Mauricio Antón ha colaborado en numerosos proyectos de “resurrección” de fósiles. Denominar resurrección a su trabajo puede parecer exagerado y con tintes de sobrenatural. El hecho es que consigue extraer de los fósiles la información necesaria para reconstruir el aspecto natural del ser vivo del que una vez fueron parte. Una vez hecho el proceso inductivo y deductivo pertinente, elabora la hipótesis que constituye la imagen del animal en movimiento. Se estudia todo, desde su anatomía, hasta su fisiología, su entorno ecológico, sus depredadores, sus presas….nada queda en el tintero cuando se pinta a un dientes de sable o a un homínido ancestral.
Las ilustraciones de los hombres de Atapuerca le deben todo a su ingenio y a su pincel. Las obras divulgativas de nuestros paleoantropólogos más ilustres no serían lo mismo sin ellas (léase, véase, por ejemplo, La Especie Elegida, de Arsuaga y Martínez). Tampoco algunos tratados más especializados, pero igualmente interesantes, como The Big Cats, de Alan Turner. A través de la vista, nosotros, animales eminentemente visuales, percibimos la mayor parte de la información. Así, la ciencia sin imágenes, es como un árido erial, vacío de significación. Pero no basta con mirar, es necesario aprender a hacerlo. Así lo cree Mauricio Antón, que ha hecho todo un ejercicio intelectual, estético y profesional de ello. No sólo tenemos ideas preconcebidas, también “imaginamos” cosas, ponemos la imagen que esperamos ver por delante de la que realmente vemos y debiéramos ver. Quizás en el arte se pueda –y en ocasiones se deba- poner por delante la subjetividad interpretativa y las visiones interiores, pero cuando se junta con la ciencia la mirada se pone al servicio de lo que se ve, no de las apetencias o emociones de quien mira.
En El Secreto de los Fósiles, Mauricio Antón nos revela cómo trabaja. Expone su arte con mucho arte, ya que su prosa elegante se lee con fluidez y se disfruta. Leyendo esta obra se me ocurrió tantearle y tuve la fortuna de obtener sus respuestas a algunas preguntas. Les dejo con él: con sus palabras y con algunas de sus pinturas.
1.- ¿De qué animal del pasado podemos obtener la representación más fiel? ¿Con cuál tenemos que imaginar más?
Probablemente del mamut lanudo. La información disponible sobre su apariencia es abrumadora, incluyendo numerosos esqueletos enteros, ejemplares congelados conservando gran parte del tejido blando, piel y pelo, e incluso las representaciones de los animales vivos realizadas por los artistas del paleolítico. El bisonte de estepa y el rinoceronte lanudo, habitantes también de la región Holártica en el Pleistoceno superior, le siguen a escasa distancia.
Hay muchas especies extintas cuya reconstrucción nos obliga a utilizar mucho (casi demasiado) la imaginación. Por ejemplo, hay unos organismos de cuerpo blando del Cámbrico (hace unos 500 millones de años), conocidos como “medusoides”, que podrían haber parecido cualquier cosa entre una medusa natatoria y una especie de pizza yaciente en el lecho marino. La preservación de estos seres como impresiones de tejido blando en la roca sedimentaria es de por sí casi milagrosa, pero es desgraciadamente insuficiente para obtener una interpretación verdaderamente fiable de su apariencia en vida.
2.-¿Cuál es su especie viva o extinta preferida? ¿cuál la más misteriosa?
Mis animales favoritos de todos los tiempos seguramente son los félidos de dientes de sable, y son a los que más esfuerzo he dedicado como artista y como investigador. Los felinos actuales me fascinan, y tienen la ventaja de estar vivos, con lo cual cualquier oportunidad de observarlos nos muestra nuevas facetas de su anatomía y comportamiento. Pero la condición de extintos de los “dientes de sable” les confiere un misterio que también tiene su atractivo (aunque yo ciertamente pagaría por ver uno con vida).
