Apenas si tenemos un par de ideas sobre lo que ocurre en nuestro cerebro. Miles de científicos en todo el mundo trabajan a diario para desvelar los secretos de nuestra conducta, la química que regula nuestra interacción con lo que nos rodea. Debería de ser fácil, pues no somos más que una factoría biológica cuyo fin último es el de, desafiando las leyes termodinámicas, transformar y adaptar toda la materia, energía e información que nos llega para devolverla en forma de lo mismo: materia, energía, información. La realidad nos abofetea a diario con la terquedad de los hechos: no es tan fácil, ni tan simple.
Las bibliotecas están llenas de tratados intragables, millones de páginas que intentan explicar las razones por las que un humano decide un buen día quitarse la vida. Nos describen las complejas sinergias que han de darse como condición previa al desarrollo del desprecio por uno mismo y su vida. Es un proceso largo, empedrado sobre todo de falsas informaciones, decepciones irreparables, abandonos, odio. Convertirse en un suicida es el fruto de un duro entrenamiento cerebral y emocional. Durante años. La pérdida de autoestima, por ejemplo, es algo que se aprende, por lo general, en los primeros años de escuela, resultado de la incapacidad para aceptar las propias limitaciones, con las primeras experiencias de falta de apoyo familiar ante las derrotas en lo social. No existe el suidica absolutamente expontáneo. Todo suicida tiene su historia.
En un país en el que el número de fallecidos por suicidio supera al de los muertos en accidente de tráfico, no cabe banalizar el tema. Y justamente de banalización he de considerar la noticia que aparece en «El Mundo-La Crónica de León» hoy. Resulta que, de pronto, los miles de libros de los que hablaba antes ya no tienen importancia. Bastan 14 horas de juego para convertir a un muchacho feliz en un suicida. El mismo autor del artícula parece no darse cuenta (o el redactor jefe) que e su propio texto se encuentra la clave que desmonta la validez del titular: no fueron las 14 horas de juego:
El joven, residente en León, había manifestado a través del chat su intención de suicidarse, tras realizar en una de las fases del juego una «petición» a uno de los «Maestros del Juego» que no había sido concedida.
Frustración. Algo que el muchacho, seguro, no aprendió en 14 horas.
Seguimos amarilleando, ablandando, banalizando temas de capital importancia envueltos en la vorágine del nuevo apostolado. Hoy le tocaba a los juegos de ordenador, tan nefandos ellos. Nadie se ocupa, sin embargo, de denunciar otros juegos que sí forman de manera indeleble la psicología del niño, convirtiéndole en un objeto sumiso del primer fanático que pase por ahí. Quien sabe, acaso termine presionando el botón que activa la carga letal atada a su cuerpo.
Las fotos me llegan vía BlogBis
Gracias otra vez Luis, por hacerte eco!
Carlitos, y ahora que ya hemos generalizado: qué otros motivos, aparte del aprendizaje cerebral y emocional, pueden llevar al suicidio? Un desengaño en tres minutos? en 14 horas? así, de repente? en una persona con autoestima y madurez emocional? Te admito el puede, pues, efectivamente, creo que hay situaciones – siempre- que se escapan a la lógica de lo habitual, lo estadísticamente «cierto». Pero sólo te lo admito para dejar abierta esa posibilidad: la de lo improbable.
– «Tu impaciencia y mi trabajo».
– Ok. Jejeje, es que ya no me fío ni un pelo de los comentarios en espera de moderación. 🙂
@ H. a tu trilogía: tiempo, identidad y ocasión, me permito añadir algo fundamental para mí:voluntad. Un saludo.
@ Carlitos:
Tu impaciencia y mi trabajo. No estoy a todas horas enganchado a esto 🙂 Por lo demás, completamente de acuerdo con tu puntualización.
Las cosas, como las ocasiones, pasan y no se recuperan. Ocupamos la vigilia en lamentar inconsolablemente cosas ya perdidas, y en cambio no nos inquieta la pérdida de nuestro todo: tiempo, identidad y ocasión.
El español tiene dos problemas, el enfatuamiento y el enfatuamiento: no acierta a sentir de sí como debe, oscilando entre el exceso y el defecto. Está acostumbrado a sentir de sí en función de lo que los demás piensen o piensa que piensan.
En este orden es la soledad o la pena, penita, pena ante la propia soledad y, en consecuencia, el dejar pasar largas épocas de abandono moral, profesional o cívico, otra pérdida de tiempo aún mayor.
En cuanto al trato con el entorno hay dos modos irritantesd e perder el tiempo: el ritualismo y los montajes.
La cantidad de tiempo que se pierde imaginando ir a hacer cosas importantes, cuidando rituales sociales, culturales…en fin, ya lo dejo. Un saludo.
¿Hay alguna explicación coherente de por qué no ha salido publicada mi puntualización al asunto cuando es completamente cierta y demostrable? ¿Hay algo personal de por medio?
Repito:
Dices:
– «Convertirse en un suicida es el fruto de un duro entrenamiento cerebral y emocional».
Y te puntualizo para que no partas de una generalización errónea y acientífica que pueda originar múltiples interpretaciones absurdas:
«Convertirse en un suicida PUEDE RESULTAR de un duro entrenamiento cerebral y emocional».
– «Convertirse en un suicida es el fruto de un duro entrenamiento cerebral y emocional».
– «Convertirse en un suicida PUEDE LOGRARSE a través de un duro entrenamiento cerebral y emocional».