Si alguna vez se han preguntado por las consecuencias del acriticismo crónico, el seguidismo servil y el colectivismo como única raison d’être , no tienen más que darse una vuelta por cualquiera de los foros políticos endógenos y tribales que pululan por la virtualidad internaútica. Y ya les digo de entrada que me dá exactamente igual el color ideológico que tenga la cosa.
Gracias a Gaia – y sin duda a que este blog y quien lo escribe consiguen pasar desapercibidos sin mucho esfuerzo – no suelo ser objeto de la atención airada o aduladora (según la mano del foro en cuestión) de ninguno de estos antros de enajenación mental. Es lo bueno que tiene ser un «don nadie» en esto de la blogocosa. Tal vez sea por ello que me alarmo cada vez que aumenta el número de visitas procedentes de uno de esos «referers», asustado ante la posibilidad de tener que abandonar – involuntariamente – mi condición de «insignificante crustáceo» en la red de redes. Les adelanto: el mío es un miedo injustificado. Este blog siempre será un bichito irrelevante de la cosa virtual.
Ocurre que, de vez en cuando, al «calor» del anonimato y alimentado por un accionismo imprudente que nace de la ignorancia, una de esas personas habituales de los corros neoescolásticos se da una vuelta por aquí, no en el ánimo de discrepar con mis opiniones o las de mis lectores (actitud esta que sería inteligente y, por tanto, vedada per definitio al mencionado) sino por el mero placer de, supuestamente, fastidiar.
Pues no, no me fastidia que pretenda ponerme en aprietos, con asuntos que no tienen que ver con el blog, sí conmigo como profesional, insinuando supuestas desavenencias con un tal Keck (de las que simplemente – como no podía ser de otra forma – sólo conoce una versión) que se dedica a predicar verdades del tipo: «Luis I. Gómez – su empresa – aliado con la ZDF, varios bancos de Leipzig, el Instituto Max Planck, la Universidad deColonia, la de Frankfurt, la de Leipzig y más de 600 médicos forman una mafia neocon para abusar de indefensos pacientes» -sí, como lo oyen; soy un hombre poderosísimo-; tampoco me fastidia su tono socarrón y suficiente, ni sus aires de sabiondo releído.
Me fastidia que lo haga escondido tras un nick, precisamente en un blog escrito por alguien que no tiene ningún inconveniente – son las ventajas de no tener nada que ocultar – en dar su nombre y apellidos (también allí donde comento). Me fastidia la absoluta falta de respeto hacia mis lectores. Y me fastidia por cuanto que, al actuar desde el anonimato, lo hace desde la más absoluta impunidad.
Si lee esto, querido «anónimo», y cree que puede regalarme una respuesta normal, no dude en hacerlo vía página de contacto. Soy hombre de palabra y jamás revelaría su identidad. Cualquier otro camino sólo servirá para convencerme de que su autoarrogada superioridad moral e intelectual le impiden comunicarse conmigo.
Como diría el Quijote: «Ladran, Sancho, nosotros cabalgamos». Y tú, Luis I., cabalgas al galope mientras los perros no pueden ni oler tu rastro. Ánimo. Un abrazo.
En un estado donde no funciona el derecho y se cometen todo tipo de tropelías jurídicas en nombre de supuestos teoremas relativistas pasan estas cosas.
El “calumnia que algo queda” está muy enraizado en nuestros comportamientos atávicos, la envidia y el cainismo.
Todo vale contra la gente decente en un estado donde las Leyes se hacen para no cumplirlas y se firman los pactos para traicionarlos .
La calumnia es barata jurídicamente, la presunción de inocencia no existe y cuando alguien acusa a otro gratuitamente de algo que nunca podrá demostrar( porque sencillamente es mentira), nadie repara el daño irreparable que se hace a esa persona.
La verdad siempre brilla, aún a veces a costa del sufrimiento de la víctima inocente y a pesar de la ignominia del calumniante envidioso.
Las informaciones secretas que fomenta la meritocracia ayudan bastante poco al bien general, pues por una cuasi “selección de las especies”, los informantes acaban siendo los más astutos y los menos probos: hábiles y poco escrupulosos, y aquellos de quienes se informa son los más inocentes (y los más operativos, tal vez) salvo que, a pesar de ser celosos profesionales, dispongan de una cierta dosis de astucia en su equipaje.
Es bastante peligrosa, y antidemocrática, la indefensión en que se encuentran aquellos de quienes se dan informes no directamente verificables sin dejarles posibilidad de conocer y desmentir, en su caso, aquellos informes que se dan de ellos. Pasa a todos, quizá todos lo hacemos con mayor o menor hipocresía, en la empresa o en el lugar de trabajo.
En las democracias se da la paradoja de que, mientras a los delincuentes se les ofrecen toda clase de garantías y de medios de defensa, a los inocentes, trabajadores anónimos, se los puede chulear, vejar y expoliar impunemente en calles o trenes; o acusar en sus organismos laborales, sin conocimiento por su parte ni posibilidad alguna de réplica, pues ignoran qué se les ha atribuido.
Y en este último caso, no se sabe por qué será, cuanto más secreta y no probada es una información, quien manda en el grupo la tiene por más creíble. Por eso siempre han prosperado la intriga y la calumnia.
Alguien actúa con limpieza y responsabilidad, pero un informante/a le descalifica de algún modo indirecto y sus comportamientos automáticamente acaban despertando sospechas o no parecen ya tan eficaces. No se requiere siquiera un hecho o actuación a criticar, sino que basta sugerir un criterio distinto desde el cual valorar aquello que se estaba haciendo supuestamente bien y ese contexto nuevo lo devalúa todo: “tiene fantasías”, “es conflictivo”, “no se adapta”…
Siendo la realidad y las conductas algo tan dúctil y polisémico, parece que de pronto sólo hay un criterio y un modo de proceder al cual esa persona no se adapta en absoluto y, por lo tanto, no vale, no encaja… y así tiene lugar un proceso selectivo de los peores, de los De Juana Chaos de cada gremio, que entre sí se reconocen y respetan.