El verdadero conocimiento de mí mismo me esta reservado sólo a mi. Ni el mejor amigo o el mejor maestro pueden ayudarme en ello. Pueden proporcionarme incentivos para pensar sobre esto o aquello, incluso para sentir sobre lo que me rodea, pero eso es todo. Todo debe considerarse individual- y subjetivamente. Soy y tengo en mí todo lo que necesito para hacer realidad mis oportunidades y para alcanzar la plena satisfacción. Estas son perogrulladas siempre en vigor: soy entero y perfecto tal como soy. Puesto que la vida sólo ocurre en el ahora, debería utilizar lo que soy ahora, lo que ahora el juego pone sobre el tapete de la mesa de mi mundo. De otro modo existe el peligro de encontrarme un buen día en una esquina lamentando no haber vivido nunca. El pasado y el futuro no son más que conceptos que usamos para entender nuestro mundo. Solamente lo que es ahora, es verdadero para mi. Los conceptos, sin embargo, tienen la mala costumbre de transformarse en nuestro pensamiento en realidades; acabo de hacerme consciente de ese riesgo.
Lo único que pretendo es comprender mejor mi mundo para así poder satisfacer mejor mis necesidades, nada más. Se trata de ponerse en forma para el juego de mi vida. Juego a capricho con pensamientos y hechos, pero yo no soy nunca lo que está en juego, sólo soy el jugador. La apuesta es poco importante, el juego es importante y el jugador (los jugadores) es el más importante. Y yo soy el jugador. Sin mi no hay juego, ni otros jugadores, ni apuesta, ni premio. La apuesta consiste en pensamientos y cosas (creencias y pseudocertezas) que son poco importantes. Lo único importante, yo mismo, no está en juego. A menudo soy un perdedor, de vez cuando gano algo, pero siempre me lo paso bien jugando al juego de la vida. Es el juego en sí mismo el que me cambia, me hace crecer o mermar. Y ganar en este juego solo puede ganar el jugador, nunca el conejo temeroso de perder lo que apuesta, pues lejos de valorarse a sí mismo sólo es capaz de valorar lo que tiene, o lo que piensa, o lo que cree tener o pensar. Jugar es vivir, temer es la muerte. Quien no juega por temor a perder su apuesta no es más que un muerto viviente. La vida es acción y consumo placentero. Consumo de mí mismo desde que nazco hasta que muero.
Pero la regla de oro de todo juego también es aplicable a la vida: ¿quién es capaz de disfrutar de un juego eternamente, sin final? Yo no. Como en tantas otras cosas las palabras «he terminado» no indican solamente el final de algo, son principalmente una liberación. La muerte es sólo la liberación del juego, nada más. ¿Qué pasa entonces con el jugador? Una buena pregunta, no tengo ni idea. De momento he decidido jugar el juego de la mejor forma posible y, cuando el juego llegue al final, reflexionaré sobre la cuestión. O no.
la vida es «el juego», no hay nada que perder, nada que ganar…ya tenemos todo en nosotros, todo!!
Luis, un excelente post. Un besazo fuerte
mira te va a prestar esto
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