El Secretario General del SPD Franz Muentefering desencadenó con su flameante discurso contra el capitalismo «asocial» un fogoso debate sobre la naturaleza del capitalismo que, desde entonces, mantiene a la opinión pública alemana en discusión casi permanete. Parece increíble que semejantes prclamas, que todos creíamos obsoletas desde hace muchos años, hayan encontrado semejante eco y sean centro de la discusión política de un país cono Alemania. Una primera toma de postura al respecto ha tomado cuerpo ayer con la derrota del SPD en su feudo más tradicional. No es una discusión que tenga lugar en España, aunque la izquierda de este país siga manteniendo la estúpida costumbre de culpar al capitalismo y la globalización de todos los problemas del mundo.
Lo realmente curioso del asunto es que, en nuestra Europa Occidental, ya no queda ni rastro de ese «capitalismo desbocado» del que nos quieren defender. Durante las cinco últimas décadas, en particular en los años 70 (en España en los 80), se mutiló al capitalismo – la causa de nuestra prosperidad – alli donde se pudo, con los resultados catastróficos que hoy podemos observar en Alemania y Francia. No puede sorprendernos y no podía ser de otra manera, ya que la tentativa de encontrar una «tercera vía» entre el capitalismo y el socialismo, estaba abocada al fracaso rotundo desde el principio. La razón del fracaso tiene un nombre: intervencionismo. Cada intervención en el sistema de mercado, por pequeña que sea, causa efectos y desajustes en otros sectores, lo que conduce a que los resultados de la intervención sean siempre diametralmente opuestos a los objetivos fijados por los políticos.
Así, el establecimiento por ley de sueldos mínimos, ignorando las leyes del mercado genera desempleo y sobreproducción en vez de salarios reales más elevados y de una estructura de producción más eficaz. Con pocos conocimientos básicos sobre economía hubiera sido posible preveer esta evolución, pero en el discurso político cuentan más las buenas intenciones que las políticas económicas consecuentes. Es por ello que no ha de sorprendernos el hecho de que, para amortiguar los efectos negativos no deseados, se preconicen otra serie de medidas intervencionistas que no hacen si no limitar aún más el crecimiento económico; desde la subvención a la vivienda pasando por medidas nacionales para la creación de empleo hasta la limitación de la producción (antes se llamaba racionamiento) de algunos productos. Así pues, el intervencionismo conduce paso a paso desde la economía de mercado libre a la economía planificada, de la prosperidad a la pobreza, de la libertad a la sumisión.
Precisamente las teorías económicas de uso común, supuestamente orientadas al mercado, ofrecen un fondo apabullante de argumentos para los intervencionistas, de forma que nada más fácil para ellos que revestir de «objetividad académica» la defensa de sus intereses. Esta es la razón por la que, sorprendentemente, el keynesianismo y la «teoría antimercado» goce de tantos seguidores en las universidades europeas. La manipulación sin restricción del Estado, encuentra así legitimidad académica. No nos extrañe, pues, que caigamos una y otra vez en procesos de (Hyper)Inflacción, que sin duda son contrarrestados por el Estado, a costa de socavar la base de nuestra prosperidad, destruyendo al mismo tiempo el tronco de los capitales ahorrados tan penosamente por todos. Y caemos en el círculo vicioso (inventado, falseado, manipulado) que justifica toda intervención: precios demasiado altos – fallo del mercado; precios demasiado bajos – fallo del mercado; disminución de la libre competencia – fallo del mercado; excesiva competencia – fallo del mercado; niveles bajos de consumo – fallo del mercado; niveles demasiado altos de consumo – fallo del mercado, etc..
La consecuencia: más reglamentos, más restricciones y más leyes. No hay nada que no esté regulado. Solamente las normas comunitarias de la UE cubren más de 80.000 páginas, el código de la Industria y la Artesanía aporta 382 articulos, la legislación Laboral 138 leyes diferentes. ¿Dónde quedaron los tiempos, en los que cada persona podía negociar independientemente un contrato de trabajo aceptable para ella y el patrono? Pero qué digo! Precisamente ahí encontramos el primer «fallo» del mercado libre: la distribución desigual de la renta .
¿Qué debemos hacer ante tal situación? Los desequilibrios de la estructura económica causados por el intervencionismo requieren una adaptación, para volver a armonizar la producción con las preferencias de los consumidores. El proceso será duro y doloroso. Desregulaciones, privatizaciones y liberalizaciones incluso a largo alcance no pueden de ninguna manera ahorrarnos la catársis de los mercados. A pesar de ello, no existe ninguna alternativa realista al liberalismo económico, porque más medidas intervencionistas, tal como exigen los críticos del capitalismo, no pueden si no empeorar la crisis que ellas solas han generado.
Y las reglas del juego del libre mercado son fáciles:
– Protección de la propiedad privada, el intercambio voluntario y libertad individual.
– Marco institucional que vela por la paz y a estabilidad.
– Las personas pueden comerciar con su propiedad y su mano de obra de manera totalmente libre, mientras no amenacen la seguridad ni la propiedade otros.
– Politica monetaria no inflaccionista.
– Nadie recibe privilegios como subvenciones, desgravaciones de impuestos, licencias, protección de productos y servicios, etc…
– La carga fiscal es mínima.
Por supuesto que no.
«Tercera via» no fue inventado por Blair.El primero que hablo de esa idea fue Peron.
Y no, tampoco dio buen resultado.