Independientemente de la polémica surgida en torno al “nou estatut”, y a la vista de las muy diferentes concepciones que tenemos los lectores y autores en “Desde el exilio” de la Nación Española, me animo a dar mi propia visión sobre un problema que, como diría Gustavo Bueno, “…es un problema filosófico…”, una España que es el fruto de una prolepsis “…por cuya mediación se canalizaron durante siglos las energías etológicas, políticas o sociales emanadas del conglomerado de los pueblos que venían habitando la Península Ibérica….”
Bueno hace un magnífico análisis del “problema de España” desde un punto de vista filosófico e histórico”, con el que se puede estar de acuerdo o no. Lo que ocurre (y que me distancia de Bueno) es que para mí España, la Nación, es algo más que filosofía o historia.
No voy a describir el proceso por el que desde las estructuras tribales de la edad de bronce se llega a la estructura de Reino, incluso de Imperio para lo que hoy denominamos España. Todos lo conocen, o deberían conocerlo. Es importante subirse al carro de historia justamente en los tiempos de la revolución francesa, pues es a partir de ahí cuando los Reinos (Imperios) pasan a ser definitivamente considerados como Estados. No habría de transcurrir mucho tiempo para llegar al romanticismo, corriente que nos trajo la idea de Nación. Frente al reino de los Borbones se opone la Nación, es decir el conjunto de los nacidos en un territorio cuyo único rasgo de identidad es haber nacido en un territorio. Así todos los nacidos en un territorio, la Nación soberana, se constituye en Estado. El término nación, surge con el Romanticismo y paradójicamente es rehabilitado por las monarquías de la Restauración después de la derrota de Napoleón. El reino y la nación forman el estado. Así aparece en nuestra Constitución de 1812.
Y en qué situación nos encontramos hoy? Lo fácil es recurrir a nuestra Constitución:
Leemos en el Artículo 1.1: “España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho,…”, lo que debemos completar con el Artículo 2: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.”, pues es aquí donde se define España como Nación, Patria indisoluble de todos los españoles. En otras palabras, la Nación se constituye en Estado. No existe Estado Español, pues, sin Nación Española. Hasta ahí la Constitución.
Y si lo expuesto está tan claro, me dirán, por qué las discusiones? Porque en lo que no acabamos de ponernos de acuerdo es en lo fundamental: qué es la Nación, quién es la Nación, y si la Nación es solo una o son varias. Demos un pequeño repaso a las diferentes posibilidades, aún a riesgo de dejar alguna fuera de mi disquisición:
1. La Nación nace de la raza. “Las estructuras artificiales que nacen del sistema Feudal, de los matrimonios entre nobles, de los acuerdos diplomáticos se han vuelto vacías, no tienen significado. Lo único inamovible es la raza de la población. Ésta justifica de por sí un derecho, una legitimidad.”
Según esta teoría, la “nación vasca” tendría derecho a reunir de nuevo a los miembros dispersados de “Vasconia” (Navarra, Sur de Francia), aunque éstos no quieran vincularse con ella. El derecho de la Raza Vasca sobre tales provincias es más fuerte que el derecho de los habitantes de esas provincias sobre sí mismos. De esta forma, se crea un tipo de “derecho primigenio” frente al “derecho divino” de los Reyes. En el origen de la Nación se coloca la etnografía. Se trata de un serio error .
Si esta teoría se convirtiese en predominante, supondría la ruina de la civilización europea. Mientras que el principio de las naciones es justo y legítimo, el “derecho primigenio” de las razas es limitante y lleno de peligros para un verdadero progreso. Las tribus y la ciudad de la antigüedad no eran más que una ampliación de la familia. En Esparta, en Atenas, todos los ciudadanos estaban más o menos estrechamente emparentados. En el Imperio romano la situación ya es la totalmente diferente. La acumulación de ciudades y provincias absolutamente distintas bajo un mismo Estado supuso el primer serio golpe contra las sociedades racistas. El cristianismo con su universalismo sin restricción actuó aún más vigorosamente en la misma dirección.
Las razas, decisivas al principio de la historia, pierden cada vez más importancia. La historia humana ha superado ampliamente los principios de la zoología. Más allá de las características antropológicas, existen la razón, la justicia, la verdad y la belleza que son principios válidos para todos los humanos.
