Otro artículo más para la hemeroteca particular de «Desde el exilio». Dedicado a todos los maniqueos que conozco, y a los que no conozco también.
La marginalidad de la izquierda
IGNACIO SOTELO 28/04/2007
Pero, hombre de Dios, cómo se te ocurre poner en tela de juicio la existencia de la izquierda, precisamente ahora, cuando la derecha ha conseguido exacerbarla hasta convertirla al zapaterismo. El que por vez primera en los últimos 30 años tengamos un Gobierno que se quiere de izquierda explicaría que la derecha se haya desmadrado. ‘Ahí vuelven las izquierdas con su afán de revancha, dispuesta a partir a España en 17 pedazos, persiguiendo a la Iglesia y exaltando a los perversos’. En el resto de Europa, los perfiles de izquierda o derecha puede que estén más diluidos, y que la mayor parte de la población se agrupe en una indiferencia que se interpreta de centro. Pero en España no; aquí la derecha ha recobrado el orgullo nacional, que en la Europa más avanzada tal vez nunca se había perdido. En la Europa del Este, en la que no hace tanto que se ha recuperado la libertad, la derecha campea a su aire; en algunos países, como en Polonia, dispuesta incluso a poner en marcha una nueva cruzada anticomunista: ‘Podrá haber sido derrotado el comunismo, pero los millones de comunistas que permanecen acurrucados a la espera de una nueva oportunidad no se pueden ir de rositas’.
El discurso podría ampliarse, mostrando que fueron los fascismos los que pretendieron haber superado la disyuntiva izquierda y derecha, al haber absorbido en el Estado nacional lo bueno de ambas. «Todo dentro del Estado y nada fuera», concluía Mussolini, algo que se parece bastante a la consigna de Fidel Castro, «todo dentro de la Revolución, nada fuera»; pero manifestarlo significaría volver al concepto de «totalitarismo», un arma de la «guerra fría», que coloca en un mismo saco al nazismo y al comunismo estalinista, por lo que habría que distinguir el totalitarismo, propio de la extrema derecha y de la extrema izquierda, de la democracia, a la que se adhieren la mayor parte de los europeos.
Cierto que la bipolaridad es consustancial con la democracia, que se basa en la confrontación en libertad de gobierno y oposición. En cada tema cabe adoptar una posición y la contraria, no en balde la estructura del lenguaje es binaria, se puede afirmar o negar cada proposición, así como son diversos los intereses de cada grupo o clase social, de ahí que los individuos tiendan a agruparse en uno u otro polo para ser más eficaces en la consecución de sus objetivos. Donde reine la libertad, habrá siempre criterios distintos, que podremos calificar de izquierda o de derecha. Pretender unificarlos implica aceptar un solo partido y una sola ideología, la esencia misma del totalitarismo. La división principal que escinde a los ciudadanos es entre demócratas, que defienden los derechos fundamentales y el control del Gobierno por la mayoría, y aquellos que subordinan la democracia a un objetivo superior, la libertad y grandeza de la nación, «una, grande y libre», a la derecha, o la sociedad sin clases, a la izquierda. Una vez que se ha elegido la democracia, lo de ser de izquierda o de derecha supone tan sólo ofrecer distintas respuestas en cada cuestión que varían según la coyuntura, sin que formen una ideología que cohesione los ámbitos más variados, como ocurría en el pasado. El hombre de izquierda replicará, no sin su parte de razón, que no es que nos hayamos librado del concepto global de ideología, sino que hoy prevalece únicamente la capitalista.
La izquierda que incuba la Ilustración, desarrolla la Revolución francesa y adquiere un perfil definido a lo largo del siglo XIX se caracterizaba por haber construido una visión del mundo, que diferencia con claridad los elementos que considera esenciales de aquellos que son meros derivados, o simples reflejos. La cuestión central que separaba a la izquierda de la derecha es el orden socioeconómico establecido, basado en la propiedad privada de los medios de producción y en el trabajo salarial, que la derecha estima el único operativo y, en cambio, la izquierda lo rechaza como una forma de «explotación del hombre por el hombre» y, por consiguiente, la única forma de hacer compatible la igualdad con la libertad de todos es una sociedad que haya eliminado la propiedad privada de los medios de producción.
