Hace poco descubría, gracias a Carmelo Jordá, la revistaLetras Libres. No me arrepiento lo más mínimo por haber seguido su recomendación, que hago extensiva a mis lectores. Lo que he leído hasta ahora es una magnífica selección de artículos sobre temas imaginables e inimaginables. Traigo al blog un extracto del escrito por Leah Bonnín, «25 años de nacionalismo», en el que se nos muestran con eficacia cuasipedagógica todos los defectos de las políticas de inmersión lingüística en Cataluña:
En una carta dirigida a la profesora de lengua y literatura Cécile Ladjali, George Steiner afirmaba que es en la enseñanza secundaria, y no en la universidad, «donde se libran las más decisivas batallas contra la barbarie y el vacío», porque tal y como plantean estos dos maestros en su libro-entrevista Elogio de la transmisión, es en la adolescencia, en ese «momento en que el ingenio y el corazón se hallan en un estado de extrema vulnerabilidad», cuando el profesor tiene la posibilidad de conducir al alumno hacia el conocimiento de otros universos (la filosofía, las matemáticas, la historia, la literatura, la biología…), de sobrepasar sus limitaciones sociales, domésticas, personales, e incluso físicas, y de introducirlo en lo trascendente a través de la transmisión de la cultura recibida. A sabiendas de que nadan contra corriente, estos dos maestros —»un maestro de renombre internacional y una profesora de barrio»— ponen en solfa la ideología políticamente correcta que en las últimas décadas ha penetrado en las reformas educativas de España y de los países de nuestro entorno.
Pero posturas como las de Cécile Ladjali y George Steiner son excepcionales porque parece que todavía no nos hemos recuperado de los criterios que orientaron los planes de estudio desde la implantación de la LOGSE en 1991 (reforma educativa dirigida y pactada entre el PSOE y algunos partidos nacionalistas) hasta el presente —la LOCE del Partido Popular, basada en el fomento de la cultura del esfuerzo y el control externo del aprendizaje o reválida, nunca llegó a implantarse—, a pesar de haber dado sobrada constancia de su ineficacia. A saber: que la misión de escuelas e institutos no es la de transmitir conocimientos sino educar en los valores de la convivencia, cuidar del bienestar de los alumnos y mantener en alza su autoestima; que la memorización es un valor en desuso y que, según la concepción constructivista del aprendizaje —para la que el alumno no aprende, sino que construye por sí mismo los conocimientos—, la tarea del profesor es motivar; que para evitar frustraciones y desmoralizaciones es preferible evitar los exámenes y suprimir la notas; que, a pesar de la importancia de lo universal y común, lo que debe prevalecer en los planes de estudio es el fomento de lo propio y particular de cada comunidad autónoma.
Y si la situación de la educación en España es desoladora, en comunidades autónomas como la catalana alcanza cotas de patetismo, puesto que, a los efectos adversos de la LOGSE, hay que sumar los no menos nocivos de un nacionalismo que, durante veinticinco años, ha concebido el sistema educativo como piedra angular de sus fines políticos.
No dejen de leerlo entero (basta un simple registro gratuito): La educación en Cataluña: 25 años de nacionalismo