Los argumentos son siempre los mismos: sin patentes no se habrían desarrollado nunca muchas de las substancias parmaceúticas al uso. Esta perogrullada es utilizada como disculpa para un artículo en el Spiegel-Online que, sin embargo, esconde algunos temas de mayor interés. Así, por ejemplo, señala que los fabricantes de “Genéricos”, cuyo modelo comercial preveía simplemente copiar medicamentos después de terminarse la protección por patente, se van a encontrar retos inesperados si pretenden hacer lo mismo con los productos farmacéuticos biológicos de nueva generación.
Al parecer, la pérdida de protección por patente ya no basta para copiar productos cuya elaboración está íntimamente ligada a tecnologías de difícil acceso.
Éste es para mí un argumento más contra la concesión de patentes. Con una patente, el Estado concede a una empresa un monopolio temporal para la puesta en circulación de un producto determinado. Desgraciadamente, la mayoría de los productos bajo patente que realmente se comercializan, proceden de grandes empresas capaces de mantener un importante aparato de asesoría jurídica. Los pequeños se suelen ahogar en la orilla. Los investigadores “normales” se ahogan mucho antes de llegar a la orilla. En un mercado liberal tales prácticas no deberían de ser deseables, por cuanto que, de facto, favorecen normalmente sólo a las grandes empresas que pueden permitirse un servicio jurídico adecuado.
Las empresas pequeñas, sin embargo, se ven perjudicadas, porque la flexibilidad que les es propia se convierte en una limitación al no poder superar las barreras jurídicas.
Recordemos que los fármacos (no todos, pero la mayoría) gozan de una ingente demanda. Éste sería un mercado fácilmente autorregulable por el principio de la oferta y la demanda. El Estado, a través de la protección en forma de patente, deforma artificialmente el mercado otorgando mayores beneficios a los productos patentados. “Conduce” por tanto más capital hacia determinadas empresas que lo que los flujos normales de un mercado libre harían.
Este capital “reconducido” falta en otros niveles de inversión, encareciendo así otros productos mientras, al mismo tiempo, se subvencionan supuestas líneas I+D de las grandes empresas farmaceúticas. El artículo pone de manifiesto que es posible para las empresas protejer sus productos frente a las copias, solamente atendiendo a su complejidad, ya sea la del producto final o la de los métodos de obtención.
Hola Jordi. Hmmm… con la ley en la mano. La ley protege la propiedad privada, no cuesta un duro y la protege sea la propiedad pequeña o grande y sea el propietario pequeño o grande.
De todos modos, lo de copiar es casi imposible hoy en día. Y el espionaje industrial no es algo evitable vía patente.
La mía es una empresa pequeña, nos dan muchos palos, pero ahí estamos 🙂
¡Hala! ¡Qué artículo más interesante me he encontrao paseando por el archivo!
Permíteme que te haga una pregunta rápida: ¿cómo evitarías que el espionaje industrial de una empresa mastodontica, con mejor capacidad de producción, a una pequeña le fastidiara a la última el negocio que le produciría la invención fantabulosa que acaba de generar?
Al final, casi da la impresión de que las empresas grandes ganarán siempre…
La verdad es que tiene mérito teorizar sobre estas cuestiones. Coincido contigo en la ventaja que tiene el grande sobre el pequeño en la industria farmacéutica, las patentes, etc. Todo lo que sea eliminar barreras de entrada, mejor que mejor. Un cordial saludo, paisano. Ójala que todos los que vivimos en España tuviéramos la misma conciencia nacional que tienes tú desde tan lejos.