmeso. Pero no dude que, a partir de ese momento su universo habrá cambiado. Para siempre. Irreversiblemente. Y sólo quedará satisfacción.
Otros como yo, yo mismo, lanzadores de aviones de papel como usted, estaremos esperando ávidos los suyos. Los recogeremos con la misma reverencia que deseamos para los nuestros y volveremos a lanzarlos. Miles, millones de aviones de papel reclamando dignidad, libertad, soberanía sobre la propia voluntad, hegemonía responsable sobre el universo propio. Autoreivindicándose.
No lo dude : empiece ya. Después de todo, quién no sabe hacer aviones de papel?
Dedicado a H (o *, o **, o como quiera que firme), comentarista de esta casa, lanzador de aviones de papel, compañero de soliloquios, orfebre inigualable de este blog. Las joyas son casi siempre suyas.
He recordado esto. Otro símbolo, como el del recluso y los aviones de papel. Un saludo.
Los giros de la veleta se prestan facílmente a una interpretación injuriosa: cambia el color del suelo y con él la piel del camaleón, pero no siempre los cambios han de tener ese sentido peyorativo, alusivo a una conducta voluble o errátil, capaz de contemporizar con todo y hasta con pedantuelos de ciencias como un servidor.
Mudar cuando el entorno muda puede venir exigido por tu coherencia personal. La coherencia consistira entonces en una acomodacion perfecta entre uno y otro cambio, en la feliz coincidencia de nuestra evolucion interior con las vicisitudes exteriores, entendidas estas como advertencias dirigidas a navegantes.
«No sentí miedo. Acaso, de haberlo sentido, salgo a pelear»
Jorge Luis Borges. Historia de Rosendo Juárez. Puede leerse aquí.
¿Permiso para agradecer a D. Luis su generosidad? Siendo evidente lo demás, resalto que ha “hecho cosas»; «cosas» que requieren más iniciativa y más arte que el medro jerárquico o corporativo.
Los enlaces de arriba:
En «admitir».
En «matasietes».
De algún modo el diálogo no es fruto de la convivencia, sino su previa condición, una “masa crítica” mental que posibilita el nacimiento de tus ideas; el mismo pensamiento es lenguaje interior, posee su misma organización invisible, pues de otra forma no existiría; pensamos hablando en silencio y sin poder elegir a los interlocutores.
¿Y con quién hablamos cuando llegamos a exteriorizar nuestras ideas? ¿Qué es el diálogo? Cada uno expone sus ideas como si fueran argumentos, considera al interlocutor como adversario y cuanto éste dice queda reducido al capítulo de las objeciones. La polémica también es hija del miedo. Es nieta de la violencia: forma gentil de combate que han inventado los hombres cuando lograron cierto pulimiento.
¿Con quién hablamos? El diálogo es más bien un turno de pensamientos solitarios, cuya opacidad no permite otra cosa que una cierta sucesión ordenada, una cierta apariencia lógica. ¿Dialoga Job con los amigos que van a visitarle? No contesten ahora.
Se considera humillante admitir la cobardía. Pero pienso si no habrá sido la necia hybris la que ha compuesto todos los vituperios contra este sentimiento tan poco glorioso en apariencia.
La valentía gusta del ditirambo y los grandes ademanes; se celebra el coraje, se corona con laurel a los hombres que han demostrado arrojo. El miedo es vejado, cubierto de denuestos, amordazado.
¿Y no será porque los matasietes tienen doble miedo, el miedo que a todo hombre aqueja, más el miedo a ser públicamente tachados de miedosos?