Partiendo de lo que se entendió por izquierda durante siglo y medio, no parecerá tan disparatada la tesis de que hoy haya quedado reducida a los grupos marginales todavía dispuestos a combatir el capitalismo. La socialdemocracia podrá sentirse muy satisfecha de haberse librado al fin de una visión global, permeable a las ideologías, pero el precio es que nos hemos quedado sin saber a qué aspira. Nadie ha sido más sincero en su simpleza que el ministro de Mitterrand que, pre–
guntado por una definición del socialismo, contestó que «es lo que dicen y hacen los socialistas».
De la actual marginalización de la izquierda puede resultar harto precipitado sacar la conclusión de que haya desaparecido para siempre, y que la capacidad extraordinaria de destrucción, pero también de crear riqueza y distribuirla, que despliega el capitalismo, no ofrezca en el futuro mayores sorpresas, tanto positivas como negativas. La mundialización del capitalismo era el fundamento marxiano de la revolución socialista que el bolchevismo readaptó a un solo país que aún estaba dando los primeros pasos por la vía de la modernización capitalista. Al denunciar el experimento soviético, la izquierda marxista internacionalista llevaba razón. La única posibilidad de supervivencia para la humanidad es acabar con la actual dinámica de concentración de la riqueza en cada vez menos manos, estableciendo una gobernanza mundial que consiga una relación nueva con el entorno natural y entre los humanos.
Lo que caracteriza a la extrema derecha, tal como se configuró en los distintos fascismos, es un programa económico intervencionista que con el fin de proteger la propiedad privada, modifica sustancialmente el capitalismo. La extrema derecha en España es hoy aún más marginal que la izquierda anticapitalista. Es un desatino acusar a la derecha española, tal como la encarna el PP, de cualquier concomitancia con la extrema derecha o con el fascismo. La política económica que practicó el PP es la misma que hace la sedicente izquierda en el Gobierno. Rato y Solbes son intercambiables. Por fuerte que haya sido la confrontación en la política territorial y antiterrorista en esta legislatura, en los temas económicos el PP ha votado siempre con el PSOE. Tampoco tiene validez la afirmación de que la izquierda hace la política social que luego destruye la derecha. Mientras haya elecciones libres, los partidos mayoritarios, de derecha o de izquierda, competirán en el ámbito social, aunque con diferencias sustantivas en su instrumentalización.
En el siglo XIX, la izquierda era antiestatalista: para realizar una verdadera democracia había que empezar por destruir al Estado, «el instrumento de dominación de la clase dominante»; en cambio, los conservadores eran defensores a ultranza del Estado y de sus instituciones. Hoy la izquierda, enemiga radical de cualquier forma de privatización de lo público, apela a la intervención del Estado en cualquier conflicto, convencida de que es el principal baluarte para defender a los más débiles. La nueva izquierda no tiene otro modelo de sociedad, y la que sí lo tiene se ha visto desplazada a los márgenes.
En esta disolución de las cosmovisiones, la mayor dificultad radica en que en cada cuestión caben respuestas alternativas, pero unas llevan el marchamo de izquierda y otras de derecha, a menudo por razones históricas que han perdido toda significación. Una manifestación con una marea de ikurriñas es de izquierda; una con abundancia de banderas españolas, de derecha. Al nacionalismo se inclinó la izquierda liberal en la primera mitad del siglo XIX; después ha sido patrimonio de la derecha, convertida en extrema derecha en los años treinta del XX. Hoy el nacionalismo periférico para muchos es de izquierda, pero el español seguiría siendo de derechas. El hombre religioso que confiese su fe es de derechas, aunque a veces su comportamiento sea más solidario que el de muchos prohombres de izquierda. El por qué el anticlericalismo ha de tildarse de izquierda es algo que se me escapa, sobre todo porque entre creyentes, en otros campos nada propicios a la izquierda, he conocido a los anticlericales más incisivos. Nada más terrible en la vida universitaria o en la cultural que estar sometidos a los dictados de la izquierda igualitaria, que considera de derecha promover la excelencia. La lista podría prolongarse ad náuseam.
Se explica el rechazo que en estas circunstancias provoca el intelectual -el ejemplo más preclaro en la España de hoy es sin duda Fernando Savater- que piensa por sí mismo, y que además tiene el valor de manifestarlo. No sólo porque los colegas no soporten al que tenga las ideas claras, y además las exprese con gracejo, lo que verdaderamente indigna es que no se deje encasillar en los clichés al uso de izquierda o de derecha.
Ignacio Sotelo es catedrático de Sociología y autor de A vueltas con España.