El inmovilismo no es sólo un defecto, es el producto de la necesidad humana de seguridad. Cuando abandonamos las praderas y las veredas para convertirnos en sedentarios (gracias al invento de la agricultura y la ganadería) respiramos hondo más de siete veces. Por fin íbamos a ver todos los días por la mañana los mismos árboles, el mismo horizonte, el mismo arroyo! Es más, por fin podíamos construirnos una vallita – mucho mejor que hacer guardia delante de una hoguera, dónde vas a comparar! – alrededor de nuestras casas y protegernos de lo desconocido, de lo malo. Esta conducta está arraigada en nuestra memoria colectiva, alimentada por milenios de desarrollo social. Esta forma de «conservación de la especie por la vía de la conservación del clan», que evolucionó en las tribus, las polis, los reinos, los imperios y, por fin, los estados, subyace en muchos de nuestros actos y nos hace reacios a los cambios.
Ante una situación de cambio, la mayoría de nosotros reaccionamos reticentes cuando menos, contrariados las más de las ocasiones. Nadie puede negar que le incomoda lo inesperado, lo diferente. Incapaces de reconocer nuestra cotidianeidad en el espejo que las circunstancias nos coloca delante, intentamos por todos los medios justificar la validez de aquello que recordamos haber visto ayer y que, sin embargo, no vemos hoy. Es normal.
No importa qué factores contribuyan a un cambio en las estrucuturas sociales, pues no necesariamente son determinantes en sí mismos si no van acompañados de la violencia. Definitivas son nuestras reacciones a esos factores. Lo importante es identificarlos y realizar un análisis lo más alejados de nuestro inmovilismo ancestral que nos permita nuestro miedo a lo nuevo. De otro modo no hay evolución. Ni personal, ni social, ni humana.
Hoy, tal vez por boca de cuatro irresponsables, tal vez por capricho de algunos privilegiados, nos encontramos ante una situación de cambio en la Nación española. España como Nación, como lugar común de los españoles, como referente de la memoria histórica de todos, como idea aglutinadora de nuestro quehacer diario, en definitiva, como vallita en torno a nuestra choza, protectora a la par que entrañable, reconocible como «entorno seguro», está puesta en tela de juicio.
Yo me encuentro feliz e identificado con la idea de España como Nación de los españoles. De todos los españoles. Es mi reducto, mi referencia, más desde que estoy fuera de ella. El espejo de la vida, sin embargo, me muestra una España con la que no todos experimentan las mismas sensaciones que yo. No importan las causas (la manipulación de la historia, de la enseñanza, de los sentimientos por parte de una clase nacionaliasta y cacique – o el resurgir en muchas personas de una sentimiento nacional diferente del mío en su extensión y sus fronteras) sino las consecuencias. Es tarde para tomar medidas preventivas. Se impone una anámnesis completa de la situación, un análisis profundo del estado de la cuestión. Y no se me ocurre otro más directo y sencillo que el de preguntar. Y usted, ¿qué piensa?, ¿qué siente?
Y, desde luego, no sólo me interesa saber que piensan en la choza del jefe de la tribu, o los conspiradores, o los renovadores. Me interesa saber qué piensa el pueblo, la gente normal. Me interesa poder manifestarme yo. Y que lo hagan los demás.
Renunciar a la anámnesis en nombre de tótems ideológicos o emocionales no va a mejorar la situación.
No soy yo con mis preguntas quien rompe España. Es la voluntad de otros quien lo pretende. Con justicia o sin ella, con razón o sin ella. Yo sólo quiero saber hasta dónde estamos dispuestos a cambiar la fisionomía de nuestro entorno conocido, la altura y disposición de nuestra vallita. Después de todo, mi horizonte – en estos tiempos modernos que corren – ya no puede cambiar mucho.
No creo que se trate de miedo a saber la verdad. La masa está idiotizada, aborregada, tan encantada de haberse conocido y de ver Gran Hermano o Los Serrano mientras acaricia despreocupadamente su ipod que poco más les importa. Sintonizan las noticias pero las reciben como quien oye llover, porque por otra parte los medios de comunicación españones, en general, dan lástima. O asco. Se vive en un día a día tal que apenas se sabe o recuerda quién es el alcalde de su ciudad.
Mientras, una minoría bien organizada ha ido laborando durante años (la paciencia de la araña) y comienza a obtener los ansiados frutos. desde que tengo memoria recuerdo a los políticos catalanes como una amenaza para el país. Ya a mediados de la década de 1980 se publicaban libros sobre «Cataluña» en los que se incluía a la Comunidad Valenciana y a Baleares. Y el afán regionalista no ha cesado de crecer, ese pútrido embrión que ha infectado al resto de España porque ninguna CCAA se quiere quedar atrás y ser menos que nadie (v.gr.: La «Cláusula Camps»)
Y llega un día en que un presidente del gobierno más interesado en mantenerse en el poder que en su propio país pacta con los secesionistas el fin se la nación que le ha colocado en el poder.
