El Canciller alemán quiere mantener el curso de su reforma económica. Eso, para quienes aún disfrutan de salario y pan en este país debe sonar como una amenaza. La subida imparable del desempleo pone de manifiesto que la política económica desarrollada hasta ahora no es capaz de solucionar el problema y, por lo tanto, se impone un giro radical.
Aplicar un tratamiento correcto supone disponer del diagnóstico perfecto. Pero el médico jefe de Berlín confía demasiado en las medicinas rancias y escolásticas dominantes en este país. Los sabios consejeros médicos ven la causa del desaguisado en los reajustes emprendidos por las empresas para sobrevivir a los elevados costes salariales y el aumento de la carga impositiva. Son los empresarios los que con sus políticas asociales e insolidarias han llevado al fracaso económico. El diagnóstico, pues : la clase empresarial alemana se enriquece a costa de reducir costes laborales.
Con semejante diagnóstico, ya tenemos al paciente medio muerto.
Puestos de trabajo nuevos siguen siendo una mercancía escasa. Ello tiene una explicación sencilla: no hay demanda interior efectiva. El consumo privado ha caído en picado. Las políticas encaminadas a reducir los salarios, al tiempo que se aumentaban las cargas fiscales indirectas, ha provocado una situación de incertidumbre en los consumidores, por no hablar de pobreza en muchos casos.
Con el «sigamos así», que proclama el Canciller, no cambiará el estado agónico del país. Una política económica inteligente reduciría la carga fiscal de consumidores y empresas, liberalizaría la política de salarios, reduciría el gasto público y devolvería competitividad a la industria alemana.
No lo van a hacer. Las propuestas de los “sabios” ya están sobre la mesa:
– renunciar a un nuevo descenso de los impuestos de las sociedades
– renunciar al cumplimiento del pacto de estabilidad
– tomar créditos suplementarios para fomentar inversiones públicas
– aumentar el gasto nacional
El paciente “economía alemana” se muere, y los doctores se equivocan en el diagnóstico y en la terapia. Sólo nos queda desear que sea una muerte dulce y que el mal no sea contagioso.