En democracia la voluntad de la mayoría ostenta el poder.
Eso significa que todos han de hacer aquello que desean casi todos. O, como es el caso en España, que el programa del partido (oligarquía) más votado determina el marco legal y de poder en el que han de vivir todos los ciudadanos. A nadie se le escapa que estamos ante una forma disimulada de totalitarismo. Los autoproclamados «demócratas» defienden el sistema como el mejor de los posibles, pues es más justo atenerse a la voluntad de la mayoría que abandonarse en brazos de la anarquía (argumento éste también usado por los dictadores de toda época y región, curiosamente) Olvidamos frecuentemente, cuando de democracia se trata, que cada uno es dueño de sí mismo, que no pertenecemos (no somos propiedad) a un estado o una nación. Si la ley ha de venir determinada por la voluntad de la mayoría, no es difícil comprender cuatro principios básicos:
– cuanto mayor es el grupo social en el que se aplican los principios democráticos de ley y orden, mayor será el número de individuos que no se encuentre representado por la voluntad de esa mayoría.
– para aplicar a la vida real las decisiones tomadas en una sociedad grande, ésta debe proveerse de un aparato proporcionalmente grande de poder que asegure el cumplimiento de la voluntad de la mayoría. El estado crece.
– el individuo y sus intereses quedan más diluídos cuanto mayor es el número de individuos que conforman un núcleo social de decisión.
– el aparato de ejecución de la voluntad democrática de un grupo ha de estar sometido al control de ese grupo y no al revés. Cuanto más pequeños sean los aparatos de poder, más fácil será ejercer un control democrático del mismo.
Un verdadero demócrata es consciente de estos problemas y es por ello que tenderá a la democracia directa, abominará de la partidocracia, propondrá mecanismos de control del ciudadano sobre los administradores de poder y querrá proveerse de los mecanismos adecuados para ser partícipe del mayor número posible (todas) de decisiones que le puedan afectar como individuo.
Mis amigos ancaps dirán que eso se soluciona dando rienda suelta al libre mercado. El mercado, que es ilbre, permite a los individuos cooperar, mejorarse a través del comercio, superarse y transcenderse si existe una perspectiva de beneficio. Todo será perfecto.
Mis amigos estatalistas argumentarán que la historia nos ha enseñado cuáles son los modelos más efectivos de convivencia social, cuáles los principios morales y éticos sobre los que desarrollar las leyes y que el estado es el único capaz de asegurar un modelo social solidario que mantenga en cintura al individuo egoísta, incluso al inmoral. Por supuesto al «irresponsable». Todo será perfecto.
La realidad es otra: personas sin principios éticos o morales, ávidas de poder y sólo del propio beneficio, jamás buscarán obtener ventajas de la libre cooperación con terceros sino que -casi siempre mediante el engaño premeditado- intentarán por todos los medios alcanzar únicamente su propio beneficio, incluso con violencia. Adueñados del Estado roban, expropian, engañan, desprecian los derechos de los demás y la ley. Desprecian la responsabilidad social tachándola de falso samaritanismo. Y se me plantean unas preguntas:
- merece esta democracia a la que asistimos el calificativo de justa?
- es éste en el que vivimos un «estado libre de derecho»?
- por qué siguen los «demócratas» de este país elgiendo trileros y violentos para que gobiernen su «estado»?
En realidad los «demócratas» de hoy lo único que persiguen con su voto cuatrienal es eternizar en el poder a un grupo (cada uno tiene su «favorito») de retóricos engañabobos que entienden perfectamente cómo perpetuar, en nombre de sus «democráticos votantes» el robo, el chantaje, la amenaza y, en algunos estados, el asesinato. La ley y el orden pierden su esencia conceptual en esta democracia donde el votante, adiestrado por decenios de supremacía estatal, pone en manos de los oligarcas no sólo sus buenas intenciones. También las más expúreas.
En los estados modernos, que se dicen democráticos, se buscó la limitación del poder de los gobernantes mediante las Constituciones y similares. Se intenta limitar la dictadura de la mayoría evitando que esta pueda decidir sobre aspectos que se consideran «privados» (curioso que sea precisamente el estado el que cada vez reduzca más el ámbito de lo privado: por nuevas leyes y reglamentaciones). Se intenta reducir el monopolio del poder separando los tres poderes. Pero el estado representa en uno esos tres poderes. Es la secularización del principio trinitario. El estado abstracto es el nuevo ser supremo de la mayoría creyente.
Cada vez son más quienes no se sienten cómodos en estas estrucuturas. El sistema partidocrático nos hace incluso dudar sobre si la «opinión mayoritaria reinante», aquello que es «de sentido común», sigue siendo la opinión de la mayoría. La «opinión pública» está sometida a un contínuo ejercicio de manipulación. La abstención en las elecciones es cada vez mayor. Algo no funciona. No podemos ya elegir libre y justamente al sujeto de nuestra acción, ni siquiera somos únicos dueños de nosotros mismos y nuestras propiedades. Vivimos pendientes de contar en nuestros actos (sí, los buenos actos también) con la aprobación de la mayoría. Estamos olvidando caminar erguidos!
La reducción del ámbito de decisión de una mayoría, del ámbito de competencias de un aparato administrativo nos devolvería a la esencia de la democracia y la dignidad perdida. Participar de nuevo en todas las tomas de decisión que nos afectan de forma particular y general, poder revocar mandatos y controlar aparatos comunes de acción. Evitar desde la continuada acción de control democrático el crecimiento de las estructuras por nosotros elegidas para el desarrollo de aquello que es común. No veo que esto sea posible en un macroestado que aglutina a 40 millones de individuos (o más, véase la aberración antidemocrática llamada Unión Europea). Pero sí lo veo perfectamente factible para estructuras de hasta 500 mil individuos. Estructuras que, al modo cantonal (no necesariamente como cantones) pueden interactuar entre sí hasta donde ellas lo deseen. Acaso no se desarrollaron así las grandes sociedades? En la antigüedad decidían las guerras. Permitamos que sean hoy las voluntades, y sólo estas, el motor de nuestro futuro.
No es raro en este país escuchar la burrada de que democracia es el gobierno de la mayoría. Y así nos luce el pelo…
La mayoría otorga el ejercicio del poder. El ejercicio de un poder -en teoría- democrático. Y ese adjetivo hace que esté limitado, controlado y contrapesado (división de poderes y esas cosas). De lo contrario todo individuo que no pertenezca a la minoría se sentirá legitimamente desvinculado del pacto social que permite el ejercicio de la democracia en paz. Gracias al malhacer (personalmente entiendo que intencionado) del PSOE y al horroroso (e imperdonable) despiste del PP estamos entrando en esa dinámica. Los que ganan pretenden imponer y los que pierden se desentienden del sistema. Tanto en cuanto no se solvente esta enfermedad en nuestro país indefectiblemente se incrementará el déficit democrático hasta que se rompan los últimos concensos y entremos en la lucha por el poder a través de la violencia. Puede sonar catastrofista, pero es simple: desde el momento en que no hay democracia entra en juego la pura y simple ley del más fuerte. No hay escenarios alternativos para nuestra desgracia…
Con el nivel paupérrimo de nuestro sistema educativo, tenemos una legión de ciudadanos predispuestos a repetir los errores de nuestra desconocida historia.
Yo emigro.
Bueno, yo no soy nacionalista, pero esa descentralizacion en el País Vasco existe, y aunque no todo el mmundo lo sabe o no lo quiere saber, las diputaciones forales mueven más dinero que el gobierno vasco, eso sí, haciendo mucho menos ruido