Toda especie extinguida es misteriosa, pero algunas tienen el potencial para desvelar claves de la evolución en grupos cuyo estudio se considera prioritario, como las primeras aves o los primeros homínidos bípedos. En este último grupo hay algunas especies que parecen estar cercanas al momento (probablemente entre el Mioceno superior y el Plioceno) en que se produjo la transición entre la locomoción cuadrúpeda y la locomoción bípeda. Por desgracia, todos los hallazgos de fósiles de esas especies realizados hasta el momento son fragmentarios, y no permiten sacar conclusiones firmes sobre su modo de locomoción, y tampoco sobre la modalidad de esa transición fundamental. Sólo el hallazgo de fósiles más completos permitirá desvelar estos misterios.
3.- Como artista y como científico, ¿qué es lo que ve, que es lo que siente, cuando contempla las pinturas rupestres, hechas por nuestros antepasados hace decenas de miles de años? ¿qué relación ve entre el arte y la capacidad simbólica de nuestra especie?
Mi percepción del arte rupestre es bastante emocional, y por eso no me cuesta identificarme (de manera algo ingenua, lo admito) con sus autores. Puedo ilustrarlo con una anécdota de mi infancia: cuando yo tenía 4 años me llevaron a la feria, y me monté en un caballo del tiovivo. El caballo me impresionó tanto que al volver a casa lo dibujé en tiza en el linóleo del suelo del comedor, casi a tamaño natural (por suerte la tiza se limpia fácilmente del linóleo…). La imagen de aquel dibujo sigue nítida en mi mente, y su contorno me recuerda al de los barrigudos caballos de las pinturas rupestres de Lascaux (aunque sin duda mi trazo era mucho menos diestro). Tras cuatro décadas dibujando animales, tengo clara la motivación básica para hacerlo, que es la fascinación por la forma de los seres vivos. Esa fascinación desencadena en algunas personas la necesidad de plasmar la imagen interiorizada de esos seres. Es posible que el chamán de la tribu le pidiera a los artistas de Altamira o Chauvet que decorasen las cuevas con determinada intención mágica (o incluso que chamán y artista fueran la misma persona), pero pensar que, por ejemplo, el afán de propiciar mágicamente la caza de tal o cual animal sea la motivación inicial para el arte del paleolítico, me parece como coger el rábano por las hojas.
Mi impresión (y aquí me lanzo a sabiendas a la especulación) es que aquellos artistas reaccionaban ante la resonancia que se produce entre las imágenes del mundo natural y la estructura de la psique humana. El bisonte o el caballo, que el artista ve, despierta en su cerebro la imagen latente de un bisonte o caballo “interior” que es como un molde que necesita llenarse con estímulos del exterior, pero que tiene un significado específicamente humano. Tal vez nuestro “equipamiento” instintivo incluya la predisposición a fijarnos en las especies (predadores y presas) que más van a determinar nuestra supervivencia, y el encuentro con esas especies despierte una reacción emocional cuando su imagen hace “clic” con nuestra predisposición. La necesidad de canalizar ese tipo de experiencias a través de una expresión plástica tiene que ver, en parte, con la condición de “comunicadores compulsivos” de los seres humanos, pero también tiene otros componentes más misteriosos.
4.- Usted, en su libro, habla de la importancia de aprender a mirar. ¿No es, la labor científica, un permanente aprender a mirar?
Aprender a mirar ha sido la base de mi experiencia artística y científica. Esto me hace ser bastante empirista en ciencia y naturalista en el arte, opciones que no todo el mundo comparte. También por esto me resisto contra la separación entre ciencia y arte que es característica casi universal de nuestra época. En el arte, la capacidad de mirar no es sinónima, como algunos creen, de una imitación servil de las formas de la naturaleza, sino que por el contrario la observación nos permite interiorizar las formas del mundo exterior, procesarlas, y finalmente plasmar imágenes que reflejan un proceso mental cargado de significados. En la ciencia, la mirada atenta a las manifestaciones de la naturaleza nos invita a poner continuamente a prueba los modelos con que queremos representarlas, permitiéndonos sustituir modelos rudimentarios y simplistas por otros cada vez más complejos y veraces. Al final, toda interpretación va a estar teñida por nuestros condicionamientos y limitaciones, pero al menos la mirada atenta nos enriquece y nos acerca cada vez un poco más a conocer la realidad.
