¿Que cómo hemos llegado a esto? ¿En serio?

No se preocupe el amable lector. No es mi intención ponerme a repetir los eslóganes al uso (y algún argumento que a veces se cuela también) sobre la legitimidad o no de un referéndum sobre la independencia (que no sobre la autodeterminación) en Cataluña, ni la conveniencia o inconveniencia de una secesión, ni el derecho o no a la misma, ni nada por el estilo. Sobre el particular ya se pueden leer bastantes cosas en estos días, algo he escrito yo mismo anteriormente (por ejemplo, aquí, aquí o aquí), e incluso hay quienes han publicado cosas interesantes de verdad.

Mi intención en estas líneas es señalar un detalle que de nuevo me sorprende que se haya pasado por alto, dado lo evidente del mismo.  Y es que convendrán que hay una fatalista pregunta que empieza a escucharse en estos momentos: “¿Cómo hemos llegado a esto?”

Evidentemente es una pregunta muy abierta que se suele lanzar con determinada intención: o bien culpar a una figura en concreto (ya se sabe que cuando todo se hunde, lo importante es tener a quien echarle la culpa), o bien tratar de buscar una deriva histórica que encaje en determinado relato, en función de las simpatías de cada cual.

Permítanme caer en cierta deformación profesional para enfocar esa pregunta hacia un aspecto más mundano y alejado de las grandes cuestiones históricas, filosóficas o políticas. Y es que la crisis en que está inmersa Cataluña en estos días no es nada que no ocurra a diario en cualquier rincón del resto de España. Nos encontramos ante una mera cuestión cuantitativa, no cualitativa.

Como ejercicio, centrémonos en los hechos, sin perdernos en los fines ni en sus pretendidas justificaciones o legitimaciones. Es difícil, porque nos han enseñado a vivir en un mundo de ideas e intenciones, divididas en “lo justo” y “lo injusto”; en “los buenos” contra “los malos”; un mundo en el que “tener razón” y “hacer el Bien” legitima los medios utilizados.

En esta situación actual, tenemos unas instituciones públicas que para la consecución de un objetivo que (quizá) creen justo, han decidido infringir los procedimientos legales establecidos por las normas que les conceden sus potestades.

Sí, ya, que si la soberanía, que si la legitimidad, que si el Bien, lo Bello y lo Justo… No nos perdamos en el ruido. Vamos a los hechos y luego nos podremos recrear en el platónico mundo de las Ideas. Aquí me disculpo por enrollarme un poco antes de llegar a donde pretendo, pero si no dejo claras los significados de los términos que uso, es imposible saber de qué estoy hablando:

 

A pesar de que la palabra Democracia se ha vaciado absolutamente, pasando a describir lo que desea aquel que la usa, hubo un tiempo (no demasiado) en que remitía a un modo de organización estatal en el que se daban, entre otras, tres características:

1.- Un procedimiento de sustitución pacífica en el poder, basado en algún tipo de sufragio.

2.- Control y limitación de la acción de quien ostenta el poder, basado en la división del mismo y su estricta sumisión a las normas (lo que incluye un procedimiento establecido para la modificación de esas normas, o si no, el requisito quedaría vacío).

3.- Delimitación de determinadas materias y cuestiones sobre la que el poder no puede actuar ni decidir, principalmente relativas a los derechos fundamentales.

 

«Dialoguen. Dialoguen. Sáltense los controles. Sabemos que lo harán por nuestro bien.»

Centrándonos en el segundo punto, el control del poder, podemos decir que uno de los principios más importantes es lo que podríamos describir coloquialmente como “un ciudadano puede hacer todo lo que no esté expresamente prohibido, pero una institución pública sólo puede hacer lo que tenga expresamente permitido”.

Como decía, en Cataluña nos encontramos con un órgano legislativo que en infracción de sus reglas de funcionamiento, ha aprobado una norma que contraviene lo básico de esos controles del poder. Seguidamente, una Administración pública se niega a cumplir con los procedimientos legales establecidos, que incluyen la ejecución de los mandamientos judiciales.

¿De verdad que a nadie le suena todo esto? ¿De verdad parece algo nuevo?

 

Yo estoy harto de ver lo mismo desde hace años, la verdad. Y no hablo sólo de Cataluña. De arriba a abajo, del rey a la sota (como decía aquel), ha sido la práctica habitual en toda España, tanto en la administración local, como en la autonómica o en la nacional.

¿A nadie le choca esa corrupción cotidiana? ¿Esa prepotencia tolerada y que afecta muy directamente a los ciudadanos que se encuentran indefensos ante ella? Las estudiadas grietas al principio de interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos. Esos pequeños detalles que, educados en la sumisión, los ciudadanos llegamos a ver como normales e inofensivos. Eso de “bueno, así son las cosas, ¿qué le vamos a hacer?”. En suma, lo que pudre una sociedad.