2. El idioma. Lo que hemos dicho de la raza, debemos también decirlo de la lengua. La lengua invita a unirse; no fuerza la unión. Los Estados Unidos e Inglaterra, Hispanoamérica y España hablan la misma lengua y no forman a pesar de todo una Nación. Al contrario, Suiza, que existe como la conocemos, porque nació del convenio de sus distintas partes, cuenta con tres o cuatro lenguas. Para el hombre existe algo que hemos de situar, en una escala de valores, por encima de la lengua: la voluntad.
La toma exclusiva en consideración de la lengua tiene, así como poner el acento sobre la raza, serios peligros. Valorar en exceso la propia lengua como determinante de la Nación, supone encerrarse uno a sí mismo en un nivel cultural sólo “nacional”; es profundamente autolimitante. Se abandona el aire libre que se respira en la anchura de la humanidad, para retirarse al divertículo de los conciudadanos. Nada es peor para el espíritu, nada es peor para la civilización. Supone abandonar el principio básico por el que el hombre es una naturaleza razonable y moral, ya antes de que pueda vehiculizar su razón y su moralidad por medio de una lengua, ya antes de pertenecer a una raza, mucho antes de ser miembro de ésta o quella cultura. Antes que la civilización francesa, española o italiana, antes que la lengua española, gallega, vasca o catalana, existe la cultura humana. Los grandes hombres del Renacimiento no eran ni franceses, ni italianos, ni alemanes, ni españoles. Se sentían los representantes del verdadero secreto del espíritu humano.
3. La religión. Tampoco la religión puede darnos argumentos suficientes para definir en base a ella una Nación moderna. Al principio, la religión estaba vinculada a la existencia del propio grupo social. Éste era una extensión de la familia. La religión, los ritos eran los ritos de la familia. La religión de Atenas era el culto de Atenas a sí mismo, sus míticos fundadores, sus leyes y hábitos. Esta religión era en el sentido más estricto de la palabra una religión oficial. No se era un Ateniense, si se rechazaba practicar la religión de Atenas. Si se juraba en el altar de Aglauros, se juraba morir por la patria.
La España Católica, la de la historia, ya no existe. Y no existen las religiones oficiaes, hoy se puede ser Francés, Inglés, Español y practicar el judaísmo, el catolicismo, el protestantismo o el islamismo. La religión se ha convertido en un asunto individual, limitada a la conciencia de cada uno. La subdivisión de las naciones en católicas o protestantes ya no existe . La religión que hace tan sólo 50 años jugó un papel tan importante en el nacimiento de Bélgica, ya no posee más importancia que la que cada particular quiera darle. Si hemos de enfrentar las consecuencias civiles de la aplicación fanática de una religión (la amenaza islamista), no lo haremos desde la defensa de una religión diferente, sino desde la defensa de los principios que hoy nos son comunes a todos: los principios de la libertad y la justicia para todos.
4. La comunión de intereses es, sin duda, un fuerte lazo de unión entre las personas. Pero, es suficiente para formar, definir una nación? No lo creo. Una “asociación aduanera” no es una Patria.
5. La geografía. Desde luego que la geografía es un factor importante a tener en cuenta. Las razas, las tribus se sirvieron de los ríos para extenderse. Las montañas acotaron su expansión. El principio geográfico esconde sin embargo graves peligros que no debo omitir. Pensemos sólamente en la denostada pancarta de los “Paisos Catalans” en el Nou Camp, y sabrán a que me refiero. Pensemos en las guerras expasionistas (la Alemania Nazi) y sabrán a qué me refiero. La tierra, la geografía sólo suministra el substrato, el suelo para luchar y trabajar, el hombre suministra el alma. En la formación de esta cosa santificada que es la Nación, el hombre lo es todo. Nada material es suficiente para formar una Nación.
Entonces, qué es una Nación?
Una Nación es un alma, un principio espiritual. Dos cosas que en realidad sólo son una, constituyen este alma, este principio espiritual. Una de ellas pertenece al pasado, la otra pertence al presente. Una es la posesión de una rica herencia en recuerdos e historia comunes; la otra es el acuerdo actual, el deseo de vivir juntos, la voluntad por la cual nos manifestamos orgullosos de la herencia que recibimos compartida, no dividida. El hombre no se improvisa. Como el individuo, la Nación es el resultado de un largo pasado de esfuerzos, víctimas y devoción. Ese reconocer juntos los logros y errores comunes del pasado, la voluntad de querer seguir juntos en el presente para construir juntos el futuro – ésas son las condiciones esenciales para ser un pueblo, para ser una Nación. Amamos la casa que heredamos, la que construímos y dejaremos en herencia. El himno espartano: “Somos lo que habeis sido; seremos los que sois” es, en su simplicidad, el himno acortado de toda Patria.
