Desde Argentina:
…A pesar de que la inmigración nos forjó tal cual somos, mantenemos en esencia aquel origen. Somos algo así como españoles genéticamente modificados. Y deberíamos estar orgullosos de serlo, a la vez que deberíamos estar orgullosos -como es mi caso- de nuestra herencia italiana. O turca, o judía, o serbia, o la que sea. Porque eso somos.
Lo dice Rubén Benedetti en su BlogBis
Recuerdo mi fascinación por las culturas aymará, calchaquí, inca, Tiahuanaco… a mi tal vez me hubiera gustado llamarme Amarilla, Chocobar, Quispe, Wayra o tal vez Yupanki en otra vida, y vivir en la Puna…(eso si, sin coquear porque es francamente repugnante). Qué bellos lugares… Tilcara, Purmamarca, Humahuaca…
Blogbis… me has hecho recorrer mis recuerdos sobre el bello Altiplano y sus magníficas gentes. Gracias por el viaje mental.
Tal vez por una cuestión de distancia (o por no haber leído el artículo completo o no haber abierto el link final) no queda claro a que me refería en el post original. Aquí en HA hay quien abjura de ser Sánchez, Jaureguiberri, Mateucci, Fairbanks o Iwanowski, soñando con la fantasía de ser un Curiñanco, Cancumil o cualquier otro nombre de los ahora llamados «pueblos originarios». Es a esa fascinación progre por abrazar y reflotar causas perdidas a la que me refiero.
Los alemanes dice «Stolz wie ein Spanier» orgullosos como una español.
Pero estoy de acuerdo, orgulloso de lo que uno consigue, no de la herencia. De eso, agradecido, en su caso.
quise decir… «y no pienso evitarlo».
Es cierto, Groucho. Pero yo me siento orgullosa de ser española, me siento orgullosa de portar la ciudadanía del primer país que puso freno al poder real a través de las Cartas pueblas y de los fueros. Me siento orgullosa de ser ciudadana de un país que -a pesar de la condición natural de egoísmo y codicia del ser humano- intentó proteger a los indios durante la colonización de América con una legislación ejemplar que los protegía (aunque no siempre se cumplía). Me siento orgullosa de que por mis venas corra sangre bravía, amante de la libertad, valiente, honorable.
Aunque en los últimos tiempos, todo esto esté bastante desvirtuado.
Pero me siento orgullosa. Y pienso evitarlo. Porque me gusta ser española.
Aunque probablemente, si hubiera nacido en EEUU, me sentiría orgullosa de ser useña, porque como decía Séneca, uno no ama a su patria porque es grande, sino porque es suya.
Y España es mía.
Nunca he entendido eso de «estar orgulloso» de la propia herencia o de la patria de uno.
El orgullo, a mi juicio, viene cuando uno «se ha trabajado algo». No puedo sentirme orgulloso de ser español, porque es cosa del azar. Podría haber nacido en California, en Belmopán o en las orillas del estrecho de Sunda. Si he de decir algo acerca del lugar en el que asomé la cabecita por primera vez es que creo que he tenido mucha suerte.
Resumiendo: en mi opinión, uno puede, como mucho, sentirse afortunado de ser español (ese es mi caso, precisamente), pero no orgulloso.
Lo mismo se aplica a herencias, tradiciones y circunstancias similares en las que la voluntad no interviene para nada.
Vamos, digo yo.