Todos conocemos algún caso, ¿verdad? Ese policía municipal patrullando en su coche oficial, en plena labor de búsqueda de vecinos a los que sancionar por infringir las normas de circulación, y que mientras conduce con una mano, va hablando por su teléfono móvil, que sostiene con la otra. Por supuesto que su acción infringe el código de circulación del que él mismo es garante, pero no hace daño a nadie ¿Verdad?

Además ¿Va usted a enemistarse con quién, por ejemplo, puede ponerle multas todos los días? Le basta su palabra para ello, que vale más que la del denunciado.

¿Y esa funcionaria que se niega a realizarle un trámite, o a facilitarle información? ¿A nadie le suena el “Ah, no sé; usted sabrá”? ¿El “me da igual lo que diga la norma, porque aquí eso lo hacemos así”? O el que mueve ese expediente a la parte de arriba del cajón, porque es muy amigo de su primo del pueblo y hay que ayudarse. No se hace daño a nadie ¿no?

Y esa licitación en la que se dejan un par de criterios especialmente abiertos a la interpretación. Y después, de puertas adentro, ya se decidirá cómo se van a valorar, porque al fin y al cabo ellos son los que saben. No vaya a ser que gane alguien que no sea de aquí, o no sea de confianza y a saber lo que hacen. ¿Qué mal puede haber?

Y ese gobierno autonómico que, después de que el Tribunal Superior de Justicia sentenciara que colocar ciertos cargos a dedo era contrario a la ley,  en lugar de cumplir la sentencia modifica inmediatamente la Ley. Todo solucionado ¿no es así? Qué ingeniosillos.

O esos sindicatos manifestándose frente a un Juzgado de Instrucción, presionando a una jueza que ha osado imputar a varios cargos por corrupción. Libertad de expresión ¿verdad? Si incluso desde el gobierno autonómico se los apoya.

Y ese ministerio fiscal que, cumpliendo con su obligación, hace caer todo el peso impersonal e implacable del sistema de justicia penal sobre un ciudadano vulgar (ese abuelete que por primera vez en su vida ha bebido una copa de más en el bautizo de su nieto, ese indigente con una bicicleta del ayuntamiento desanclada…), pero que luego se vuelve excepcionalmente prudente, temeroso y recatado ante un funcionario o un consejero de una comunidad autónoma, una infanta, o un perroflauta agresivo, pero vestido con la camiseta de un partido político. Ni que fueran delincuentes ¿verdad? Esto… ¿Delincuente no era quien cometía delitos? Estos abogados y su palabrería…

O ese conflicto de jurisdicción que, antes del fallo judicial, se soluciona con un acuerdo entre las dos administraciones y la retirada de las demandas. ¿Perfecto? Oiga, que no hablamos de particulares disponiendo de sus propiedades. Que estamos ante administraciones que no pueden decidir sobre sus jurisdicciones, porque son controles a su actuación. Escudos frente a la arbitrariedad. Detalles, detalles. Obsesiones de abogado ¿no?

¿Y qué decir de esas demandas ante el TC de ida y vuelta? El gobierno central de hoy impugna una norma, y el de mañana se desiste de la demanda. Oiga, que la obligación del gobierno es cumplir y hacer cumplir la Ley, y esa obligación no depende de la conveniencia política del momento, por mucho que piense que está haciendo lo mejor para todos. No, pero lo importante es el diálogo. ¿Qué son los controles al ejercicio del poder frente al poder divino del diálogo?

 

No me voy a poner a relatar más ejemplos ni enumerar casos. No tengo la menor duda de que a cada uno le vendrá a la mente más de un asunto similar, y creo que queda suficientemente claro el problema.

El caso es que en España estamos acostumbrados a que los procedimientos y los controles al poder pueden burlarse  sin consecuencias. La habitualidad ha llegado a trivializarlo, de modo que una garantía esencial de las libertades individuales, una barrera básica contra la arbitrariedad del poder, ha pasado a considerarse un formalismo apolillado.

El paso siguiente ha sido la propaganda de grupos políticos con una ideología incompatible con la democracia. Al concepto de la misma que he descrito, claro, porque al mismo tiempo usan y abusan del término, otorgándole una acepción propia y particular, que ha calado en una población huérfana de una base cultural suficiente. Ciudadanos maduros para aceptar que el poder pueda saltarse todos sus controles siempre que su intención sea hacer “el Bien” (con mayúsculas y con florecillas… y antorchas… y desfiles con banderas, discursos de líderes carismáticos, apelaciones a los sentimientos frente a la razón…. ya se sabe).

