Estados Unidos celebra hoy su Día de la Independencia. Tal día como hoy, la lucha por la escisión del poder inglés llegó a su cenit. Los americanos lograron deshacerse de la corona del rey Jorge III, y una nueva nación vino al mundo.
Hoy también, la celebración del 4 de Julio nos puede mostrar más argumentos que dibujan mejor el perfil del título de esta categoría, el capitalismo.
Se dice, se enseña, que la revolución americana fue básicamente una revuelta por la libertad y contra la tiranía que el rey de Gran Bretaña estaba infringiendo a los colonos de ultramar. Thomas Jefferson escribiría en la Declaración de Independencia sobre los abusos, usurpaciones e injusticias que el Gobierno inglés practicaba en suelo americano. De este modo, la revuelta se entendería como la respuesta de los americanos ante el establecimiento de una dictadura. Los colonos creían que se les estaba negando los derechos prometidos, los derechos que disfrutaban los ingleses.
No obstante, como igualmente escribió Jefferson en el famoso texto, esa tiranía también se manifestaba en la vertiente económica. El rey estaba erigiendo multitud de oficinas gubernamentales, enviando “enjambres de oficiales para acosar a nuestro Pueblo y acabar con nuestro sustento”. La corona inglesa estaba montando una extensa burocracia para aprovecharse de los logros de los colonos americanos. Quería succionar el éxito económico de las colonias y convertir la región en el granero del Imperio.
Fue el mercantilismo, la práctica que se llevó a cabo para realizar tal tarea. No es extraño que dirigiera sus miradas a la naciente patria americana. Desde que en 1607 desembarcara el primer buque inglés repleto de colonos, la historia de los moradores europeos en la otra orilla del Atlántico ha tenido terribles periodos, episodios durísimos que a menudo se olvidan, pero que lograron superarse gracias a la libertad y al capitalismo. Por tanto, no resulta extraño que la revolución americana esté planteada dentro de un contexto profundamente económico pues el capitalismo y la libertad son dos caras de una misma moneda y dos pilares fundamentales sobre los que se basaba el éxito americano hasta entonces.
El progreso de las colonias llamó la atención de la Corona inglesa. Desde que los colonos se dieran cuenta de que la propiedad colectiva era catastrófica y procedieron al respeto a la libertad y la propiedad privada, el éxito de los fue imparable. Nuevos productos, nuevos mercados, más relaciones económicas… los americanos se habían convertido en prósperos comerciantes y habían alcanzado un elevado nivel de vida. El mercantilismo, la doctrina intervencionista que se caracteriza por la administración de la economía según los intereses del gobernante, con impuestos, aranceles, proteccionismo y subsidios, se percató del hecho y cayó con cada vez mayor intensidad sobre los colonos.
Desde Inglaterra llegaban disposiciones y mandatos con nuevos impuestos dirigidos a diversas mercancías. La Molasses Act, Sugar Act, Navigation Act, la Stamp Act. Todo un arsenal de imposiciones que pretendían succionar lo que Jefferson llamaba el sustento vital de “nuestro Pueblo” y ahogar la eficiente competencia que se estaba desarrollando.
Los colonos, evidentemente, reaccionaron. Capitaneados por hombres de negocio y comerciantes, la primera respuesta se produjo fue: el contrabando. La restricción a la libertad, al comercio, hizo que aflorara el mercado “negro”. El ingenio de los colonos tenía que agudizarse para lograr que el gobierno inglés no obstaculizara su progreso. Y el comercio tuvo que desarrollarse esquivando los vampíricos ojos de los burócratas de la Corona.
Los ingleses reaccionaron de un modo similar a como ahora se hace con el problema de las drogas ilegales. El tráfico de mercancías prohibidas obligó a la instauración de más leyes y regulaciones para evitar su comercialización. Se negaban juicios justos a los acusados de contrabando y se sobornaba (usando como pago las propias mercancías proscritas y confiscadas) a los informantes que delataban a los que ofrecían las mercancías demandadas.
Como todo intervencionismo, la prohibición al comercio de determinadas mercancías trajo consigo el contrabando, que se intentó combatir con más intervencionismo, más “enjambres de oficiales” y más abusos contra la libertad (de comercio).
El resentimiento creció. La confrontación entre los colonos y los ingleses y sus leales se hacía poco a poco más patente. Cuando el contrabando no fue suficiente, vinieron las protestas y el boicot a los productos ingleses. Liderando las protestas se encontraba la naciente clase capitalista americana.
Ante las protestas, el gobierno inglés retiraba las leyes para luego volverlas a imponer bajo otros nombres. El nivel de enfrentamiento entre los comerciantes y los burócratas ingleses comenzaba a alcanzar niveles más intensos.
Finalmente, conscientes del papel que jugaban los empresarios americanos en la organización y financiación de las revueltas contra la intervención estatal inglesa, en 1773 el gobierno inglés elevó los impuestos, esta vez sobre el te, con la Tea Act. La ley fue un ataque directo contra el contrabando y la clase empresarial americana y al mismo tiempo, el modo de conceder monopolios y subsidios a los empresarios lealistas pro-gubernamentales. Un ataque directo a empresarios que luchaban contra el mercantilismo inglés, como John Hancock, famoso contrabandista y firmante de la Declaración de Independencia.
