Leo en un artículo de Federico Quevedo:
“Quién nos iba a decir que íbamos a volver a vivir los tiempos de la Transición”, le dije ayer, a la salida del Foro ABC, a un buen amigo al que hacía tiempo que no veía. “No. ¡Quién nos iba a decir que volveríamos a vivir los tiempos de la República!” me contestó, sintetizando lo que ayer mismo pude comprobar como una realidad fehaciente después de asistir por la mañana a un desayuno con el presidente del Gobierno y, por la tarde, a un almuerzo con el líder de la oposición.
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Hasta aquí, creo yo, hemos llegado. No hemos pasado una Guerra Civil y cuarenta años posteriores de dictadura para volver al lugar que dio origen a las mismas, y todo porque un presidente del Gobierno se ha empeñado en que la Historia le recuerde como un segundo Manuel Azaña, con la diferencia de que éste quiere terminar la labor que aquel comenzó y no terminó, sin ser consciente de que lo que hizo que entonces el proyecto no llegara a buen puerto fue, precisamente, que partía de un planteamiento divisorio en lugar de tener voluntad integradora.
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Hasta el día en que Rodríguez se enfundó el traje de justiciero de la Historia y, movido por un equivocado afán revisionista, ha decidido retrotraernos a los orígenes de nuestras peores pesadillas, con la ayuda eficaz del dúo Maragall-Carod, que hacen las veces de un Companys que ya en su día prometía como heredero de la más rancia tradición autárquica y estalinista. Y eso que éstos ni siquiera llegan a la décima parte de la altura intelectual de Azaña o Companys.
Rodríguez se ha propuesto liquidar los consensos de la Transición. ¿Por qué? No hay otro motivo que esa particular visión de una España confederal que he denunciado tantas veces y que, a cada paso, se hace más patente en sus propias contradicciones. Rodríguez, lo comprobé ayer in situ, es incapaz de hablar de España con la misma pasión con la que habla, por ejemplo, de lo mucho que colabora Marruecos a luchar contra la inmigración ilegal. Para justificar su desamor hacia el país que gobierna tiene la desfachatez de afirmar que su única patria es la libertad… la libertad que, precisamente, tanta sangre ha costado conseguir en defensa, entre otras cosas, de nuestro proyecto común y compartido de convivencia. Es decir, de España.
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Rodríguez quiere emular a Azaña. Lo hace conscientemente, sin importarle que el empeño implique gravísimos riesgos para la convivencia. Quiere reformar la Constitución, y como no puede hacerlo por la vía ordinaria porque necesita el concurso del PP, lo hace a través de una ilegalidad, tramitando una reforma estatutaria que en sí misma implica modificar la Constitución en casi todos su articulado. Y lo hace “obedeciendo a teorías, sentimientos e intereses de partido, sin pensar en esa realidad de convivencia patria, sin cuidarse que se legislaba para España”, como afirmaba Alcalá Zamora de aquella Constitución del 31 que “invitaba a la guerra civil, desde lo dogmático, en que impera la pasión sobre la serenidad justiciera, a lo orgánico, en que la improvisación, el equilibrio inestable, sustituye a la experiencia y a la construcción sólida de los poderes”.
Si hoy Miguel de Unamuno le reprochara a Rodríguez el estar transgrediendo la ley como hizo en su día con los diputados que votaron la Constitución de la República, seguramente Rodríguez le contestaría lo mismo que le contestaron a Unamuno: “Sí, es injusta, pero aquí no se trata de justicia, sino de política”. Y aquello condujo a la confrontación que ya todos conocemos.
ZP parece empeñado en que los que no vivimos la Guerra Civil sintamos el vértigo terrorífico que nuestros compatriotas vivieron en aquella trágica etapa de nuestra Historia. Y el Rey de ¿todos? los españoles pensando en ropita para el próximo nieto. Como no espabile va a tener que comprarla lejos de España. Saludos.