En Cataluña, la excusa es nacionalista y la infracción la han cometido coordinadamente varias instituciones. Nada más. Es la misma enfermedad, la misma infección que hemos dejado alegremente que se extienda.

 

Sobre el resto de cuestiones, sobre los aspectos históricos, jurídicos, económicos, sociales o culturales (es curioso como se usa ese término para esconder el que de verdad se quiere alegar, que es el racial, pero que suena feo hoy en día) de un intento de independencia catalana, ya se ha hablado mucho, yo incluido, y no me apetece repetir lo mismo. Tan sólo un apunte al respecto: al final, todos son irrelevantes. En un proceso de secesión sólo hay un aspecto que cuenta en la práctica: la fuerza de cada bando (y la de los aliados con que cuenten). Todo lo demás tan sólo son excusas.

 

Miguel A.Velarde
Miguel A.Velarde

Ejerzo de Abogado en Sevilla, además de estar implicado en algún que otro proyecto.

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12 comentarios

  1. «Y ese gobierno autonómico que, después de que el Tribunal Superior de Justicia sentenciara que colocar ciertos cargos a dedo era contrario a la ley, en lugar de cumplir la sentencia modifica inmediatamente la Ley. Todo solucionado ¿no es así? Qué ingeniosillos.»

    Cuando Franco, la policía no podía retirarte el DNI legalmente. En la primera legislatura «democrática» dijeron que la policía o podía incumplir la ley. En consecuencia fue na de la primera cosas que legalizaron. Ya se les vio por donde iban a ir: Legalizar todas las ilegalidades que les convenía.

    • Ya hasta me da miedo comentar situaciones de hecho evidentes, porque la gente inmediatamente ridículamente te acusa de ser franquista, cuando lo que se quiere es solucionar problemas actuales. Sí, en tiempos de Franco, una buena parte del derecho administrativo era más garantista para el ciudadano que el actual.
      Lo llamativo es que haya tanto antifranquista de boquilla que no exija que en nuestro actual sistema se mejoren esas garantías al menos hasta el nivel que existía antes.

      • «Lo llamativo es que haya tanto antifranquista de boquilla que no exija que en nuestro actual sistema se mejoren esas garantías al menos hasta el nivel que existía antes.»

        MISIÓN IMPOSIBLE, ósea, de película.

        ¿Como van a pedir que tengamos derechos «franquistas» (no digo ya de mejorarlos) si todos ellos son «PERCEPTORES NETOS DE IMPUESTOS?

  2. Tengo un hermano que vive en Cataluña desde hace muchos años, casado con una catalano hablante y padre de dos hijos tambien catalano hablantes. Mi hermano nunca ha sido muy dado a hablar de la situación que ha vivido en Cataluña, supongo que entre otras cosas para intentar aislar su núcleo familiar de la crispación política.
    Hoy, me ha enviado un wasap con el siguiente texto, que me permito reproducir aquí porque resume la angustia que están viviendo los catalanes no independentistas:
    «Ayyy, Pedro, no pensaba que iba a tener la desgracia de vivir dos intentos de golpe de estado en mi vida..Esto de aquí pinta muy mal,…a ver que pasa en el corto plazo, pero en el medio, como el estado no haga acto de presencia activa y positiva por aquí, esto estará definitivamente perdido más pronto que tarde.»
    Sigue la conversación de esta forma:
    «Estamos muy cerca de estar como en el País vasco en los años de plomo. Claro que no es raro cuando a un asesino como Otegui se le jalea por aquí como un héroe y se le prefiere a ese apestado del PP que es Rajoy».

  3. ¡Aplaudo sinceramente la entrada porque pone el dedo en la llaga que a demasiados no interesa ver!
    Y añado lo que para mí es la cuna de la corrupción: ese sistema educativo comunista que busca la igualdad de resultados, no de oportunidades. Ese profesor absentista, que no cumple el programa (¿a quién le importa?), pero que luego aprueba a saco para cerrar bocas. Esos padres que defienden los errores de sus hijos a toda costa. Esos alumnos que saben que no los pueden echar ni de clase, y que al final los tienen que aprobar hagan lo que hagan. Esas mentiras tóxicas, como llamar competitivo a un sistema de méritos, para criminalizarlo, porque en el aula no compite nadie. No existe, como en una competición, el si tú ganas, yo pierdo. No existe el si yo apruebo tú suspendes. Pero sí existiría la referencia, siempre estimulante en los corazones sanos, y dañina para los enfermos. En las aulas se miente a saco a los jóvenes hasta que lo interiorizan como natural. Luego todo es consecuencia. Y esto no es así por casualidad. La razón ama el conocimiento, el poder lo detesta.