5.- Gould, en su obra La Vida Maravillosa, incide en la importancia del trabajo de reconstrucción de los seres vivos a partir de sus restos fósiles. Habla del impecable trabajo que realizaron en Burguess Shale con la fauna del Cámbrico. Aunque en su libro nos habla extensamente de ello, ¿podría describirnos brevemente cómo se trabaja para convertir una información fragmentaria y defectuosa en un ser vivo que se mueve de forma natural?
Hay dos fases básicas en el proceso de reconstrucción: una es definir los daños que ha sufrido un fósil durante su formación para poder restaurar las partes preservadas a su condición original. La otra es la inferencia de las partes no preservadas a partir de las que sí lo están. Los animales de Burguess Shale eran o bien criaturas de cuerpo blando, o bien provistas de exoesqueletos como los artrópodos actuales, con lo cual la fase 1 de este proceso es, en este caso, la fundamental. Un paso decisivo en la reinterpretación de esos fósiles fue la realización de dibujos primorosamente detallados con la técnica de la “cámara clara”, un proceso en el cual el paleontólogo tiene que discriminar entre varias estructuras visibles en el fósil, y decidir cuál representar, por ejemplo, como la línea continua del contorno de la pata del animal, y cual desechar como un artefacto de la preservación. Para tomar tales decisiones hace falta una capacidad de observación muy fina (aprender a mirar…), y un conocimiento enciclopédico de la anatomía de los organismos emparentados con los fósiles a reconstruir. Los dibujos resultantes constituyen un canon de la estructura de los animales a describir, y son un ejemplo excelente de la combinación (me atrevería a decir “identidad”) entre cualidades artísticas y científicas en la interpretación de los fósiles.
Esta metodología difiere en aspectos prácticos de la que se utiliza para reconstruir vertebrados fósiles, porque los vertebrados tienen endoesqueleto, y por ello la inferencia de la posición y forma de los músculos y otros tejidos blandos es mucho más importante para su reconstrucción. Mi método de trabajo, partiendo de una interpretación inicial de los fósiles (generalmente restos óseos), consiste en la reconstrucción “de dentro hacia fuera”, empezando con una reconstrucción del esqueleto articulado, y siguiendo con la colocación de los músculos en capas sucesivas, de más profunda a más superficial, y culminando con la piel y el pelo. Los músculos se reconstruyen de manera fiable basándose en las marcas que sus inserciones dejan en la superficie de los huesos, pero aspectos más superficiales como la coloración son altamente hipotéticos, y se basan en consideraciones filogenéticas y funcionales.
La reconstrucción paleontológica es una disciplina madura desde principios del siglo XX, cuando la colaboración entre artistas como Charles Knight y paleontólogos como Henry F. Osborn sentó las bases de una metodología coherente. Esa metodología se ha refinado a lo largo de más de un siglo, pero es la solidez y simplicidad de su estructura lo que permite que podamos añadirle más y más refinamientos, como una estantería bien construida en la cual se pueden colocar todos los libros que se quiera. Incorporando nuevas tecnologías y puntos de vista teóricos, aumentamos la capacidad de esta metodología para obtener una imagen cada vez más veraz de los organismos y ecosistemas del pasado.
7.- ¿Qué diferencias encuentra entre la biomecánica y la mecánica creada por el hombre, lo que Steven Vogel denomina Cats’ Paws and Catapults (traducido al castellano como ¡¡ancas y palancas!!)?