Sin embargo, no sólo fueron los comerciantes. Como escribe el historiador Larry Schweikart, a los comerciantes se les unieron “los plantadores de Virginia, los granjeros de Pennsylvania, los leñadores de Connecticut, los marineros de Nueva Inglaterra” y todos aquellos que veían el mercantilismo británico como la amenaza a su subsistencia. De este modo, la revolución americana contra la tiranía y el despotismo de Jorge III que ahora celebran al otro lado del Atlántico fue una revolución por la libertad y antiintervencionista. Fue una revolución capitalista.
Este ejemplo se repitió vez tras vez a lo largo de los siglos posteriores hasta la fecha. Y no sólo en Estados Unidos. El mundo, desde entonces, ha vivido siempre una solapada lucha entre el capitalismo y el mercantilismo. Entre la libertad y la intervención. En Estados Unidos después de la revolución, estuvieron más de medio siglo en este ring. Con constantes ataques del mercantilismo y sus políticos, contra la economía de mercado y la libertad individual. Finalmente, con la Guerra Entre Estados y el ascenso del Partido Republicano y de su más famoso líder, Abraham Lincoln, la batalla fue vencida por aquellos que usaban el poder para construir la sociedad que ellos querían fabricar (lo que Hayek llamó ingeniera social).
No obstante, aunque ahora el grado de totalitarismo es menor y el mercantilismo (keynesianismo) se ha reducido, todavía está presente en la vida de la sociedad. Y por eso, tal día como hoy, más si cabe, es preciso recordar una revuelta que consiguió hacer retroceder la voracidad estatalista que quería aprovecharse de la libertad de los hombres.
Estados Unidos debería recuperar el espíritu de la libertad que guió en el pasado a los americanos y que fue menguando como consecuencia del ascenso del mercantilismo y del estatismo socialista.
Es perfectamente trasladable cuando un Estado ejerce una ofensiva militar en suelo extranjero. El tema de la Guerra y de todas las intervenciones de EE.UU es un largo debate. Pero el caso es que se tratan de intromisiones del Gobierno Federal de los Estados Unidos en un país extranjero. Lo que se hace es usar el dinero robado a los ciudadanos del país para financiar una ofensiva bélica según los fines del político que ocupa el poder. Eso convendría no olvidarlo.
El caso es que se podría hablar del antes y del después de la guerra. Tu hablas de los enjambres, parafraseando a Jefferson. Y en cierto modo, estoy de acuerdo con la frase que has puesto en el comentario. Estados Unidos no debería implantar un socialismo en suelo iraquí. Debería dejar que los bienes y servicios de cualquier tipo se proveyeran por medio de los propios ciudadanos. En competencia (libertad).
Siempre que se hable de recursos escasos para la realización de fines que no están dados y siempre cambian, el mejor modo para realizar tales tareas será el capitalismo. El Estado es ineficiente por su propia naturaleza. No dispone de la información necesaria para la coordinación de la sociedad. Por tanto, es necesario que en lugar de crear ministerios públicos con el apellido “Nacional” (Guardia Nacional, Ejercito Nacional, etc) no se limite el surgimiento de empresas que provean los diversos servicios que hoy conocemos e incluso aquellos que ni siquiera hoy podemos sospechar. Al igual que la alimentación no está intervenida, y todo el mundo se la compra en el mercado, lo mismo con la seguridad privada, la sanidad, la justicia… (El caso de la seguridad es un buen ejemplo. En Irak coexiste la seguridad de USA con la seguridad de compañías privadas. Y no es de extrañar que en varias ocasiones la segunda haya sacado las castañas del fuego a la primera. Es normal. Como en mi primer post, una empresa privada tiene más incentivos, no sólo eso, tiene los correctos incentivos para proveer el servicio del mejor modo posible. Con mayores dosis de capital y de empresarialidad. A este respecto son interesantes un par de post de Juan Ramon Rallo acerca de la seguridad privada).
Por tanto, no estoy de acuerdo con la política de Bush de estatalizar la vida económica de un país, obstaculizando el surgimiento de instituciones que evolutivamente darían respuesta a las necesidades siempre cambiantes de la gente. Así como tampoco estoy de acuerdo con muchas medidas que no solo impiden el ejercicio de la libertad en ese país, sino que directamente desprotegen a la población de los delincuentes (prohibición de la posesión de armas por parte de la población).
En suma, lo que se debería hacer es permitir un país libre, capitalista, y no uno intervenido por otro intervencionista.
Además, no sólo es trasladable la cita de Jefferson a Irak, sino aquí en España o en cualquier país socialista, incluso los Estados Unidos de América.
Curioso: “enjambres de oficiales para acosar a nuestro Pueblo y acabar con nuestro sustento”
¡Cuán trasladable es la frase del amigo Jefferson a la actual tarea de sus compatriotas en Irak y en medio mundo!