No creo que se pueda luchar contra eso. Participo en varios foros y la sensación que percibo es que soy un alarmista y un exagerado, y Belén Esteban tiene bastante más influencia que yo. A la gente le da lo mismo el modelo del estado. En general hemos progresado mucho estos último 25 años y nadie se plantea cuál es el modelo de estado idóneo, sino por cuánto conseguirá el billete de avión para ir a Londres el Semana Santa. Leer este debate que estamos teniendo les hastiaría, y no soportarían ni dos líneas de cualquiera de estos posts. Sobreviven con cuatro ideas que captan en la radio o la tele a la hora del desayuno y se retroalimentan entre ellos mientras ponen a caldo a Clemente por meterse con Etoo o destripan sin piedad a Doña Leticia por llevar unos zapatos que no van a juego con el bolso. Y se dan por satisfechos.
Pasan de política, porque es aburrida y lo inunda todo, incluso una maldita operación entre dos empresas como es una OPA.
Así, después de mucho meditarlo he llegado a la conclusión de que sólo hay una manera de solucionarlo: trasladar la capital de España a Barcelona (o a Gerona, donde son aún más cerrados) Se callarían para siempre. Y a esperar a que Pujol se las vea con Ibarreche. Quizá entonces despertaría, de una vez, Castilla. Pero esa es otra historia…
la verdad, que es la verdad?, a quien le interesa la verdad?…en el pais de la mentira en el que vivimos, donde todo es de carton-piedra, donde da terror escarbar un poquito porque todo se sustenta sobre el vacio, quien puede erigirse como portador de la verdad??..
España como sociedad y como nacion no ha salido del estadio evolutivo del estomago, uno lo puede explicar todo a su alrededor con la sola variable de las tripas, lo cual no seria misterioso hacerlo en una brigadilla de limpieza, pero hasta la propia estructura y funcionamiento de la universidad española se explica desde la ‘a’ hasta la ‘z’ con la variable estomacal y sus flatulencias…no hay nada mas, no hay postes intelectuales en los que sostenermos ni salvavidas a los que agarrarnos…en el pais del vacio intelectual a nadie le importa ni el imperio romano ni alarico, ni las autonomias ni lo que los nacionalistas quieran inventar..y la explicacion es tan sencilla como que en españa todo queda explicado y condicionado a la supervivencia individual, al plato de alubias caliente sobre la mesa, y el cerebro no da para mas ni puede ir mas alli.. aquellos que ofrezcan la manera mas sencilla de satisfacer las necesidades del estomago, esos ganaran y acabaran construyendo el modelo que propongan, es asi de sencillo.
Con permiso, os he traído mi deposición de otro foro:
«Se intentan unos saltos al límite que pueden ser tan mortales como la situación anterior, porque, en el fondo, la repiten invirtiendo su sentido.
El Estado de las Autonomías sirvió, entre otras cosas, para subir al coche oficial a un variopinto elenco de jedis, caciques, arribistas y fascistas del leucocito, que, criados en los amorosos pechos del Franquismo, identificaban la ley con la moralidad, el poder con los valores y la autoridad con la soberanía incondicionada.
Los caciques han podido hacer lo que les ha dado la gana durante dos decenios pero, mientras tanto, han negado a sus votantes el aprendizaje histórico necesario para saber distinguir el bien del mal, el servicio y el dominio: les han atrofiado la conciencia moral.
Cuando un órgano está atrofiado cual bíceps de Rodríguez no basta con decretar de nuevo su ejercicio. Es necesaria una larga rehabilitación. Aquí es necesaria una reconfiguración paulatina de la conciencia moral y un ensayo de convivencia donde esos valores no sean palabras sino exigencias encarnadas.
España está enfrentada ante una gran tarea: la creación de una conciencia moral común, naciendo de la propia historia, reasumida con amor, criticada con libertad, apropiada en profundidad y conforntada con las creaciones históricas de los pueblos que nos rodean, en referencia a los cuales hemos cristalizado como nación.
¿Es tarde para eso? Es utópico y hasta un algo «naif». Se agradecerá la ayuda venga de donde venga, pero sólo la ayuda.»
Y ya. Calladito.
Harturo, otros lo llaman inercia ignorante, o arrogancia ciega. Las soluciones, nunca antes de un “hic Rhodus, hic salta” generalizado 🙂
Aquí hemos de mojarnos todos!
Es notable la resitencia de los pueblos a admitir los procesos en curso o el final del presente.
