Sí, ya lo sé, plantear por escrito la sospecha de que en Europa se esté desarrollando una forma de totalitarismo es ciertamente provocador. Sin embargo, si analizamos algunas de las ideas políticas “al uso”, tal vez podamos intuir una tendencia general que, desde luego, no es precisamente fomentadora de la pluralidad ni del desarrollo individual.
Las «políticas intervencionistas (ya sean de derechas o de izquierdas)” me dejan siempre con mal sabor de boca. No importa que éstas surjan de la inquietud por la que el Estado asume responsabilidades que le pertenecen al individuo y que, en principio, no tienen por qué ser negativas. Aquí, en Europa, abrumados por el “Estado del Bienestar” y una legislación ideológicamente contaminada, nos hallamos ante el hecho indiscutible de la hegemonía del Estado en su infinita sabiduría sobre los ciudadanos y sus obras (entíendase como tal la economía también, por ejemplo). Así me sorprendo no pocas veces riendo a carcajada limpia cada vez que leo que algún político afirma que va a “crear puestos de empleo”.
Fíjense que ni siquiera el hecho de crear las condiciones necesarias para que se genere empleo o riqueza es interesante para la clase política que nos ha tocado vivir.
Si se diera el caso, los políticos no estarían en el centro de la actualidad, sino las empresas.
Si se diera el caso, los políticos no podrían presumir de las subvenciones por ellos habilitadas.
Si se diera el caso, los políticos no podrían mostrarse como los valedores de los principios de justicia social tan necesarios porque….sí, lo han adivinado, porque no existen medidas reales y eficaces para que se generen empleo y riqueza, .
El desempleo galopante es como agua de manantial para la clase política, que se aprovecha de ello creando una nueva clase social, la de los parados subvencionados, que dependen hasta las últimas consecuencias de las decisiones de aquella.
Hay dos formas de manifestar el desprecio por la política: «las cosas me van bien, por lo que la política no me interesa, puedo controlar yo sólo mi vida». Ésta sería para mí la forma ideal. Pero también hay otra: «las cosas me van mal, yo no puedo hacer nada para remediarlo y los políticos, por supuesto, tampoco». Ésta es, desgraciadamente, la postura que se va imponiendo en Europa como antítesis al movimiento masivo de quienes dejan en manos de los políticos su destino, su bienestar y su voluntad.
En un sistema que, cada vez en mayor medida, considera a los políticos como los únicos generadores de soluciones, que es incapaz de reconocer no sólo la incapacidad de éstos, sino que los mismos políticos son parte del problema, las tendencias totalitarias encuentran un inmejorable caldo de cultivo.
No es casualidad que Europa, Rusia y China empiezen a sentirse “solidarios entre ellos”. No es casualidad que la Europa de Zapatero, Chirac y Schröder se aleje cada vez más de los EE.UU, un país, donde los propios ciudadanos son los reales valedores de sus derechos individuales y donde no se aceptan automáticamente las normas de otros, ya vengan de la ONU, de Kyoto o de la UE.
No, la alianza hipócrita de los «demócratas inmaculados» es mucho más interesante para los políticos. La alianza donde se educa a los ciudadanos en la dependencia económica, donde se puede limitar su libertad en nombre de esa dependencia… para poder gobernarlos…