Una Nación es, pues,una gran comunidad solidaria, que se soporta en la consciencia de los sacrificios que se hicieron, y de los que será necesario aún disponer. Supone un pasado, pero se resume a pesar de todo en el presente en un hecho tangible: el convenio, el deseo pronunciado claramente de seguir la tarea común. La existencia de una Nación es un plebiscito diario, tal y como la existencia individual es la contínua afirmación de la voluntad de querer seguir vivo. Sé que mi definición es menos metafísica que la que emana del derecho divino, menos brutal que la que nace del supuesto derecho histórico. En el orden de las ideas que presento, una nación no tiene el derecho antiguo de los Reyes a decir a una provincia: “me perteneces”. Si alguien tiene algo que decir en esta cuestión, esos son sin duda sus habitantes. Una Nación como yo la entiendo, no tiene nunca un verdadero interés por conservar o anectarse un territorio, un grupo humano, que no quiere ser parte de ella. El deseo de las personas es el único criterio legítimo, al cual debemos siempre referirnos.
Mi Nación es la de aquellos que como yo, recuerdan y veneran lo que nuestros antepasados dispusieron para nosotros, quieren seguir a mi lado construyendo el proyecto España y sueñan con entregar a nuestros hijos el testigo en condiciones algo mejores que como lo recibimos nosotros.
no lo se
es un sentido de pertenencia..de estar orgullosos de nuestros antepasados, para así
construir un mejor futuro, juntos, y unidos
España incluye territorios con todas las denominaciones: país, territorio, principado, comunidad…
lugo querrán ser -dichoso verbo “pronombre” que no significa nada- isla, continente, codillera, planeta…
Lo que nadie se atreve -de momento- a aspirar es a…ESTADO, que sólo hay uno: el español
Esta esencia es la que creo se debe hacer incapié
La Nación según el sentido de la Consitución es el Fundamento del Estado y la base sobre la que se legitima la Soberanía. En ese sentido, el estatuto catalán no choca con la Constitución y no hay objeciones que plantear.
El término Nación es polisémico y resulta obvio que el no vincular el término Nación a la idea de fundamento del Estado y a la Soberania están utilizando otra acepción. Resulta claro que cuando el Estatuto de Cataluña habla de Nación busca antes que nada Reconocimiento. Reconocimiento a su realidad social, cultural, histórica, a su auto-conciencia de comunidad.
Es legítimo que un mismo término adquiera dos acepciones distintas en literatura constitucional. No es muy ortodoxo, pero véase qué pasa en la misma Constitución con el término Pueblo. Unas veces se alude a él como depositario de la Soberania española y en otras como una pluralidad (que vendría a coincidir con las llamadas “nacionalidades”).
Cataluña es una Nación. Será por error, desvario o efecto de la larga decadencia española, pero a estas alturas sólo queda constatar que más allá del escrutinio analítico de las causas para ser considerada Nación basta con que la población de Cataluña así lo quiera. Y así lo quieren.
Pues suerte y a otra cosa.
Lo ves, lo ves?. Mira si tenía razón.
Navarro es muy rápido. Vivir para ver.
Creo y sin ambages ni mistificaciones que una nación es la suma de esos factores que citas: Historia, Lengua o lenguas, Normas, Territorio, Cultura y lo más agregador:
Los intereses comunes para defender todos esos tesoros conseguidos a lo largo del tiempo y luchar juntos contra la panda de mamones que trate de tocarnos las narices.
Sería deseable añadir la vacunación conta la polio. Pensándolo bien hasta tiene sentido.
Saludos.Rolan.
el termino nación incluido en ese estatuto que se
supone que representa la opinión mayoritaría de nosotros, no es más
que un señuelo para despistar al personal de otros asuntos más
importantes como el anteriormente como de el derecho de veto en las decisiones estatales,
la supremacía de la ley catalana respecto a la constitución, y el
régimen fiscal. Este termino nación se retirará en su tiempo del
estatuto, conservando lo anterior, colgándose ZP la medalla de
haber parado al nacionalismo, mientras los nazionalistas se parten
la caja de ZP y del resto de Españoles, ya que han recibido todo, a
cambio de nada.
Os equivocáis en discutir si son galgos o podencos, que Cataluña es una nación?, pos fale, se lo regalo, pero los cuartos no.