Las “máquinas” de la naturaleza son un poco como “chapuzas” donde la evolución ha trabajado a partir de las materias primas disponibles y luego ha ido refinando los mecanismos. No tiene sentido ver los productos de la biomecánica como obras “perfectas”; basta con reparar en la dificultad del parto humano o la frecuencia de dolores de espalda en nuestra especie, consecuencias de nuestra adaptación imperfecta a la locomoción bípeda. El organismo animal no ha sido diseñado en una mesa de dibujo, sino que es, en gran parte, el producto de “reciclajes” de estructuras que en tiempos sirvieron a una función y luego tomaron otra. Estos conceptos estaban elegantemente explicados en El pulgar del Panda de S. J. Gould, y los hallazgos que nosotros hemos publicado sobre la evolución del “falso pulgar” en los pandas y sus parientes fósiles, añaden nuevos elementos en el mismo sentido.
Lo maravilloso de la biomecánica no es, para mí, su supuesta perfección, sino el funcionamiento preciso que consigue a partir de estructuras orgánicas. Por eso a veces se quedan cortos los intentos de explicar el funcionamiento biomecánico en especies fósiles usando modelos matemáticos. El aparato locomotor o las mandíbulas de un dinosaurio, por ejemplo, operaban sin duda como sistemas de palancas, pero sus mecanismos son tan complejos que es imposible cuantificarlos con un par de ecuaciones. A menudo, nuestros modelos representan sólo algunos de los factores que influyen en el funcionamiento de esos sistemas biológicos, y en el caso de los fósiles, al no poder cotejar los modelos con el organismo vivo, una hipótesis simplista puede pasar por válida hasta que un análisis más refinado resalta sus carencias. Un ejemplo socorrido es la anécdota (tal vez apócrifa) sobre aquel científico que supuestamente demostró con sus ecuaciones la imposibilidad física del vuelo de un abejorro. Si todos los abejorros se hubieran extinguido hace millones de años y nadie los hubiera visto volar, y alguien descubriera un abejorro fósil, no faltarían especialistas que nos asegurasen que tal criatura nunca pudo volar y que seguramente sus alas cumplían una función ornamental… La sutileza y complejidad de los sistemas biomecánicos todavía desafía nuestra capacidad de representarlos con modelos matemáticos.
7.- ¿Podría darnos «una pincelada» sobre su parecer respecto a memética, selección multinivel, equilibrio puntuado, nature versus nurture o inteligencia maquiavélica frente a inteligencia ecológica?
Algunos de estos temas tienen menos incidencia que otros en mi trabajo. Cuando represento en una escena aspectos del comportamiento social de algunos animales extintos, estoy asumiendo que estos desarrollaron unas pautas de comportamiento que algunos podrían interpretan hoy como el resultado de una selección multinivel, pero desde mi punto de vista lo decisivo es si me convencen los argumentos de que ese comportamiento social era una respuesta predecible o probable de esas especies ante las presiones del entorno.
A un nivel más psicológico, mi punto de vista sobre la naturaleza biológica de la motivación es subjetivista, algo conveniente para mantener saludable el lado artístico de mi actividad. Por eso algunas teorías sobre el origen evolutivo del comportamiento o incluso de la cultura, a veces me resultan un poco lejanas. Un ejemplo es la teoría del “Gen Egoísta” de Dawkins: si yo experimento un sentimiento de afecto hacia otro ser vivo, según esa teoría ello es sólo una jugada de mis genes, que en su “egoísmo” estarían utilizando mi altruismo para perpetuarse. Pero en realidad no me importa demasiado si eso es cierto, porque para mí ese afecto sigue siendo lo inmediato, y casi un fin en sí mismo, así que asumo sin más mi punto de vista subjetivo respecto a la motivación de mi comportamiento, sin por ello perder la curiosidad intelectual hacia las causas evolutivas de los comportamientos.
La hipótesis del equilibrio puntuado está apoyada por evidencias convincentes en el registro fósil. Pero hay muchos ejemplos que se explican mejor como resultado de una evolución gradual, así que lo más razonable parece pensar que una cosa no excluye a la otra.
