Estamos en medio de una nueva batalla mundial. Tras la lucha contra el terrorismo, surge una nueva amenaza contra el orden establecido. Utilizando dialécticas similares a las empleadas contra las mafias del narcotráfico o las redes terroristas, ya se ha abierto en Europa la veda de las compañias tabaqueras, a pesar de los muy jugosos ingresos que éstas proporcionan a los Estados. Fumar ya confiere rango de “persona de dudoso talante social” y debe ser combatido por todos los medios.
Si antiguamente la meta era alcanzar el máximo estado posible de gracia espiritual, hoy domina el principio del cuerpo inmaculado y sano. Detrás de las obsesiones por el « fitness » se esconde la nueva ética de la salud, convirtiendo ésta en un imperativo moral, aún por encima de la libertad individual.
La imagen de “hombre perfecto” que hoy se discute en los salones de Ginebra o Bruselas parte de una visión pesimista de la condición humana (a qué me suena esto?): los hombres son esclavos sin voluntad, manejados por la industria consumista, incapaces de asumir responsabilidades y decidir por sí mismos. Puesto que ya nos hemos acostumbrado a vivir bajo normas y reglamentos en prácticamente todos los ámbitos de nuestra existencia, no será difícil aceptar las nuevas normas que regularán nuestra salud corporal provenientes de los omnisapientes burócratas que rigen los destinos de nuestras (?) vidas. Quien no se adapte a esta nueva dictadura de la salud será para siempre un paria.
Ya estoy corriendo a inscribirme en los “cursos obligatorios de jogging” y en las listas de “control ciudadano de nivel de grasa corporal”. Pronto prohibirán el jamón, el café, la cerveza, el vino y el tè. Los carteles de “El azucar mata”, que colgarán en los escaparates de las pastelerías, ya están en imprenta.
Los fumadores no tenemos suerte. Han empezado con nosotros. A mí no me importaría pagar algo más por mi seguro de enfermedad. Seguro que lo haría con sumo agrado. Todo, antes que reconocerme como “un tipo asocial” cada vez que enciendo un pitillo. No les basta con regular la creación de lugares para fumadores, de forma que no atentemos contra los derechos de quienes no fuman (es todo cuestión de educación, por otra parte). Se trata más bien de calificarnos de tontos, irracionales e irresponsables.
Pero empiezo a comprender. En realidad, mi cuerpo es sólo un recipiente que he tomado prestado (me ha sido puesto a disposición) del ministerio de Sanidad. Claro, es una vergüenza nacer sin permiso de la administración. Es nuestro deber de ciudadanos morir, al menos, en las condiciones que nos imponga sanidad.