El ciudadano indefenso

El vencedor siempre desarma al vencido. Ha de ser así, pues ha de evitarse la venganza del vencido y su sumisión sólo es posible si se le imposibilita un rearme.

Desde los tiempos antiguos se ha repetido este esquema; los griegos, los romanos lo practicaban de forma totalmente consecuente pues, de lo contrario, toda victoria hubiese sido en balde. Nada ha cambiado y las últimas guerras así nos lo muestran. En ocasiones funciona, en otras no. No olvido que en 1918 no funcionó. Recuerden.

El Señor tiene las armas, el vasallo no, no le está permitido. En una democracia las armas son los votos y no hay señores y vasallos pues todos tienen voz y voto. Democracia es el gobierno del pueblo: la ley, el derecho, la violencia para imponerlos emanan del pueblo. Día a día, mes a mes. Esa es la teoría.

La democracia es una forma incómoda de estado. Incómoda para los ciudadanos, obligados a informarse y participar activamente en la vida socio-política de su estado si quieren coparticipar de forma responsable en la toma de decisiones. Ello supone una gran inversión de tiempo y un profundo sentido de la responsabilidad. Más incómoda es para los gobernantes. El ciudadano vota a sus representantes, puede retirarles su confianza, incluso en algunos estados decide directamente sobre las leyes.

Qué molesto! Consultar al ciudadano entorpece frecuentemente la acción de los gobernantes y resta flexibilidad a la acción de gobierno. Es preferible gobernar súbditos sumisos y temerosos que ciudadanos conscientes de su responsabilidad. Por ello es necesario convertir al pueblo en una masa voluntariosa de siervos, con todos los derechos sobre el papel, pero incapaces de reclamarlos como suyos. Para ello se ha de desarmar al ciudadano. En sentido real y figurado. Sin armas y sin voz. Los hombres desarmados caen en la indefensión, son temerosos y acuden al Estado buscando la solución a sus miedos. Al mismo tiempo hay que mantener un cierto nivel de intensidad en la amenaza: los criminales son convertidos en pacientes, indultados, reinsertados, apenas encerrados. Hay que mantener un cierto nivel de incertidumbre: las leyes cambian con los ganadores en cada legislatura, los principios constitucionales se acotan con reglamentos liberticidas, la libertad para educar ciudadanos libres se limita con adoctrinamiento, se prolongan los períodos legislativos y no se pregunta nunca al ciudadano, cada vez más ocupado con sus miedos, más acostumbrado a elegir uns siglas que un quién, una idea fútil que un programa que jamás lee. Cada cuatro años.

Hemos llegado allí donde ellos querían tenernos: la dictadura. Temerosos, inseguros de nosotros mismos consentimos, incluso aplaudimos cualquier medida encaminada a la construcción de un "todo va bien" ficticio. Refugio de ciudadanos indefensos, cueva húmeda y lúgubre en la que apenas penetra la luz de la libertad. Videovigilancia en las calles, en los correos de internet, en las lineas de teléfono, adoctrinamiento ideológico en las escuelas, en los medios de comunicación. Y propaganda del miedo: terrorismo, cambio climático, balcanización de un país. Nos ponemos en manos del estado en la esperanza de ganar seguridad, inconscientes de que vendemos para ello nuestra libertad. Aceptamos vivir en nuestras "cárceles-cuevas" rodeados de cámaras, de verjas, de sistemas de alarma, encerrados en nuestro miedo mientras los criminales, los terroristas, los liberticidas nos acechan -libres- como lobos. Somos las ovejas en el redil. Hemos olvidado que somos nosotros quienes hemos de decidir quién nos representa, quién nos gobierna, cómo nos gobierna, para qué nos gobierna. Y no cada cuatro años, o cada ocho. Todos los días. Hemos olvidado que somos nosotros los responsables primeros de nuestra propiedad privada, de nuestras vidas, de las vidas de nuestros hijos, de nuestros vecinos. Hemos olvidado que la defensa de la vida de otro puede costar la nuestra.

No es necesario acabar con la democracia, no hace falta una nueva revolución. El pueblo soberano, con su miedo, se ha encargado de ello. Ha permitido que le desarmen, que le quiten la voz firmando una capitulación irreversible.

Luis I. Gómez
Luis I. Gómez

Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.

