Como todos los años, el miércoles de ceniza es en Alemania un día de recapitulación y crítica en la vida política del país. Todos los partidos disfrutan de una especie de bula tácita por la que pueden decir por boca de sus representantes lo que quieran, sea políticamente correcto o no. Esa es al menos la teoría.
Guido Westerwelle, secretario general del FDP no quiso dejar pasar la ocasión para aportar su granito de arena a tan libertaria tradición. Después de reprochar a SPD y CSU por la polémica de «los parados son Nacionalsocialistas» tachando a los protaginistas de irresponsables, comunicó solemnemente el fracso de las políticas económicas de Schröder y su gobierno. Nulo en la creación de empleo, ineficiente a la hora de fomentar el crecimiento económico, incapaz de motivar a la ambiciosa nación alemana para volver a ser la número uno de europa.
Su partido presentará en Marzo un nuevo modelo de reforma fiscal. Recordó que es imprescindible colocar el nivel de los costes salariales por debajo del 40%. Apeló al sentido común a la hora de recordar que hay que aumentar los niveles de participación privada en los costes de los seguros de emfermedad, pensiones y cuidados intensivos. Pidió recortar todas las subvenciones en un 20%. Aumentar el presupuesto en educación.
Todo suena muy bien. Sólo su última consigna no es demasiado liberal: «Den Schwachen kann man nur helfen, wenn das Land nicht schwächer wird.» A los débiles sólo se les puede ayudar si no se debilita el Estado.