Las prioridades en una sociedad libre: deben fijarse sobre el individuo o sobre el grupo?.
En una sociedad fundamentalmente individualista, el individuo ocupa el primer plano: es importante que cada uno «elija y siga su camino», incluso «contracorriente». Recordemos aquí las palabras de Frank Sinatra «I did it my way!», tal vez paradigmáticas del sentir en una sociedad que, como la americana, podemos considerar dominantemente individualista. Sin embargo, el eslógan de una sociedad colectivista bien podría ser este otro: «no dejes de clavar en la tabla la punta que sobresale» (antiguo proverbio chino).
Las consecuencias de vivir en una sociedad individualista o colectivista sobre la vida diaria son universales y de gran transcendencia. Un ejemplo concreto de ello es, por ejemplo, el fallo de algunos programas de bonos en los países asiáticos. Los programas de bonificación que recompensan financieramente a un individuo p. ej. por su eficacia, son por sí mismos individualistas, y por ello funcionan bien en las sociedades tambien individualistas. En las sociedades colectivistas, estos programas de bonificación pueden resultar incluso contraproducentes. La explicación es relativamente simple: en una sociedad colectivista, ningún miembro de un grupo quiere destacar especialmente, puesto que el grupo tiene la prioridad.
Varias multinacionales americanas realizaron un estudio por el que descubrieron que la productividad de los grupos disminuía si se utilizaban programas de bonificación individuales. Los miembros de un grupo se orientaban siempre en su productividad hacia el miembro más débil de su grupo, evitando sobresalir en algún modo. Cambiar el sistema de bonificaciones aplicándolo a todo un departamento si consiguió, que sorpresa!, aumentar la productividad.
Pero la economía de libre mercado y la mismísima la democracia se basan también en el individualismo. Es por ello que resulta perfectamente explicable, porqué en los países de cultura tradicional más o menos colectivista la economía está en mayor medida intervenida por los estados y porqué esos países colectivistas tienen o tuvieron predominantemente formas de gobierno más bien antidemocráticas. Un buen ejemplo de lo que digo lo encontramos en la consideración o importancia que se le otorga al comunismo o a las posturas socialistas ortodoxas: hasta hoy, los partidos comunistas y socialistas gozan de mayor aceptación en los países europeos principalmente colectivistas como Italia, España y Grecia; por el contrario, en los países dominantemente individualistas como Gran Bretaña, Canadá y los EE.UU, estos partidos apenas sí cuentan con seguidores.
También en el grupo pequeño , p. ej. la familia, podemos encontrar rastros del individualismo, y/o el colectivismo. Así, los padres en los países individualistas forman a sus niños principalmente en los principios de la independencia individual – como p. ej. en Gran Bretaña y en los EE.UU, donde es la norma que los niños abandonen la casa familiar con el principio de los estudios como muy tarde. En España o Italia eso no es la norma – muchos jóvenes adultos viven aún, a menudo hasta que se casan, en casa de sus padres. La «gran» familia desempeña efectivamente un papel mucho más importante en las sociedades colectivistas que en las sociedades más orientadas al individualismo. La «gran familia» es más bien rara en los EE.UU, en Gran Bretaña o en los Países Bajos.
Yo me proclamo defensor de lo que voy a llamar «individualismo ético«.
Estamos acostumbrados a regular nuestra vida común por normas, principios o convenios. Primero fijamos como queremos vivir juntos y luego aplicamos (o no) los principios acordados. El individualismo ético me lleva, no obstante, a concluir que no es necesario un código de actuación. Ya sé que esto que escribo les puede resultar absurdo por imposible; quienes disfruten de una formación filosófica se tirarán de los pelos: actuar sin normas?, creación de comunidades sin reglas? Eso no puede ser!. Toda ética es finalmente normativa, me reprocharán. Los principios del individualismo ético parten, pero, del reconocimiento del individuo como ser social en sí mismo, tan pronto como se convierte en libre.
