Ayer pude ver, por fin, la emisión en diferido del comentadísimo nuevo programa del Gran Wyoming. Los que sólo podemos acceder a la «cultura» española a través del canal internacional de TVE tenemos que conformarnos con emisiones «enlatadas» la mayor parte de las veces. Este representante de la crema y nata cultural de nuestro país me ha devuelto a los años de infancia despertando las neuronas donde tenía almacenado al señor La Fontaine. Así que me dije: «hoy voy a escribir un cuento».
Érase una vez una cigarra, que amaba la vida y se lo pasaba en grande con sus amigetes. Esta cigarra, por supuesto, estaba dispuesta a realizar trabajos acordes con su cualificación, pero el tiempo le vino demostrando que ninguno de los trabjos que le ofrecían se ajustaba a su capacitación. Los empleados de la oficina de empleo también lo entendían así. Con gran desprecio observaba nuestra cigarra a un grupo de hormigas, las que, mostrando grandes dosis de desprecio por sí mismas, se dejaban explotar por los capitalistas a cambio de un miserable puñado de euros. La cigarra tomó entonces la decisión de dedicarse a las bellas artes.
Llegó el invierno, y la cigarra, tiritando, convocó una rueda de prensa, en la que planteó como cuestión principal la injusticia por la cual las hormigas disfrutaban de una casa grande y con calefacción y una nevera repleta de comida, mientras otros sufrían el frío y el hambre. Las televisiones públicas mostraron imágenes de la tiritante cigarra, comparándolas con imágenes de hormigas en sus casas, ante una mesa, comiendo y riendo. Las voces de los primeros espadas de la prensa nacional no tardaron en dejarse oír: «cómo es posible que consintamos tanta pobreza en un país tan rico como el nuestro?.
El caso se convirtió en comidilla nacional y no tardó en aparecer el AUNIE (Asociación Unitarista Nacional de Insectos Españoles), cuyo representante aprovechó su presencia en un programa de máxima audiencia para denunciar, que las cigarras era víctimas de los prejuicios latentes de la sociedad de insectos contra los conciudadanos verdes. No tardaron en ponerse de acuerdo personalidades importantes de la escena pop y fundaron la iniciativa » Rock for Green» y todo el mundo rompió en lágrimas cuando una de aquellas estrellas del pop (favorito de la reina del hormiguero británico) entonó las notas del tema compuesto para la ocasión «It’s Not Easy Being Green».
Ni los representantes de gobierno ni los de la oposición dejaron pasar la más mínima ocasión para manifestar su altruismo, argumentando que harían todo lo posible para que las cigarras participaran de la parte de bienestar que justamente les corresponde en nuestra sociedad. Las hormigas sin corazón deberán aprender a repartir para borrar de la faz del país las injustas diferencias sociales.
Por fin el Gobierno lanzó al parlamento un proyecto de ley: «Ley de promoción economica y social de los insectos verdes» por la cual las hormigas serían obligadas a demostrar su solidaridad a través de un nuevo impuesto, cuya recaudación sería administrada por los representantes de las cigarras, la ACBA (Asociación de Cigarras dedicadas a las Bellas Artes). La ley fué aprobada por unanimidad en el parlamento.
Y todos fueron felices y comieron perdices.