    • Estoy de acuerdo: el panorama escolar, que es uno de los pilares del sistema social, es desastroso.
      Sin embargo, soy moderadamente optimista y últimamente creo que en Occidente estamos ante el final de un ciclo que empezó en los años 50, en pleno auge del comunismo, y que ha tenido numerosas consecuencias: desde el infantiloide y nihilista movimiento hippy, pasando por los variados terrorismos comunistas, o el progresismo cultural y político que entre otras insensateces ha establecido ese funesto modelo educativo igualitarista que criticas con tanto acierto.
      No sé cuanto durará porque la inercia histórica es muy poderosa, pero la crisis de la socialdemocracia europea, que hasta hace muy pocos años detentaba no solo el poder político sino el monopolio de la moral popular, lo veo como un síntoma de que ese edificio se está tambaleando.

      • Gracias por comentar. En efecto, el problema viene de lejos, y el hecho de que se saque de los planes de estudios cuestiones elementales sobre sociedad y política (ni siquiera es necesario hacer propaganda. Con explicar el significado de determinados términos sería suficiente), y se sustituyan por ideas sobre el bien y unicornios rosa, tiene mucho que ver.

  4. Son los problemas del derecho continental o napoleónico… Hay tal cantidad de normas y reglamentos que resulta imposible en la práctica cumplirlos todos, por lo que queda al criterio de la autoridad el exigir o no su aplicación y la sanción de las infracciones, lo que es un instrumento nada desdeñable para mantener el control del país. En España es lo que se ha dado en llamar la «doctrina Romanones», que entre otros, se base en los siguientes ‘tenets’:
    – «Usted deme al hombre y yo le encontraré el párrafo» (lo que no deja de ser la variante hispana del cardenal Richelieu: «Dadme seis líneas escritas de su puño y letra por el hombre más honrado y encontraré en ellas motivo suficiente para hacerlo encarcelar.»)
    – «Al amigo, pon el …., al enemigo por el …., y al indiferente, se le aplica la legislación vigente» (un poco malsonante, pero muy castizo)

    Dicen que esta práctica ya estaba en vigor en tiempos de la colonización de América. Desde la metrópoli se elaboraban todo tipo de disposiciones imposibles de cumplir, pero con las que habitualmente se hacía la vista gorda. Pero en el momento en el que un virrey se pusiese tonto, se buscaba alguna de ellas para pillarlo en fuera de juego y adoptar medidas disciplinarias. Las cosas no han cambiado mucho desde entonces.

    Me gusta más el sistema anglosajón, más orientado a defender al pueblo llano de los excesos del poder.

    • MAV:»Sobre el resto de cuestiones, sobre los aspectos históricos, jurídicos, económicos, sociales o culturales (es curioso como se usa ese término para esconder el que de verdad se quiere alegar, que es el racial, pero que suena feo hoy en día).» Exacto, a lo que nos enfrentamos los españoles en Cataluña, es a un enfrentamiento de tipo «racial» exactamente igual que con el terrorismo vasco: el odio de carácter racista de una parte de la población, que es precisamente la que detenta el poder en esas regiones, hacia el resto que sobrevive como puede, ante el abandono miserable del Estado español de sus obligaciones.
      «Tan sólo un apunte al respecto: al final, todos son irrelevantes. En un proceso de secesión sólo hay un aspecto que cuenta en la práctica: la fuerza de cada bando (y la de los aliados con que cuenten). Todo lo demás tan sólo son excusas.» Tal cual y si no que se lo pregunten a los ucranianos, ex-yugoslavos, etc, etc, etc.
      Berti: «Dicen que esta práctica ya estaba en vigor en tiempos de la colonización de América. Desde la metrópoli se elaboraban todo tipo de disposiciones imposibles de cumplir, pero con las que habitualmente se hacía la vista gorda. Pero en el momento en el que un virrey se pusiese tonto, se buscaba alguna de ellas para pillarlo en fuera de juego y adoptar medidas disciplinarias». Tal cual: basta ver como terminaron personajes de la talla del Gran Capitán o Hernán Cortés, para darse cuenta de que las leyes en España,históricamente solo son la herramienta que utiliza el poder para castigar a quien le interesa, cuando le interesa.
      En resumen ambos lo habéis clavado.

    • Hola. Gracias a los dos por comentar. La institución en la América española tenía hasta nombre: era el «acátese pero no se cumpla». Incluso instituyeron un rito. El virrey (o incluso gobernador local de turno), colocaba el decreto real o la ley sobre su cabeza, a modo de sumisión a la autoridad real, y pronunciaba esas palabras en concreto.

      En España siempre hemos sido muy de solemnizar la ilegalidad.

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