“Nature vs Nurture”. Como lector entusiasta de la obra de C. G. Jung, creo que la psique del recién nacido es cualquier cosa menos una “tabula rasa”, y la adaptabilidad de nuestro comportamiento no implica que se nos pueda convertir en cualquier cosa mediante condicionamientos de conducta (y desde luego es algo que no debería intentarse). La adaptación de la persona a situaciones antinaturales puede parecer exitosa, pero al final el organismo se rebela de un modo u otro. Esto vale respecto a la estructura general de la personalidad, pero cuando bajamos al nivel de detalle, la flexibilidad es enorme, y es dónde la influencia de la crianza (“nurture”) cobra más importancia. En cualquier caso, la experiencia de la paternidad nos da continuamente ejemplos de lo sorprendentemente definidos que están algunos patrones de la personalidad incluso en edades muy tempranas. Supongo que esta manera de ver las cosas (es decir, el convencimiento de que gran parte de nuestra estructura psíquica es universal para la especie humana y está preformada genéticamente) hace que no vacile demasiado en proyectar motivaciones de tipo moderno a los artistas del Paleolítico como he hecho más arriba, cosa que algunos considerarían imprudente.
Inteligencia Maquiavélica vs Ecológica. Se ha dicho que la “inteligencia ecológica” en cierto modo corresponde a fases tempranas de la evolución de los homínidos, cuando la adaptación al medio era más importante, y que la “inteligencia maquiavélica” corresponde a etapas posteriores, en las cuales manejar la complejidad de las relaciones sociales en el grupo tenía un valor adaptativo cada vez mayor. Haciendo una mezcla un poco informal de conceptos, esto me trae a la mente la frase de que “la ontogenia repite la filogenia”, porque hoy en día el interés por la naturaleza, y sobre todo por los animales (incluidos los “prehistóricos”), se considera a menudo como una cosa propia de los niños, mientras que se espera del adulto que reduzca ese interés, y que enfoque su atención hacia el comportamiento de sus semejantes, que es lo que finalmente va a condicionar su éxito y supervivencia. Es cierto que en todos los mamíferos inteligentes, y en particular en los carnívoros, la curiosidad hacia el entorno es un rasgo más marcado en las crías, porque es una parte del aprendizaje para la supervivencia. Pero creo que no haría daño potenciar más la pervivencia en la fase adulta de esa curiosidad infantil hacia las demás especies con las que compartimos el planeta, un rasgo que vuelve a tener un valor crucial para nuestra supervivencia colectiva.
8.- ¿En qué está trabajando en estos momentos?
Tengo en marcha varios proyectos de divulgación y de investigación. Estoy realizando ilustraciones para exposiciones y contenidos interactivos para museos en España, Francia y Panamá. También trabajo en un libro sobre la evolución de los carnívoros de dientes de sable. En el aspecto puramente científico, sigo colaborando con especialistas del MNCN de Madrid y de otras instituciones, principalmente en el estudio de la biomecánica de los carnívoros, tanto fósiles como actuales.
9.- ¿Qué proyecta?
Tengo un proyecto de documental sobre los carnívoros de dientes de sable, para el cual estoy colaborando con el estudio de animación en 3D “The Fly Factory”. Esta colaboración nos está permitiendo explorar a fondo la aplicación del 3D a la reconstrucción de la anatomía y la locomoción de los animales extintos.
10.- ¿Qué misterio sueña con desvelar?
Me intriga todo lo relacionado con los grandes depredadores del pasado: ¿Cuál era su apariencia? ¿Cómo se movían? ¿Cómo cazaban? La depredación es un hecho biológico fascinante, por el modo como influye en la evolución de los carnívoros y sus presas (y además, todo predador es también una presa potencial), determinando su anatomía y su comportamiento. Los homínidos mismos no habríamos desarrollado nuestras características únicas de no estar sometidos a la presión primero y a la competencia después con los grandes carnívoros del entorno.
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Si uno elige bien al entrevistado, como en este caso, el post queda impecable…..
😉
Gracias a vosotros.
Estupendo artículo. Gracias. Lo enlazo en mi bitácora.
Muy interesante artículo.