Namida Būmu

Me entero por la televisión alemana.

En Japón hay un nuevo «trend» social: el Namida Būmu. Las lágrimas, llorar, no sólamente son buenas para el alma, sino para toda una sociedad. Todo Japón llora. Las últimas encuestas publicadas en el país del Sol Naciente así lo confirman: los solteros de más de 40 años lloran en público al menos 20 veces al año, los casados de más de treinta llegan a las 25 y las mujeres lloran más de 30 veces al año. Los expertos declaran en los medios que llorar baja los niveles de estrés y refuerza el sistema inmunitario. Ya se han creado centros especiales para «aprender a llorar». En Internet podemos encontrar listas con las mejores 50 películas o los mejores 50 libros para llorar a gusto. Las cadenas de televisión hacen concursos para averigüar cuáles son los mejores sitios para llorar en público, en las empresas se facilita que los empleados muestren así sus sentimientos. La divisa es: «conócete mejor a tí mismo y a tu entorno social, llora». Y todo esto en un pais cuyos habitantes no se caracterizaban precisamente por su «nudismo emocional» en público.

Estos japos cada día me caen mejor.

PS: sólo puedo ofrecerles un enlace en alemán, éste: http://www.tagesschau.de/aktuell/meldungen/0,1185,OID5327600_REF1,00.html
si alguien encuentra algo en inglés, no dude en pasarlo. Estas cosas no pasan todos los dias.

Luis I. Gómez
Luis I. Gómez

Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.

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7 comentarios

  1. OPERA GARNIER Y EL DOLAR DE PLATA

    Seguro que muchos de vosotros habéis bailado como mínimo un vals en vuestra vida, al menos algunos de vosotros lo hicistéis el día de vuestra feliz boda. Otros seguro que no pasasteis por ese trance pero también tuvisteis la ocasión de bailar el vals de vuestra vida… Quiero contaros aquí la historia de un vals en la Opéra Garnier de París. Como bien sabéis existe en París otra ópera de edificio moderno que se llama Opéra Bastille. Ahí no, sino en el edificio noble del siglo XIX que está en la Place Opéra, y que corresponde a la Opéra Garnier. Cualquiera diría que ese lugar debe ser de ensueño para celebrar una fiesta. De película diría alguno de vosotros. Pues os aseguro que es cierto. Allí se hacen fiestas. Yo estuve en una de ellas. La celebraba l’Ecole des Arts et Métiers, y había que ir un poquito trajeado. No soy un hombre puesto en estas cuestiones de vestimenta, pero una buena percha se viste con poca cosa. Mi amigo Javier de Bilbao me prestó una corbata, que fue combinada con camisa blanca, chaqueta azul y unos pantalones vaqueros, todo de lo más corriente. Los zapatos, gama también normal, comprados allí mismo, en la boutique de Orcade de Boulevard Saint Michel. Ya estaréis pensando qué hacía yo con esos aparejos en aquella fiesta del copetín. Mi amiga italiana Eugenia me habló de esa fiesta. Compré la entrada en la Maison des Arts et Métiers, al otro lado del periférico. La noche de luces fui acompañado de 4 mujeres. Mi amiga Eugenia, otra amiga koreana y dos francesas. Todas iban muy bien vestidas. Ir a una fiesta en París rodeado de tanta mujer despierta la curiosidad de las otras mujeres. Y así fue. Entramos en Opéra Garnier, el ambiente ya estaba caldeado. Parejas jóvenes y no tan jóvenes andaban de un lado para otro, subían y bajaban por las escalinatas de las 6 plantas que componen el majestuoso edificio. Y todos esos pisos estaban alquilados para la fiesta. Entramos a la Gran Sala de la planta baja donde una orquesta tocaba un vals tras otro y allí las parejas bailaban y bailaban. No sé cómo fue pero el caso es que a los cinco minutos yo también estaba girando y dando vueltas en la sala con una francesita, bailando un vals en la ópera de París. En fin, aquello me enorgulleció. Necesitaba ir a beber algo para calmar las sensaciones que se agolpaban en mi cabeza. Perdí el rastro a mis 4 amigas. Salía del bar con una copa en la mano cuando delante mía, a menos de 1m. de distancia, cayó una gran moneda de la balconada del piso superior. El movimiento fue mecánico. Le eché el pie encima. Miré a los lados y me la llevé al bolsillo de la chaqueta. En dos segundos tuve que decidir si mirar hacia arriba o desaparecer entre la gente con el botín. Opté por esta segunda opción. Siempre me quedó la duda de saber qué habría pasado si hubiese mirado hacia arriba. Pero en ese momento no tuve ganas de desvelar el misterio. Si alguien quiso comprarme por un dólar de plata no lo consiguió. Y si alguna mujer me tiró esa moneda nunca más supe de ella, y si así fue, aquella mujer se quedó sin su dólar de plata. Yo me lo traje para España. Jugué a lo seguro. Todo el resto son suposiciones. En la ruleta de la vida es difícil para algunos poder contar con regalos. Yo lo tuve en este caso. Y ese dólar no era un dólar cualquiera. Era de un gran tamaño y, como ya he dicho, de plata. Son de estas acuñaciones a todo lujo que hacen para conmemorar cualquier hecho histórico. Del golpe de la caída tenía un pequeña muesca en un lateral, era la prueba de su aparición divina. Lo metí en una cajita de plástico y lo guardé durante unos años. Curioso su destino. Aquel dólar regresó de nuevo a París. Se lo regalé a Greta. Me pareció en ese momento que todo encajaba. En una ópera me caía una moneda del aire. Años más tarde conocía a una mujer que trabajaba y estudiaba para la ópera, y todo en París. El círculo abierto durante 6 años acabó cerrándose. Greta se hizo un bolsillito en la parte izquierda de su sostén y llevó esta moneda al lado de su corazón durante un tiempo. Después el sentimiento parece ser que se esfumó y yo perdí mi moneda. Tengo que reconocer que en este caso no era la moneda lo que me importó perder…Pero volvamos a la fiesta. Subí al tercer piso y allí estaba Carmen la gallega. Esta chica era un ciclón de mujer. Muchos fueron testigos en la Guingette du Pirate, en noche estrellada sobre el Sena, de lo que es capaz esta mujer. Yo también lo fui una vez más. Subimos todavía más alto, hasta la sesta planta. Estuvimos bailando bien juntitos durante un buen rato. Después decidimos irnos a pasear. Así lo hicimos. Salimos de Opéra Garnier. Enfilamos hacia Place Vendôme y de allí por la Place de la Concorde nos perdimos por los Champs Elysées… París volvía a regalarme otra noche de ensueño. Todavía no la he olvidado, ni tampoco a Carmen ni, dios me libre, a Greta, ni, por supuesto, a mi dólar de plata.

