Aún pudiendo discutir sobre la validez del término “Nación” en cuanto que aplicable a un pueblo, hemos de intentar asumir una nomenclatura que valga para todos. Yo no creo en las Naciones, creo en los Estados, pero éso es harina de otro costal. La Nación como sujeto político puro no existe. Pelayo García Sierra, con la colaboración del filósofo Gustavo Bueno, nos lo explica perfectamente en su “Diccionario Filosófico”. Pero la Nación sí existe como sujeto intelectual, como factor de aglutinación de personas en torno a un lenguaje común, y, por tanto, una historia propia, con costumbres, ceremoniales y artes característicos.
No es verdad que España como nación sea sólo una entelequia. Tampoco es verdad que Vascongadas, o Cataluña, o León sean entidades “menores” dentro de un todo más grande, más sublime. Considero que, según lo dicho anteriormente, también son “naciones”.
La Nación española encuentra su razón de ser no sólo en el hecho de que los españoles sean conscientes de su pertenencia a la misma. Fuera de aquí también se nos percibe como tal nación. Esta doble percepción, la de los « nacionales » y la de los « foráneos » se asienta en tres pilares fundamentales :
– la creación de un único Estado por parte de los Reyes Católicos. El Estado Español se fué cimentando como tal en los siglos siguientes, independientemente de las formas políticas que lo aglutinaban, consolidando la identidad de España como nación. Es el Estado del que emana el concepto de Nación y no al revés.
– la percepción de la cultura española como tal. Nadie habla de Picasso como de un pintor andaluz, o de Dalí como un creador catalán, o de Juan Sebastián Elcano como de un conquistador vasco. Fuera de España, Picasso, Dalí y Elcano son españoles, pues desarrollaron su actividad (sin importar cual fuera ésta) desde la raíz cultural española. Lo curioso es que, analizando en profundidad la obra de cualquiera de éstos personajes, nos damos cuenta de que, para realizar sus proezas, se sirvieron de elementos universales, no sólamente nacionales. Es la percepción subjetiva de los « no nacionales », pues, la que convierte su obra en « española ».
– el pueblo del Estado Español, en ejercicio de su soberanía, se autocomforma como Nación:
Artículo 2 de la Constitución Española:
La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.
Es absurdo pensar, pues, en una « Nación de Naciones » ? Tiene sentido convocar el concepto de « Estado de Naciones » ?
No voy a entrar en la discusión sobre si los criterios aquí aplicados, u otros aplicables, tienen validez para todas las “naciones” que componen la “nación española ». Supongamos por un momento que sí. Y leamos a von Mises. Y aprendamos de la historia. La creación de, por ejemplo, una República Vasca tendría dos consecuencias inmediatas de efectos difícilmente calculables : de un lado tanto la nación vasca como la española perderían automáticamente peso político en el seno de la Unión Europea y, por extrapolación, en todos los foros internacionales ; de otro lado, los vectores de transmisión cultural y científica de ambas entidades sufrirían una aceleración de los procesos de dilución en los principios universalistas, perdiendo así paulatinamente identidad propia. En lugar de hablar de cultura vasca, hablaríamos de una manifestación marginal de la cultura europea. Cuanto menor el ámbito nacional de España, menor también el peso de su aportación reconocible a la cultura universal.
No podemos negar a los vascos, ni a los catalanes, ni a los araneses, ni a los mucianos, su derecho a pretender ser reconocidos como identidades nacionales. Pero tampoco podemos saltarnos las leyes como si tal cosa, creando precedentes que más tarde hagan de la convivencia social una lotería, según quien esté en el Gobierno en es momento.
Yo estoy convencido de que cuanto menor sea el poder del estado, mayor es mi libertad personal. Creo en el principio de la competencia leal y abomino de las políticas subvencionistas. La libre competencia entre administraciones territoriales es una meta deseable y alcanzable. Pero el guardar y fomentar el sentido común también.
Hace poco en esta bitácora, apuntaba Topgun hacia el federalismo como posible mejor solución. AMGD replicaba poniendo sobre la mesa los tribalismos políticos. Cada pueblo tiene los políticos que se merece, le digo yo a AMGD. Un estado federal es un estado entre iguales, le digo a Topgun, y pienso en las “asimetrías” (las asimetrías nacen de la libre competencia, no son principios de partida ni el fruto de herencias del pasado) de que nos hablan los unos y los otros.
Mi sentido común me dice que España se rompe. Lo hace porque parte de los españoles no se siente como tal (absolutamente legítimo) y la otra parte se debate entre el fundamentalismo españolista y el malabarismo del talante. Es un diálogo de sordos. Mi sentido común me sugiere que la reforma de la Constitución es inevitable. Pero mi raciocinio no me explica cómo. La lógica me habla de “reinvención” del concepto de Estado para España. Un concepto de Estado que nos devuelva a todos la capacidad de percibirnos de nuevo como “españoles ».