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7 comentarios

  1. La gente, Manuel, cede gustosa porque es más cómodo. Es más fácil. Y a quién no la gusta lo fácil? Los manejadores de poder lo saben y lo usan como arma definitiva.

    Es demoledor, tú lo dices. Y por cierto, el blog de Wonka es -en mi opinión- de lectura obligada.

    Lo de que ningún partido …. eso habría que verlo. Ninguno de los que hay, cierto. Pero no crees que va siendo hora de que aparezca un partido liberal de verdad? Yo creo que sí.

  2. Una vez más coincido con tu opinión. Alguna vez he hablado en mi blog del proceso mediante el cual el Estado (los políticos que lo manejan) van arañando porciones de nuestra autonomía personal para tomar decisiones importantes en nuestras vidas para arrogarse poderes que no les corresponden. Para obtener ese objetivo atemorizan a la gente con las consecuencias que sus actos libres pueden acarrear, de forma que accedan a ceder esos espacios de soberanía personal al Estado. Puede ser miedo a la delincuencia, a la pobreza, al extranjero, a la enfermedad. Lo malo es que la gente cede gustosa. Si no, ver este blog: http://wonkapistas.blogspot.com/2007/08/el-estatismo-de-los-espaoles.html.

    Es demoledor.

    La lástima es que ningún partido va a reducir el tamaño del Estado, devolviendo a los ciudadanos esa autonomía personal y responsabilidad en la toma de decisiones.

  3. He aquí una parcial explicación de nuestra desinterés por la democracia: la HUIDA. Huimos del miedo viviendo a flor de piel, ignorando aquello que pudiera turbarnos. Organizamos competiciones deportivas en lugar de suscitar los grandes debates de partido que nos obliguen y nos comprometan; rezamos por Antonio Puerta en vez de rezar por nosotros mismos; preferimos las novelas de Preston Child a los libros de pensamiento. Leemos estos blogs, los comentamos, parloteamos largamente sobre el miedo, pero no hacemos una pausa para preguntarnos por el nuestro. En vez de embarcarnos en un gran amor, multiplicamos los contactos tangenciales y pasajeros: “nos veremos cualquier día”, “enchufa el skype, coreana”, “me sales no conectado”. En lugar de concentrarnos, nos dispersamos. En vez de pensar, escribimos pensamientos sobre pensadores. Sobreestimamos la velocidad. Preferimos el ruido al silencio. Y, cuando fatigados por el ruido, nos acogemos al silencio, entonces nos apresuramos a llenar éste de toda clase de resonancias, lecturas evasivas, ejercicios de árabe en formato mp3, limpiar la cocina, proyectos para pasado mañana.

    ¿Qué la política no tiene remedio? ¿Qué no puede haber libertad democrática efectiva? Otra evasión, otra idea inducida por el miedo: he aquí la angustia elevada a sistema filosófico y sociopolítico, a organización de vida, angustia amansada a nivel de la costumbre, anulada por su propia afirmación clamorosa o por la arbitraria supresión de cualquier interrogante, de cualquier replanteamiento. Se trata de someterla por medios fraudulentos, amorosos, de aburguesarse en el abismo. La desesperación anda más emparentada de lo que se cree con la vanidad; los extremos de la perorata se enlazan, pero al revés. Y, si es frecuente que la vanidad, después de algunos ejercicios infructuosos, acabe en desesperación, tampoco es raro que la desesperación, tampoco es raro que la desesperación busque una forma menos costosa de perpetuarse en alguna de las modalidades de la vanidad. No hay destino, decía Camus, que no pueda vencerse con el desprecio….

    ¿Qué es lo contrario del miedo, me pregunto? No responde el Marina, sino Pedro: “La caridad echa fuera el temor”. Por caridad callo, para que hable otro.

  4. ¿Pero qué pasa con los otoñales columnistas de opinión y editorial? Acaso no tienen aún más miedo todos los aquejados por una necesidad de cuestionárselo todo, de preguntarse ansiosamente por todo, de hurgar dentro de la gallina que pone huevos de oro con la sospecha de que ésta va a morir en seguida, en sus propias manos…

    Para seguir recogiendo los güevos de oro hay que abtenerse de dar muerte a la gallina, hay que renunciar a la seguridad total. Pues también en internet, donde no hay amistad, son necesarios los actos de fe.

