Todo parece indicar que el castillo de naipes sobre el que habíamos fundamentado nuestra «democracia» se va al garete. Hoy más que nunca somos conscientes de la fragilidad de nuestras insitituciones, de la volatilidad de la estructura del Estado y de la ignominia sectaria en la que viven inmersos nuestros políticos.
La Constitución ha dejado de ser garantía de convivencia desde el momento en que el poder político pone en tela de juicio (abusa y manipula) las decisiones del poder judicial. Los jueces ya no imparten justicia en todo el territorio nacional, su jurisdicción queda reducida, de facto, a los caprichos de los gobernantes de turno, nuevos reyezuelos feudales de ojos inyectados en nacionalismo rancio y totalitario.
La democracia es ya sólo partidocracia, lugar común de políticos profesionales y sin escrúpulos, adoradores del poder por el poder. Los ciudadanos hemos quedado definitivamente fuera de juego. Las listas cerradas que votamos cada 4 años no son ya sino el alibi tras el que escondemos la vergüenza que sentimos por haber renunciado al ejercicio de nuestra responsabilidad.
La Monarquía… lo siento: me da la risa cada vez que pienso en la «cosa» real.
La prensa se ha convertido en un nido de verduleras histéricas (o verduleros, no crean) incapaces de salirse de los guiones preconcebidos y las consignas.
Los valores… me pasa lo que con la monarquía. Mento los valores y me da un ataque de risa basilisa. «Que se muera!», «ojalá os pongan una bomba!», patadas, insultos, gestos soeces allí donde miras. Unos olvidados de sí mismos tras las consignas del buenismo y la paaaz (otra cosa que me desencaja la mandíbula: cada vez que los «recuperadores de la memoria histórica», los «exhumadores selectivos» y los «plañideros de abuelos» abren la boca es para darle un perdigonazo a la paloma del bueno de Picasso) En el otro bando no están mancos tampoco, lo que hace que el clima de «diálogo» entre ciudadanos sea tal que resulta más seguro jugarse mil duros a que te van a dar una torta que apostarlos por la victoria de Brasil en un Brasil-España futbolero.
Y claro, llegados a este punto nos entra el pánico. Pánico? A qué? No veo motivo; veo, al menos, tres salidas:
– a mamporros; se nos da bien a los españoles lo de los mamporros. Después de todo somos humanos y nos debemos a nuestra condición de primates más o menos desarrollados.
– no moverse; o sea, nos quedamos como estamos, que es divertidísimo. Después de todo, nada es eterno y, qué diantres! riámonos, insultémonos, démonos patadas en los cojones, traicionemos por la tácita y a escondidas lo que firmamos en el 78! Total «pa» cuatro días que quedan.
– aprovechamos que es primavera y hacemos limpieza general. Por dónde empezamos? Por la Constitución. Nada de cambiarla a escondidas bajo pacto secreto y tal. Con luz y taquígrafos! Derogada por ley parlamentaria. Ya. Nuevo proceso. Y las preguntas clave:
1.- Usted quiere pertenecer a un estado español? Que la respuesta es no, perfecto: móntese su propio chiringuito. A los que dicen que sí, la siguiente pregunta.
2.- Elija modelo de estado: federal, república, ambos, monaquía, dictadura del proletariado, dictadura fascista, estado mínimo… lo que se les ocurra.
Y a partir de ahí a trabajar. Sin rasgarse las vestiduras, sin nostalgias, libres del peso de la historia pero conscientes de ella. Desde nuestra voluntad individual para lograr una voluntad colectiva.
Si me preguntan a mí, que digo que soy liberal, pues les diré que una república federal, con un gobierno central pequeñito, administración local capaz y gente con ganas de trabajar la cosa iría de perlas.
#yo: anímate y únete a los que optamos por la «tercera vía». Los mamporros nunca fueron buenos.
#manuel: la pedagogía cansa 😛 Yo seguiré con mi mezcla particular de «voces desaforadas» y articulitos informativos. A ver si cae alguno.
La tercera opción es por la que estamos los «pesaos» en internet, don Luis, pero mucho me temo que la cosa, como dices, está más por lo de los mamporros y la mascarada política.
Pero como uno tiene dignidad y las ideas claras, para evitar que llegue la hora en que la gente se deje el cerebro en casa y se vaya a la puerta del vecino p’a ajustar viejas rencillas, un servidor pretende ponerse todavía más «pesao», y no dejar de recordarle al «respetable» cómo le venden la moto estos… (añádale a gusto del consumidor).
Un saludo.
En efecto. Más pronto que tarde: los mamporros, ante lo que planteo tres salida:
– Unirme a los mamporros para «hacer limpieza».
– Esconderme en un agujero a esperar que escampe (y rezar para que no me den ningún «paseillo».
– Largarme con viento fresco a algún país más civilizado.
¿Que haré?
Lo que nos lleva a los mamporros, antes o después. Me temo.
Suena bonito, y muy americano. Un pueblo que asume su responsabilidad, consciente de que es él quien decide y quien debe apechugar con lo que se derive de las decisiones tomadas… Es irrealizable aquí. Es más fácil culpar al vecino.