Nunca llevé la cuenta de las horas que invertí en este blog. Pero estoy seguro de que fueron muchas. Muchísimas. Horas invertidas en cientos de intentos por explicar en voz alta mi particular forma de ver los temas de actualidad, denunciando la estupidez de los otros, reconociendo la propia. Horas de debate en los que tanto aprendí pero también con los que me escandalicé. La vanidad, la rabia, de vez en cuando la razón, la mirada atenta… muchas horas, muchos días.
Nada ha cambiado. Miren la prensa, lean los blogs y se darán cuenta de que nada ha cambiado. O sí. Yo he cambiado. Mi derroche de horas se ha convertido en degustación de segundos.
Cada segundo que invierto en acompañar a mis hijos mientras crecen, mientras ríen, cuando lloran. Sus anhelos, sus sueños, sus deseos.
Cada segundo que invierto en aportar un poquito de felicidad a la vida de mi amada, en disfrutar lo enorme de cada uno de sus regalos.
Cada segundo que invierto en consolidar mi empresa, dando sentido al trabajo de muchos años. Mi trabajo y el de todos mis empleados y colaboradores.
Cada segundo que invierto en dialogar con mis amigos, en escucharlos.
Cada segundo que invierto en crecer yo.
Y segundo a segundo, casi como quien no quiere la cosa, van pasando los días. Lo siento, pero apenas tengo tiempo para otra cosa. Todavía no.