    Ese último reducto del coblogger o del comentarista que a toda costa se desea forzar es el coto privado de toda criatura del anonimato. Cree (uno) que (respecto de la intimidad del otro nick) se trata de la cámara más lujosa y apetecible de todas y se siente insatisfecho y hasta burlado mientras no penetra en ella. Juas.

    Esa pretendida cripta de delicias es el sótano que siempre mantendrá cerrado bajo siete llaves, justamente para que nadie sepa que está vacío, lleno solo de indigencia; el alcázar desierto y abatido donde espera a los tártaros.

    La reflexión: sacar los miedos a la luz del día, ordenarlos, ir numerándolos en Post It´s y ver a continuación que era una falsa alarma o que no podrás dormir hasta mediados de la semana que viene o que estás legalmente muerto.

  5. España es diferente, risueña, irónica, por acojonada. Ya se sabe que a la gente le gusta reírse de lo que la asusta: el paro, la soledad, las mujers, la calvicie, la muerte o los “guiris” y, en muchos casos, aunque se trate de una lucha perdida de antemano, nos sirve para hacer más soportable el infortunio. El humor saca a la superficie los bichos que se agitaban en el fondo de la piscina y que a veces sólo son terroríficos ahí, agrandados bajo del agua. ¿Pero, y si la tarea de la inteligencia consiste precisamente en zambullirse bajo el agua, para enfrentarse a ellos con el patito? A más saber, más dolor; también habría que decir, cuanto más profundiza el pensamiento, más miedo pasa. Da igual que los bichos sean marinos, voladores o humanos. Nada más terrible que una mosca a medio centímetro del ojo. Una mosca nace y muere en tres o cuatro días y con frecuencia se las oye decir: “ojalá hubiera sabido el viernes lo que sé ahora”.

    Y, sin embargo, alguien va a leer esto…para que pase el tiempo. Se vive para morir al día siguiente y para renacer del propio vómito, con tal de que alguien este al lado con una cámara y lo airee con luz y taquígrafos. La vanidad, producto de una cultura de la nada, no podía ser sino lo que es: la momentaneidad, el coito de la mantis religiosa devorando en la cópula a su compañero de viaje, antes incluso de que haya concluido el apareo. Vivir significa, en mediacracia, salir en la tele, salgo, luego existo, por eso hay tantos salientes, salaces, salidos y demás familia. Muchos Homers darían el páncreas, cuyo funcionamiento, como el del reactor nuclear de Springfield, ignoran, por aparecer un rato en pantalla preparando hamburguesas.

    Más o menos, la fabricación del espectáculo sólo exige un requisito: dinero. Y al tintineo de los doblones acudirán tiburones con tres filas de dientes, ávidos de sangre, dispuestos a vivir navajeando, buitreando y tironeando, a fin de que no los ninguneen.

    En casi todas las frecuencias, Groucho Marx emite su mensaje con guiño de pícaro: “Estos son mis principios y, si usted no está de acuerdo con ellos, no se preocupe, tengo otros”. Por supuesto, de tal estética, tal ética y tal patética y tal y tal: hay verdades de verano, verdades otoño, ofertas de primavera,, ofertas de invierno, todo según gusto y necesidad, pero vean a la chica de la página tres. Hasta aquí el suplemento veraniego. Temo que seguiremos con la página de opinión.

  6. Enhorabuena, Luis. Pienso exactamente lo mismo. En democracia son los ciudadanos los que tienen que sentir desconfianza del poder y no al revés, al ser los gobernantes los que gobiernan porque los ciudadanos así lo han querido. Y los gobernantes, de buena o de mala fe, pueden desviarse de aquello para lo que los ciudadanos les han elegido.
    Pero, claro, es más cómodo ver el fútbol o la telenovela tumbados en el sillón que intentar enterarse de qué va la cosa y qué nuevo gol quieren los gobernantes meternos a los gobernados.
    Al final, es lo que decía Martin Luther King: Nadie se montará en tu espalda si tú no le dejas. Pues bien, los ciudadanos modernos les hemos dejado y ellos, que no son nada tontos, lo han aprovechado. Para su propio beneficio, claro…

  7. Joder D.Luis, se nota que entre papeleo, jaleo y jubileo, ha encontrado un rato de inspiración para escribir uno de esos posts que hacen de DE un lugar tan especial.

    Pufff!! Muy acertadas las reflexiones. Espero que las soluciones por las que Ud y otros como Ud están luchando vayan cogiendo forma poco a poco.

    Un fuerte abrazo Luis

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