Nicolas Sarkozy se ha convertido en uno de los políticos más populares de Francia. Su secreto es su sinceridad aplastante. En la pasada primavera le dijo a un grupo de estudiantes en París: «¿Por qué nos permitimos mirar por encima del hombro a paises cuya tasa de desempleo es la mitad que la nuestra?» ¿No es en nuestro interés buscar los buenos ejemplos de administración y aplicarlos? Nosotros no somos los más listos de la clase. Voilà, ya lo he dicho. Tal vez tengamos algunas cosas que aprender de los demás». Los estudiantes le dedicaron una cerradísima ovación.
Me pregunto si tal ejercicio de sinceridad tendría éxito en Alemania. El país que Schröder quere seguir gobernando y Merkel quiere empezar a gobernar está con el agua al cuello. Los orígenes de la enfermedad germana se remontan a hace ya una década, bajo Helmut Kohl. Hoy Alemania es conocida por su escaso crecimiento económico y su tasa de desempleo de dos dígitos. Los bricolages de Gerhard Schröder poco pueden modificar en tan triste estado de la nación alemana. La población envejece, la tasa de natalidad es cada año menor. La filosofía del «Can-do» y el optimismo social no son precisamente platos que se sirvan a diario. Se ha criticado duramente al historiador Arnulf Baring cuando éste denominó el estado de ánimo de la sociedad alemana como «RDA-light». Sin embargo, todos los alemanes son conscientes de la enfermedad que les afecta. Estarían muy agradecidos si se les tratase con algo más de sinceridad.
¿Por qué no decir a los electores sinceramente que la economía de mercado social ya no funciona? Ya sé que el viejo modelo se glorifica como si de una religión se tratase, y que los políticos de todos los partidos se sienten “obligados” a rechazar categóricamente todo aquello que parezca conducir a «situaciones americanizantes». Nadie querría «hire and fire» o «capitalismo puro». Pero se podría decir a los electores que tales clichés no son más que manidas caricaturas al servicio de quienes siguen defendiendo su visión de Estado paternalista. (Sí, Sr. Muentefering y Sr. Rodríguez, incluso los EE.UU tienen sindicatos, y el trabajo infantil está prohibido). Además, nadie dice que todo tenga que ser como en USA.
Su historia no es la nuestra, y los alemanes (como los españoles) asignarán probablemente siempre un mayor papel al Estado. Pero, a pesar de todo, se podría decir a los electores que Alemania necesita una revolución, con menos impuestos, menos reglamentación, más responsabilidad individual, más riesgo y mejores recompensas para el espíritu empresario. Tendremos éxito en Europa cuando jóvenes californianos vengan a Europa debido a las mejores posibilidades de desarrollo personal que aquí encuentren. O si las leyes y regulaciones alemanas permitieran sobresalir a un empresario como Richard Branson; el CEO poco ortodoxo del Virgin-Gruppe británico que, para romper el monopolio de la British Airways, escribió sobre las alas de sus aviones «No Way BA» y ofreció a los niños tanto helado como pudiesen comer. Estrategias extrañas, quizá, pero exitosas.
A primera vista, los liberales alemanes y el CDU luchan contra los “rojos” y los “verdes”. Pero el problema de Alemania supera las políticas de partido. Creo que en Alemania coexisten dos culturas que combaten por el futuro del país. Por un lado los alemanes emprendedores, industriosos, herederos del milagro de los años cincuenta. Por otro lado los que odian la competencia, temen al futuro y suscitan una lucha de clases inexistentes y la envidia social (no vaya a pensar el lector que la envidia social es monopolio de los españoles). Su táctica es siempre la misma: bloquear. Seguidores de este segundo grupo se encuentran en todos los grupos de edad, en los nuevos y antiguos Estados Federados y en todos los partidos políticos. Antes de que ningún partido o gobierno pueda acelerar al país, ha de producirse una revolución a nivel intelectual que sumerja en el olvido a quienes realmente frenan el desarrollo de Alemania: los cobardes sociales que se esconden tras la pantalla de la mal llamada «justicia social», sean del partido que sean.
Por cierto: en España deberíamos aplicarnos el cuento.
ahhh, más o menos como en España… ahora entiendo…
😉
Es casi como estar en casa, pero con leberwurst en lugar de cecina…
Aleon, sobrevivo como los alemanes de ingenio: trampeando. Está feo decirlo, pero es la verdad. Además, si tienes algiun «amiguete» en el ayuntamiento, eso ayuda….. 😉
Hola Luis, menos mal que regresaste, porque en mi caótica estancia en Alemania, además de no entender alemán, me di cuenta que tampoco entiendo a los alemanes.
Gracias por tus explicaciones, claras (y un tanto dolorosas) sobre la realidad de aquel país, que ha sabido construir un mito al abrigo del plan Marshall y sigue viviendo de él, aunque se les esté acabando el cuento.
Cómo logras sobrevivir entre tanta planificación y tanta regulación? Mira que yo me siento asfixiada en España, donde se borra con el codo lo que se escribe con la mano…
¡Bien volvido!
¡»todo sigue» a todo trapo!
La verdad, Numantinus, es que ya echaba yo de menos esto de blogear 🙂
Bienvenido!!!,
Me alegro mucho de que se te hayan acabado las vacaciones ;-), (Permíteme que sea egosita!!). Ya que estaba deseando que empezaras a comentar las elecciones alemanas, candidatos, proyectos, etc….
Espero que lo hayas pasado bien en España…. y nos ilustres ahora con tus conocimientos sobre «las Alemanias».
hola Chesco, un placer volver a «leerte». Al parecer se lo están pensando seriamente. De todos modos, en cuanto haya una postura más clara os lo contare. Más tarde publico un «resumen general de lo que ha pasado hasta ahora», para tomar contacto. 🙂
Exacto, Luis, en «Expaña» deberíamos aplicarnos el cuento. Buen tema, si señor.
Bienvenido Luis tras tus vacaciones.
Te esperábamos para comentar las venideras elecciones en Alemania. Hay cosas interesantes a la vista como la medio propuesta, sugerencia, o algo así de una «flat tax» al 25% de un asesor de Merkel.