No hace muchos días escribía un artículo sobre las políticas liberticidas de extradición alemanas. Hoy salta a los periódicos de este país una noticia que debe hacernos reflexionar de nuevo sobre el fenómeno de la inmigración y sus causas socioeconómicas.
Desde hace unos meses se discute aquí el caso de la iraní Zahra Kameli , huída de su país de origen, Irán, tras haber sido sorprendida en «actitud adúltera» (a saber lo que eso significa para un juez iraní) y haber sido puesta a disposición de un tribunal religioso. Logró escapar y se plantó en Alemania solicitando asilo político. Tras una «concienzuda» revisión de su caso, el Ministerio del Interior alemán no consideró oportuno conceder el estatus de exiliada política a Zahra Kameli . Un primer intento de extradicción fracasó la semana pasada al negarse el piloto del avión a despegar con destino a Teherán. Aquí he de decir que un piloto puede hacer eso y mucho más, pues tiene absoluta capacidad de decisión en su avión. Aireado el caso por la prensa no tardaron en hacerse oír las voces de los Verdes y del FDP (Partido Liberal) en contra de la extradición de Zahra. En vano. El ministro socialista Schily y su gobierno no están por la labor de salvar más vidas que las de los muy nobles ciudadanos alemanes. Ignorando la documentación aportada por los partidos políticos (ya digo, Verdes y FDP), asociaciones iraníes en Alemania y los mismos abogados de Zahra, según la cual el regreso a Irán supondría sin duda una condena de, como mínimo 10 años de cárcel y como máximo la muerte por lapidación, el señor Schily volvió a intentarlo ayer. Tuvo mala suerte. Enterados los diputados de asuntos sociales de Verdes y FDP, se organizó en seguida una minimanifestación en el aeropuerto de Frankfurt. Los manifestantes bloquearon la pista impidiendo el despegue del avión. Cuando, una vez disuelta la manifestación, todo parecía inevitable, surgió de nuevo la pesadilla de Schily: el piloto(no el mismo de la primera vez, claro) del avión de ayer, enterado de lo que ocurría en la pista ante su avión y del por qué de tal desaguisado, decidió que él tampoco estaba dispuesto a ser mano ejecutora de semejante atrocidad. No hemos podido ver la cara con la que se quedó el Ministro, lástima.
Total, Zahra sigue viva, en Alemania y bajo la mirada atenta de FDP y Verdes.
Al señor Schily le quedó un consuelo: hay 52 detenidos acusados de desórdenes y desacato a la autoridad. Lo malo para él es que, según parece, ni Lufthansa ni Fraport parece que tengan intención de presentar denuncias. Schily y su fiscal solos ante la opinión pública que, en este caso sí, parece estar del lado del más débil: Zahra Kameli.
Fuente: Frankfurter Rundschau