  2. MAIPÚ CON TUCUMÁN

    Dicen que Borges también habría pasado por aquellas calles. Hermanarse con el genio por un instante. Caminar por esas veredas del microcentro bonaerense atestadas de gente. Sentirse diluido en la marea humana de Florida, en la ida y venida hacia niguna parte, en el camino innegable hacia lo que somos. Ser nada aunque seamos polvo. Querer conservar lo que queremos, y tomar conciencia de que no nos pertenece. Sentir cómo la vida dispara al centro y a quemarropa. Correr para sentirse vivo, vivir para detener el tiempo. Ver que las agujas siguen su marcha. Ver que la multitud se revuelve contra su destino. Ir y volver, y ver que sólo cambiaron las caras y que la humanidad no descansa y continúa su curso. Descubrir que la única forma de no irse es convertirse en polvo, en adobe de chabola, en losa de vereda o en piedra de palacio. Saber que los cuerpos vivos avanzan sobre los huesos de sus muertos. Convertir sus cenizas en vino y legumbres. Guisarlas y comerlas y evacuarlas, repetitivamente, una vez, dos veces, tres veces y mil veces. Reir y llorar para seguir adelante. No recordar los detalles, no pensar, huir…y Funes el memorioso, incapaz de dormir y de olvidar, registrando cada detalle de nuestro absurdo acontecer. Allí, en la vidriera de la Farmacia Suiza, parado frente a todos nosotros, solo y con los ojos abiertos, en Maipú con Tucumán.

  3. A lo mejor sueno a Ned Flanders, pero a mí me sienta bastante mejor reírme. Seguro que es, por lo menos, igual de sano que llorar.

    Hay que reírse mucho. Varias veces al día. A ser posible, a mandíbula batiende, a carcajadas. Practíquenlo, háganme caso. No es tan difícil.

    «Estuvimos en Philadelphia la noche en que usted se pegó un tiro. ¡Qué risa aquella noche! ¡Ah-ja-ja-ja-ja!» – Groucho en «Los Hermanos Marx en el Oeste».

  4. No puedo estar del todo de acuerdo. En teoría, sí, hasta el fondo. Pero en la práctica…
    Tengo una compa en el trabajo que usa las lágrimas como método para evitar críticas, para reducir su carga de trabajo… para dar pena, vaya.

  5. La lágrima, al igual que la risa, no es un narcótico sino una necesidad humana, en la cual aflora aquello que desborda su naturaleza somática, lanzando su impulso personal más allá de lo que da de sí su cuerpo.

    Un hombre o una mujer que no son capaces de humor o de lágrimas están empequeñecidos, canijos, mutilados de algo esencial.

    La incapacidad para el llanto, el duelo y el luto es una constante de la Hª cuando florecen los estoicismos, las ilustraciones y las actitudes revolucionarias, que consideran a la realidad y a la Hª misma como simple materia dominable y transformable por el hombre de acuerdo a unos criterios y a la sociedad como mero resultado de unos saberes teóricos y de unos esfuerzos prácticos.

    El llanto sería signo de incapacidad consentida, de pereza colectiva , de renuncia a transformar la realidad, de desconfianza en el poder de la razón. En todo caso una forma de humillación del hombre a la vez que de cobardía ante el destino.

    Si no se llora delante de álguien las lágrimas no tienen sentido y son signo evidente de una debilidad incompatible con el ideal de dominación absoluta, de soberanía sobre sí mismo y de independencia frente a los acontecimientos. La impavidez del sabio sería incompatible con las lágrimas. Ni el derrumbamiento del mundo ni la muerte del ser amado se las arrancarán.

    Iustum et tenacem propositi virus…
    Si fractus illabitur orbis
    Impavidunt ferient ruinae

    Las lágrimas no tienen que ver con la cobardía, sino con un corazón no endurecido. Todo hombre que llora está invocando a quien le pueda ayudar, suplicando consuelo, expresando amor. Las lágrimas no son signos de debilidad sino de grandeza, de aquella humana grandeza que es reconocimiento de la finitud, cariño a la realidad y caricia a la persona desaparecida, adiós agradecido y voluntad de reencuentro.

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