El Imperio Romano tardó unos 60 o 70 agnos años en apercibirse de su propia extinción (le habían rebanado el gaznate demográficamente 150 años atrás), pero estaba bien muerto al menos desde el cruce del Rihn en 406. En Hispania el terror y la devastación comenzó poco más tarde y los hispanorromanos que no se resignaban a vivir como siervos de los nuevos amos extranjeros se unían a hordas desesperadas de bagaudas en fuga hacia campos y montes.
El saqueo de Roma por Alarico, el «11 S» de la antiguedad tardía que Agustín y Jerónimo interpretaron como premonición del fin del mundo, debió despertarlos, pero muchos eligieron volver el rostro a la realidad, fiando sus esperanzas a los símbolos subsistentes,a las proclamas de buena voluntad de algunos bárbaros y a una apariencia de poder en la Urbe.
O quince siglos más tarde, cuando los españoles, más «avestrucistas» que nunca, hicimos nuestra guerra de Cuba contra la opinión del mando, que la daba por perdida. Con un par.
Opino que el problema que describes está generalizado y no se resuelve pegando un portazo a la indecente partitocracia de Tinell.
«Hic Rhodus, hic salta» hubiera sido un título muy bonito. Saludos.
«Sí, algo falla en la política y en el periodismo, en toda la red de redes de la opinión pública española, para que la volatilidad tenga preferencia sobre la sedimentación. Algo falla en la sala de máquinas cuando la sustitución de un estatuto de autonomía sobradamente avalado por la experiencia histórica depara una exacerbación negociadora como la actual, partitocrática, ahistórica, tan consistente como la dirección de una veleta. A continuación llegamos al incumplimiento de la Ley de Partidos para no causar inconvenientes a una reunión de la ilegal Herri Batasuna con el argumento de que el derecho de reunión ampara a los miembros individuales de la rama política de ETA. Todo eso aturde, más allá incluso de la perplejidad o de la incertidumbre, porque hasta ahora gobernar consistía en imponer la ley de punta a punta de un país, viejo imperio de la ley postergado por la intención -manifestada expresamente por Rodríguez Zapatero- de extender los derechos de los ciudadanos». Valentí Puig en su artículo de hoy en el ABC. Brillante.
Sólo una cosa. Cuando digo que no me opongo a las reformas constitucionales, lo digo como principio general. Otra cosa es que comulgue con la retórica del nacionalzapaterismo, para la que toda reforma, por el hecho de serlo, es buena y todo el que se opone a su revolución es un facha, un carca y un reaccionario.
more, dices:
«No me opongo a las reformas. Sí a reformas por la puerta de atrás y sin respetar la ley (verbigracia el Estatut).»
Muy buena acotación a mi escrito.
Desconozco quien te acusa de romper España, pero es una soberana estupidez. Ahora bien, no creo que nos enfrentemos únicamente a un cambio, una reforma. Más bien, estamos ante una suerte de revolución. ¿Por qué? Porque los argumentos que el PSOE y nacionalistas esgrimen son de ruptura total, no de reforma. Nada sirve ya, todo es malo. Más aún, la ley no se cumple si no sirve a los intereses de la revolución en marcha (oír hablar a Zapatero de la Ley de Partidos me ha recordado tanto a Allende que se me han puesto los pelos de punta), se despacha con el insulto a todo aquel que se opone a sus cambios. No se trata, en mi opinión, de que algunos españoles no se sientan como tales y que haya que integrar esta realidad en el discurso político. Lo que estos revolucionarios de pacotilla pretenden es, justamente, estigmatizar a todo aquel que, como yo, se siente español algo que, por cierto, uno puede sentir de muchas maneras. Yo nací y crecí en Cantabria, jamás me planteé qué significaba España o el ser español hasta que, durante unos años, fui a vivir a Pamplona y a trabajar en un ambiente en el que los «patriotas» vascos hacían a diario de las suyas (amenazas de muerte, amedrentamientos varios, …) y vi como los amenazados consideraban que su defensa fundamental era la conciencia de formar parte de una nación, España, que los iba a defender. Fue entonces cuando entendí lo que significaba España para mí. Por eso, sin oponerme, al menos teóricamente, a la opción 3 de tu encuesta (de hecho, he votado por ella) creo que falta un ítem: En las condiciones actuales, no. Conceder la independencia hoy al País Vasco, por ejemplo, significa una traición a mucha gente que ha luchado con arrojo, valentía y civismo contra el nacionalismo étnico. Los dejaríamos a la merced de Ibarretxes, Arzallus, Otegis,…
Resumo lo que he querido decir. Escuchar a Moraleda hablar de «democracia dinámica» me produce escalofríos. No me opongo a las reformas. Sí a reformas por la puerta de atrás y sin respetar la ley (verbigracia el Estatut). Me opondré con todas mis fuerzas a la revolución zapaterista-nacionalista. A lo que Joan Font llama el partido del odio: socialistas, comunistas y nacionalistas.