El individuo libre no debe ser socializado, pues ya lo es. El individuo libre intercomunica (muestra un comportamiento social) con las otras personas sin perder de vista el contexto en el que se produce tal comunicación. Para ello no es necesaria más instancia que los mismos individuos. No es necesaria una orientación desde afuera para poder actuar de forma conjunta. El secreto es muy sencillo: «El Libre no exige de sus conciudadanos «coincidencia en los fines», pero la sabe cierta, pues nos es común a todos los humanos» (Die Philosophie der Freiheit; Steiner, Rudolf. Berlín 1891). Ser «Libre» es la forma más natural de ser «Humano». La propiedad de «ser libre» no radica en el pasado del hombre (herencia o socialización), sino en su futuro; es la meta de nuestro desarrollo. De nada servirían los contratos, las normas, las reglas y las leyes si los humanos que se someten a ellas no dispusiesen ya de una predisposición natural por la acción conjunta, social. Si ello es así: por qué no es posible la formación de una sociedad que no necesite reglas de fuera? Los principios del individualismo ético describen las condiciones en las cuales ello sería posible. No se trata de reclamar la eliminación repentina de todas las reglas y leyes. Lo que propongo es un experimento intelectual.
Un experimento intelectual que nos llevase a mantener, como «libres»:
una relación autónoma con las otras personas
una relación autónoma con la realidad
una relación autónoma con el mundo de las ideas
una relación autónoma con uno mismo
El individualismo, el reconocimiento de lo único terminará por imponerse a largo plazo, puesto que es el principio econonómico más provechoso. Serán las necesidades económicas las que fomenten la libertad individual más que todos los intelectuales juntos. La evolución favorece a los mejores proveedores, a quienes mejor se adaptan; por lo que no quedará ninguna alternativa a la libertad personal. Este desarrollo sólo se ve frenado por el temor de los particulares a asumir la responsabilidad plena de sus decisiones. Deben reconocer que también para el más débil, para el menos seguro de sí mismo, la libertad supone una mejora esencial de sus posibilidades. Precisamente para los más débiles es fundamental apoyar la libertad individual, pues es la única que les permitirá vivir según sus propias circunstancias.
La paradoja es que quienes más critican los principios de la libertad individual, puesto que tienen miedo a la propia responsabilidad, son quienes más provecho obtendrán de una revolución liberal. Los individuos fuertes impusieron siempre su voluntad, utilizando para ello las armas y argumentos que en sus manos ponen el Estado y las leyes. Los débiles serán quienes realmente se beneficien de la máxima «respeta al otro y su propiedad». El hombre libre se protege a sí mismo y su propiedad en la misma medida en que respeta al otro y su propiedad, no limitándola ni destruyéndola.
La comprensión de estos principios no puede ser alcanzada sino por cada uno de forma particular. Cualquier intento de influir (convencer, predicar, hacer apología) en ello desde el exterior es absurdo. La revolución y debe puede tener lugar en cada persona, es decir, que cada uno debe acercarse a «su» revolución, yo sólo puedo dar ánimos a quien lo intente. Sólo YO puedo liberarme del colectivismo, y si lo consigo, podré ser, tal vez, ejemplo para otros YOES sin necesidad de la imposición, la apología o las normas.
Cecilia, el individualismo no es incompatible con la familia. So me siento profundamente anticolectivista y, sin embargo, defensor de los valores familiares. Pero nuestra familia es la nuestra: única. No comparable con ninguna otra. Y en ella hay sitio para el desarrollo individual.
Desde el individualismo, como desde el colectivismo, son posibles cualquier tipo de interpretación de cualquier hecho. El problema está en qué criterio seguir para discernir: el mío o el del colectivo.
Yo, siempre, el mío.
Creo que la presión hacia el individualismo cada vez hará sociedades insensibles, desmembradas y sin un derrotero. La mujer en busca de su éxito profesional, se verá obligada a no tener familia, y la vejez comenzará a ser un largo y triste camino, en donde no habrán hijos ni nietos que cuiden al cada vez más inútil.