Estoy anonadado. Los acontecimientos me desbordan y los comentarios sobre los mismos también. No encuentro palabras para describir lo que siento.
Destaco aquí, por acertadísimas, las palabras de Pablocelan en su blog: «Los hijos de quienes perdieron renunciaban a la venganza, a intentar ganar la guerra cuarenta años después; a cambio, los de los vencedores aceptarían que la calle ya no era suya y sustituían el ruido de las botas por el clamor de las urnas. Los nietos de los primeros, hoy, no lo han entendido y quieren ser ellos quienes arrastren el cadáver del dictador. Olvidan que tampoco sus abuelos fueron inocentes. »
Por eso no olvidaré tampoco las palabras de Feyn Dem : » Lo que no admito es que nadie intente imponerme unas ideas o una forma de vivir que no es la que yo he elegido para mí y gente como la que ayer insultaba a Rosa Díez, que están tan cerca en realidad de esos otros que la han acosado en el País Vasco, son la escoria llena de tontos útiles sobre la que se construyen los totalitarismos. »
Y es por ello, porque no quiero olvidar, que traigo a mi blog (indigno) las palabras de Don Fernando García de Cortázar, aquellas que escribió para ABC el 13 de Agosto del 2003 y que se conservan en la web de Basta Ya:
» HAY procesos que tienen su terrible garantía de éxito en el pasado. Que se repiten en todas las historias de todos los totalitarismos de la historia. Como bien saben los tiranos un hombre sólo, una mujer, así tomados, de uno en uno, son como polvo, no son nada. La dignidad de un hombre sólo no puede nada contra una conjura destinada a quebrar su ser, sus raíces. Me pregunto si Luis Vives habría roto su silencio contra la Inquisición si no hubiera sentido desde la infancia ese miedo que no deja margen a la palabra, si no hubiera sentido al hablar que estaba tocando el pasado aún doloroso de sus familiares, sacrificados en las hogueras del siglo XVI. Quien sufre la persecución tiene siempre mejor memoria que quien la ha instigado y uno piensa que el recuerdo de Valencia y las llamas de la Inquisición tuvo que permanecer intacto en el corazón del filósofo español, del mismo modo que los campos ensangrentados de la guerra civil del 36 permanecieron intactos, como un pasado maldito, en el corazón de aquellos hombres de la posguerra que decidieron refugiarse en sótanos para no ser derribados de un balazo o no padecer la crueldad primitiva de ser señalados públicamente para la infamia. »
Por favor, no nos olvidemos de ningún muerto. No nos olvidemos de ningún verdugo. Sólamente así evitaremos que nuestro hijos nos recuerden como unos u otros.